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Domingo Soriano

Este es el libro más 'terrorífico' de los últimos quince años (también es uno de los mejores)

"El precio del tiempo", de Edward Chancellor, alerta de cómo la manipulación de los tipos de interés por los bancos centrales afecta a la economía.

"El precio del tiempo", de Edward Chancellor, alerta de cómo la manipulación de los tipos de interés por los bancos centrales afecta a la economía.
Rueda de prensa de Jerome Powell, presidente de la FED, esta semana en la sede del organismo en Washington D.C. | EFE

Los tipos de interés ultrabajos han creado muchos de nuestros actuales problemas, ya sean el desplome del aumento de la productividad, una vivienda a precios prohibitivos, el incremento de la desigualdad, la pérdida de competencia en el mercado o la fragilidad financiera ante una crisis.

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Aunque no se lo crean, el anterior párrafo no lo hemos sacado de un informe sobre la economía española. Nosotros no importamos demasiado (aunque sí aparecemos unas cuantas veces, como ejemplo de lo que no hay que hacer) para el autor de uno de los libros de economía más terroríficos de las últimas dos décadas. Porque la tesis de Edward Chancellor en El precio del tiempo. La verdadera historia de los tipos de interés (Deusto) es que la "manipulación del precio más importante de una economía de mercado, el tipo de interés", que han llevado a cabo los bancos centrales en las últimas décadas (y especialmente a partir de 2008) ha generado a escala mundial una economía frágil, poco dinámica, injusta y desigualitaria: "Ya no parece una posibilidad tan remota el augurio de Claudio Borio de una ‘ruptura sísmica que definiría toda una época’; una combinación tóxica de inflación alta, estancamiento y proteccionismo financiero y comercial". ¿Les da miedo pero, al mismo tiempo, lo consideran una posibilidad factible? Pasen y lean.

De las ‘subprime’ a los ‘zombis’

No todo empezó con las subprime. De hecho, lo que estamos viendo ahora es el resultado de intentar tapar aquella crisis con más dosis de la droga que generó esa misma crisis. Primero fue el estallido de la burbuja de las .com, que nos empujó a las subprime. Y luego el colapso de 2007-08, que llevó a los nuevos alquimistas financieros a doblar la dosis. Porque en el inicio de la ingeniería monetaria que terminó con Lehman Brothers y con los rescates milmillonarios de Wall Street estaban ya los tipos ultrabajos: "El crecimiento explosivo del mercado de derivados hipotecarios estaba motivado por la búsqueda desesperada de beneficios (...) El dinero fácil produjo el boom; y después del boom llegó el inevitable pinchazo".

Podríamos pensar que aquello fue un episodio aislado. Importante pero del que ya nos hemos recuperado. Pero estaríamos engañándonos. A pesar del discurso sobre su independencia, los bancos centrales son una institución política más. Y los fundamentos de la política no han cambiado en los últimos tres mil años. Casi todos los gobiernos que el mundo ha conocido han buscado lo mismo: gastar mucho, no pagar sus deudas, financiar políticas populistas... Con la diferencia de que ahora disponen de un arma con el que los señores feudales o los sátrapas orientales no llegaron a soñar, una máquina para hacer dinero ¿gratis?: "Después de 2008, la impresión de dinero y la manipulación de los tipos de interés cambiaron el mundo y no necesariamente para mejor. El pánico quizás desapareció, pero el mundo acabó con más deuda, más burbujas, más zombis y más riesgos financieros".

Seguimos con las escenas de miedo. Los tipos actuales no sirven para que el interés cumpla con ninguna de sus funciones básicas: "Asignación del capital, financiación de las empresas más productivas, capitalización de la riqueza, fijación del nivel de ahorro, distribución de la riqueza, evaluación del riesgo y regulación de los flujos de capital internacionales".

Las consecuencias de que todo esto no se produzca (o lo haga de forma desequilibrada) no pueden ser buenas. Pero al menos alguien podría pensar que a cambio, al menos, hemos evitado las crisis y esta política ha servido para disparar el crecimiento. Antes al contrario, "con un tipo de interés cero, la economía progresa al solemne ritmo de una marcha fúnebre". La destrucción creativa que define al capitalismo, asegura Chancellor, no tiene lugar cuando se distorsiona este precio. Los que ya están lo tienen más fácil para permanecer; los que deberían evaporarse se quedan como muertos vivientes (zombis); y los que tendrían que irrumpir para limpiar lo viejo y sanear el entorno sienten que tienen ante sí una enorme barrera: "Los tipos bajos engendraron zombis y los zombis engendraron tipos bajos (...) Los zombis también desincentivaban las inversiones del resto de las empresas. Entorpecían la creación de nuevas empresas porque los emprendedores tenían escasos incentivos para entrar en sectores infectados por el exceso de capacidad y unos beneficios miserables. Los zombis frenaban la adopción de nuevas tecnologías y nuevas prácticas de gestión".

