Vuelta al cole y renacen los viejos debates. Esta semana, por ejemplo, nos hemos encontrado con varios artículos que cuestionan la jornada continua, esa modalidad cada vez más presente en España y que comprime el horario del colegio a lo largo de la mañana (empezando entre las 8.00 y, más a menudo, las 9.00, y terminando entre las 14.00 y las 15.00). Según un informe de EsadeEcPol de hace un par de años, "aunque no existen datos oficiales, las encuestas más recientes muestran que la jornada matinal (continua) es mayoritaria en los centros públicos de Infantil y Primaria".
En los centros concertados y privados es menos habitual. Aunque en Madrid, por ejemplo, sí está bastante implantada, incluso en estos colegios, la media jornada en septiembre y junio: una medida para la que es complicado encontrar una explicación coherente (y que es nefasta, entre otras cosas, por el mensaje que se le lanza al niño, que en muchas ocasiones siente que el curso comienza realmente en octubre y termina en mayo).
Normalmente, juntas a más de dos padres-madres sacas el tema del horario en el colegio, y ya lo tienes: que si la cara dura de los profesores, que si es increíble las vacaciones de las que disfrutan, que si nadie piensa en las familias... Además, cada cierto tiempo aparece algún informe que plantea dudas sobre el impacto de todos estos temas en los resultados académicos: el último, el de la OCDE publicado el año pasado: "Propuestas para un plan de acción para reducir el abandono escolar temprano en España". En este documento, los expertos de la OCDE pedían (entre otras medidas) ampliar el horario y abogaban por "sistemas flexibles de jornada completa" como los que han desarrollado Dinamarca o Portugal. En la misma línea, EsadeEcPol confirmaba:
No existe evidencia rigurosa sobre el efecto de la modalidad de jornada (dadas unas horas lectivas) sobre el rendimiento académico, algunos estudios correlacionales apuntan a que la jornada completa (o partida) está asociada a mejores resultados. Lo que sí existe es evidencia abundante y robusta sobre cómo el tiempo (lectivo y no lectivo) en la escuela supone un impacto positivo en los alumnos en términos académicos y socioemocionales; también que la jornada completa (o partida), con un almuerzo temprano y una pausa después, se adapta mejor a los biorritmos de los alumnos y mejora su salud, ciclos de sueño y bienestar".
A partir de aquí, estoy seguro de que hay buenos argumentos también para la jornada continua (será porque me afecta en primera persona, pero casi me genera más dudas lo de esos dos meses excepcionales de media jornada para los que no encuentro ninguna explicación). Yo soy de la opinión de que la jornada completa es mejor, porque facilita la vida a la mayoría de las familias, pero sobre todo porque permite que el alumno tenga más horas lectivas (o mejor distribuidas); pero también porque le permite estar más tiempo rodeado de sus compañeros (ampliar el tiempo en el patio también es muy positivo, como recuerdan desde Esade; en esto, no siempre nos fijamos pero es clave; además, un niño que a las 15:00 está en casa, ¿qué hace el resto de la tarde? ¿Apoltronarse delante de una pantalla?).
Pero hoy ni siquiera quería entrar en esa discusión ni alargarme mucho en los argumentos en favor de este tipo de jornada. En esta ocasión, lo que más me interesa del debate es lo que nos dice sobre los servicios públicos y cómo se organizan.
En primer lugar, frente a la retórica de la administración al servicio del ciudadano, la realidad del control por parte de políticos y funcionarios. Aunque lo parezca, esto no es una crítica a los profesores: siempre me ha parecido que la gran mayoría de los comentarios de los padres (como las que apuntaba antes) son bastante injustos con este colectivo. En lo que respecta al horario, simplemente hacen lo que cualquiera en su lugar: buscar las mejores condiciones laborales posibles. Si les preguntan cómo quieren organizarse, es lógico que planteen una jornada que para ellos sí parece claro que tiene enormes ventajas. Además es lógico que lo promuevan y busquen argumentos a su favor, muchas veces con sinceridad (recuerden aquello de que todos solemos creer que lo mejor es lo que nos conviene o por lo que nos pagan). Pero aquí el debate no es ése, sino cómo puede extenderse tanto un sistema aparentemente tan impopular.
Hay zonas de España en las que en educación infantil y primaria directamente no hay alternativas. Según nos cuenta EsadeEcPol [con datos de 2010; otra cuestión curiosa es lo poco transparentes que son las administraciones con los temas espinosos] "la implantación de la jornada continua en educación Infantil y Primaria de centros públicos era del 100% en Baleares, Canarias, Extremadura, Murcia y mayoritaria (cerca de un 80%) en Andalucía, Asturias y Castilla la Mancha; y en torno al 60% en Galicia, Castilla y León y La Rioja".
Es cierto que en este punto a los que escribimos desde Madrid o Barcelona se nos olvida que no en toda España los horarios pueden ser los mismos que en las grandes ciudades. Pero incluso así, ¿el 100% de los padres de esas regiones quiere un horario tan criticado? Parece complicado imaginarlo. Porque lo más cuestionable de este asunto no es tanto si el horario es mejor o peor (como decía antes, cada uno tendrá su opinión), sino la impotencia de muchas familias a las que no les gusta pero se encuentran sin alternativa (bueno sí, pagar y salir del sistema público).
En este sentido, podríamos preguntarnos si hay alguna prueba de que a los padres el modelo no les gusta. No sé si habrá alguna encuesta por ahí, pero [segunda evidencia] sólo hay que mirar los horarios de privados y (en menor medida) concertados para darse cuenta de que los que pueden elegir (y pagar) prefieren el horario extendido. De nuevo, el mensaje del ciudadano-usuario todopoderoso se topa con la realidad de un servicio en el que sus necesidades quedan en un segundo (o tercer) plano.
Y por último, la fuerza de la costumbre y la inercia en la Administración. Parece ser que la jornada continua nació en algunos centros públicos de Canarias en los años 80 y después se extendió rápidamente a otras comunidades autónomas. Es muy posible que hubiera buenos argumentos para hacer la prueba en un inicio. Pero la pregunta es: si llegamos a la conclusión de que esa prueba no ha salido del todo bien, ¿podremos dar marcha atrás? De nuevo, la evidencia: será muy complicado.
No estoy diciendo que ese problema (las inercias de algo que todos saben que está mal pero se sigue haciendo así por pura costumbre o por no tocar el statu quo) no afecte a la empresa privada. Todos hemos visto en nuestros trabajos cómo hay procesos absurdos que se eternizan. Pero ahí siempre tenemos la disciplina del mercado. Si nos pasamos en ineficiencia, otros nos pasarán la factura. Enfrente, en el sector público, una vez que algo se hace de una manera, es muy complicado cambiarlo, simplemente porque se hace así y modificarlo generará una enorme resistencia: desde el funcionario que ha organizado su vida alrededor de un horario a las complejidades de obtener una mayoría parlamentaria que sería necesaria para aprobar el cambio.
Así que pierdan la esperanza o el miedo. Si les gusta el horario, porque les permite pasar más tiempo con sus hijos o porque prefieren que coman en casa o por cualquier otro motivo, enhorabuena. Si no saben qué hacer para evitar que el niño se apoltrone frente a la tele a las 15:00 de la tarde, mala suerte. Vayan pensando qué hacer en este curso... y en los siguientes.