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Domingo Soriano

Por qué nos quieren fastidiar la vida con los nuevos tapones de las botellas

Les dijeron que necesitábamos un mundo más verde y hemos acabado todos con la camisa manchada y peleándonos con un sistema de apertura odioso.

Les dijeron que necesitábamos un mundo más verde y hemos acabado todos con la camisa manchada y peleándonos con un sistema de apertura odioso.
Las botellas de plástico son el nuevo objetivo de la regulación verde. | Pixabay/CC/pasja1000

No es, ni de cerca, la norma más importante de los últimos años. Ni siquiera creo que sea especialmente dañina ni costosa para el crecimiento económico, el empleo o los precios. Tampoco podemos echarle la culpa al Gobierno, porque viene de Europa. Y como estamos tan acostumbrados al absurdo, la hemos aceptado con esa resignación bovina que caracteriza al ciudadano del siglo XXI. Eso sí... es de lo más tocanarices que recuerdo.

Me refiero, por supuesto, a la ideíta de obligar a que los tapones de las botellas de plástico tengan que quedar unidos al resto del envase tras su apertura. Lo habrán notado porque, aunque creo que la obligatoriedad comienza en julio, casi todos los fabricantes se han adaptado ya a su entrada en vigor. Coges una botella de la máquina del vending o de la nevera, la abres, le vas a dar un trago... y el taponcito empieza a dar por saco: un poco de leche derramada, un ligero arañazo en la mejilla o una botella que cierra mal y pierde líquido en el frigo. Y el ciudadano se pregunta, estupefacto: ¿Y todo esto, por qué?

La persecución al plástico (absurda, estamos ante el material que más bienestar y crecimiento ha generado en los últimos dos siglos) está provocando algunas de las legislaciones más estúpidas que uno recuerda. La del tapón se lleva la palma, aunque la prohibición de las pajitas (no nos dejan usar un invento genial y ahora nos obligan a beber con un infecto tubito de cartón, que sabe como si estuvieras lamiendo un periódico y se deshace si la bebida está muy caliente o muy fría) o la persecución a las bolsas de la compra se sitúan muy cerca en la competición.

Sé que ahora viene la respuesta seria, responsable, políticamente correcta: al obligar a que los plásticos vayan pegados a las botellas (1) es más fácil gestionar la basura y (2) hay menos contaminantes perdidos por ahí.

En este artículo no voy a entrar en la discusión sobre la importancia o no de ese reciclado. Hagamos como que aceptamos la tesis oficial: esto es, que la prioridad debe ser el medioambiente, casi a cualquier coste. Lo que me pregunto es si, incluso con este punto de partida, la medida es correcta. Es decir, si alguien ha pensado realmente en el saldo total de la propuesta.

Porque, por un lado, es evidente que algo ganaremos porque habrá menos taponcitos por ahí perdidos. Tampoco creo que sean tantos (me refiero a tapones sueltos, sin su botella tirada al lado), pero habrá unos cuantos. Es evidente que es más fácil tirar en la basura el tapón y botella si están pegados que si van cada uno por su lado.

Pero, por el otro, los nuevos cierres pueden tener consecuencias de segundo orden no tan buenas. Por ejemplo, si se te cae el líquido (y con los que yo he probado hasta ahora, es mucho más probable que ocurra) puede que tengas que lavar la ropa (más uso de jabón) o limpiar el frigo o comprarte una segunda botella. Intuyo que hay como 10-15-20 veces más plástico en el cuerpo de la botella que en el tapón. Por lo que cada nueva botella usada por un accidente a causa de los nuevos cierres, deshace muchas de las ganancias apuntadas en el párrafo anterior.

También vamos a manchar más vasos. Lo más evidente con los nuevos cierres es que beber a morro ahora es más molesto. Por lo que usaremos más vasos que antes. Y esos vasos hay que lavarlos. También puede que aumente la fabricación-consumo de vasos. ¿Saldo neto en términos de agua y emisiones? No lo tengo nada claro.

Lo mismo para los usos sucesivos: por ejemplo, con las botellas de agua antiguas, era habitual rellenarlas varias veces antes de tirarlas. Si comenzamos a fiarnos menos del cierre, esta reutilización será menor (lo último que quieres es que la botella de agua se te abra en el bolso o la cartera). Esto es importante porque en los nuevos cierres hay de todo: se mantienen los de rosca (esto son parecidos a los antiguos, aunque el hecho de que el tapón no pueda despegarse los hace siempre más complicados de cerrar bien) pero también los hay de pestaña, con una apariencia bastante menos fiable.

También es verdad que, como las nuevas botellas son tan incómodas, puede que dejemos de usarlas y pasemos al termo de toda la vida. [Nota: esto del termo parece muy sostenible; pero en realidad, para saber si sería bueno para el medioambiente, habría que aplicar una lógica similar a la que explicamos para las bolsas de papel vs plástico en los próximos párrafos].