No sólo eso. Las nuevas aventuras empresariales que se ponen en marcha en este entorno son, en demasiadas ocasiones, las que nunca deberían iniciarse. En la búsqueda de beneficios en un mundo sin interés, el excel y el business plan, por muy disparatados que sean, lo aguantan todo (nota de actualidad, miren lo que está ocurriendo en el sector renovable español): "El dinero fácil era un dinero estúpido. En ningún momento de la historia crecían tantas burbujas simultáneas en tantos activos diferentes. Sin apenas una tasa de descuento y sin ningún flujo de caja, realizar una valoración racional de los activos resultaba imposible".

Hayek anti-sistema

Llegados a este punto, puede que alguno piense que estamos ante otro libro ultra-liberal, de esos que se utilizan para justificar una reducción (que casi nunca llega) del papel de la política y la vía libre a los poderosos multimillonarios. Si alguno lo cree, le aconsejamos que lea a Chancellor: se llevaría una sorpresa. El Premio Hayek al mejor libro de 2023 que ha obtenido "El precio del tiempo" no se lo dieron sólo por la teoría monetaria, sino por la contundente denuncia de la mezcolanza de intereses entre gobiernos, grandes empresas y sector financiero que nos rodea. Algunas de las advertencias de Chancellor no desentonarían en panfletos de extrema izquierda. Y tiene razón en todas:

  • "Ningún otro grupo humano se ha beneficiado tanto de la política de dinero fácil de la FED como los barones de las adquisiciones empresariales. Y ningún otro se lo merecía menos"
  • "Las finanzas están sustituyendo a la economía real. El crecimiento del sistema financiero de un país es un lastre para el crecimiento de la productividad. Es decir, un mayor crecimiento del sector financiero reduce el crecimiento real"
  • "Las políticas monetarias no convencionales frenaron el hundimiento de Wall Street"
  • "Los tipos bajos engendraron desigualdad y la desigualdad engendró unos tipos aún más bajos"

Lo llaman capitalismo y no lo es. Sin precios, el mercado va a ciegas, como en una habitación oscura, en la que busca la salida a tientas. Al final la encontrará, pero tardando más de lo que debería y a costa de unos cuantos coscorrones. Y ningún precio es más importante que el interés: "El capitalismo es un sistema económico que al mismo tiempo recompensa y castiga a las personas por asumir riesgos. El homo capitalisticus es temerario; y por eso una economía estable requiere que el riesgo tenga el precio correcto. Cuando el precio del riesgo es demasiado bajo, las actitudes temerarias abundan, los peligros se multiplican y el sistema financiero se vuelve inestable. Cuando la rentabilidad de los bonos cae por debajo del 3%, la adopción de riesgos llega a niveles extremos".

La pregunta es si podemos salir de este lío. No tiene una respuesta sencilla. Quizás con enormes ganancias de productividad, que compensen en parte el estancamiento al que nos empuja la política monetaria no convencional. O con una década de parálisis y limpieza, con la que evitamos el crack al coste de un crecimiento mediocre. También podemos seguir por el mismo camino, alimentando burbujas y desequilibrios, y rezando para que no exploten.

Sea cuál sea la opción escogida, será complicado desarrollarla. Como nos recuerda Chancellor, muchos de los hiperendeudados estados occidentales no podrían soportar una subida de tipos que devolviera los mismos a un nivel más cercano al de mercado: "Una vez que una economía ha entrado trampa de deuda, cada vez resulta más difícil subir los tipos sin causar grandes daños".

Confiemos, de nuevo, en el enorme poder de regeneración del capitalismo, en la capacidad inventiva de sus emprendedores, en la potencia de la innovación y la imaginación humana, en un mundo interconectado en el que cada vez más países se suman a la prosperidad. El temor es que todo esto acabe de la peor forma posible. Con una montaña de deuda inmanejable, desequilibrios cada vez más grandes y un enmienda a la totalidad del sistema. Como decía Peter Thiel, y cita Chancellor: "O bien la globalización tiene éxito o bien es la mayor y última burbuja de la historia".

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