El saldo

Hasta aquí, la queja del ciudadano cabreado. A partir de aquí, el análisis económico. Porque todo esto sobre tapones, plásticos, reutilización... es más importante de lo que parece.

En lo de los tapones: ¿se usará más o menos plástico tras la media? Como explico en los ejemplos anteriores, no está nada claro que el saldo final sea más verde. Es decir, incluso en aquello que se supone que es uno de los principales objetivos, puede que el resultado sea el contrario al buscado.

No sería la primera vez. Con las pajitas de plástico la idea que nos vendieron era que había que prohibirlas por la lucha contra el cambio climático. El problema es que las pajitas de plástico pesan menos que las de cartón-papel. Y como pesan menos, al fabricarlas y transportarlas las emisiones son menores. Es decir, el saldo neto puede ser menor para el plástico que para el muy ecológico papel. Sí, la pajita como objeto puede ser más contaminante si es de plástico; pero el sumatorio que hay que hacer no es ése, sino el que tiene en cuenta la producción, transporte, reciclaje... Y ahí las cosas no están tan claras.

Lo mismo con las bolsas de plástico. Es verdad que cuando nos las daban gratis, las cogíamos, usábamos y tirábamos como si diera igual. Pero la pregunta no es ésa, sino si estamos cumpliendo el objetivo teórico (menos impacto en el medio ambiente). Porque la alternativa que nos ofrecen (bolsas de papel, de algodón, de varios usos...) es menos contaminante sólo en determinados casos. De nuevo, el ciclo de vida: fabricar y transportar una bolsa de plástico es muchísimo menos costoso en términos de emisiones, agua, transporte, etc. Aquí podemos encontrar todo tipo de cifras: por ejemplo, si comparamos bolsas de papel y de plástico, yo he visto estudios que dicen que habría que usar la de papel 15-20 veces para que fuera más verde que la de plástico y otros que hablan de más de 40 usos. Intuyo que aquí entra la clave de qué bolsa de papel y qué bolsa de plástico, porque dentro de estas dos categorías hay muchos tipos (de esas bolsas de plástico finísimo que parecen papel de fumar a las de plástico grueso, que pueden también reutilizarse muchas veces). Pero sin llegar al ese detalle: ¿de verdad alguien piensa que vamos a usar de media 15-20 veces la misma bolsa de papel? No creo que la media llegue ni a dos. O lo que es lo mismo: una medida por un mundo más verde tiene exactamente el efecto contrario.

Para lo de los tapones, otra opción sería ponerle precio. Tampoco es que me encante esta propuesta, porque por la rendija del impuesto pigouviano nos lo cuelan casi todo. En este caso, seguro que también se pasarían y que usarían el argumento del coste del reciclado-contaminación en exceso. Pero al menos tendría una lógica. Por ejemplo, que la botella con tapón despegable sea 5-10 céntimos más cara que las otras; y el dinero que recaudes, lo utilizas para financiar políticas verdes o lo que quieras.

Competitividad

Dos últimos apuntes. El primero: cuántas de estas normativas se siguen en otros lugares. Porque cada nueva obligación hace menos competitivos a los países de la UE. ¿Alguien ha hecho un análisis de coste/beneficio? ¿Cuánto cuesta adaptarnos a la nueva norma y cuánto nos ahorramos en reciclaje (si nos ahorramos)?

En este punto, alguien dirá, "Es menos importante el crecimiento que cuidar el planeta". Puede que sea cierto pero, de nuevo, cuidado con los efectos de segunda ronda: si a causa de este tipo de regulaciones, la producción se traslada a China o India o cualquier otro país similar, el saldo medioambiental del planeta no será para nada positivo. En Europa sí, podremos felicitarnos porque somos verdes, pero como las nuevas fábricas del mundo son lugares en los que estos temas ni están ni se les espera... nuestra expulsión o encarecimiento de la industria ni siquiera cumplirá su principal objetivo.

El segundo apunte tiene que ver con la pregunta de quién ha pensado esto. La respuesta: un tipo muy inteligente. Y esto último no es ironía. Como apuntábamos hace unos años, el principal problema de las instituciones comunitarias no es ni la corrupción (no creo que haya demasiada, aunque habrá más de la que sabemos) ni la estupidez. El principal problema es el contrario: tienes a unos tipos muy preparados, a los que pagas mucho, que acumulan mucho poder y a los que has dicho que tienen como tarea hacer un mundo mejor. No se me ocurre nada más aterrador. Siempre digo que si metes a diez tipos listos, entusiastas y comprometidos en un edificio en Bruselas, les dices que son el Departamento de Hortalizas y que su misión es maximizar las potencialidades del sector... terminarás con una normativa de 236 páginas sobre cómo cultivar y manipular un pepino. Sería mejor que fueran vagos o corruptos.

Pues lo mismo con el plástico. Les dijeron que necesitábamos un mundo más verde y hemos acabado todos con la camisa manchada y peleándonos con un tapón odioso. Y nosotros que lo único que queríamos era beber tranquilamente a morro (que queda feo, pero es tan cómodo).

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