
En Occidente muchas familias no tienen tantos hijos como antes porque no quieren. Y es una decisión que, les guste o no a algunos, debemos respetar (...) Los datos macroeconómicos y demográficos plantean el siguiente horizonte claro a los españoles y a las españolas: España tiene que elegir entre ser un país abierto y prospero o un país cerrado y pobre, así de simple.
Aunque el debate del miércoles en teoría iba sobre inmigración, en la jornada se colaron muchos otros temas, de la corrupción a las concesiones del Gobierno a sus socios nacionalistas. También, como no podía ser de otra manera, la natalidad. Y en este tema, Pedro Sánchez dijo algo obvio: la ratio de hijos por mujer está cayendo en todo Occidente y no hay demasiado que pueda hacer el Gobierno para remediarlo.
Intuyo que detrás de esta afirmación hay muchas otras razones que se suman el reconocimiento de un hecho incuestionable: desde el poco cariño que la izquierda tiene por la idea de la familia, al deseo de legitimar una política migratoria más que cuestionable o la búsqueda de una justificación parcial para el desastre que está causando el Gobierno en algunas materias clave de la política económica, como la vivienda. También es verdad que puede que sea un argumento que suena bien en tu cabeza, pero que en la práctica es complicado de mantener: en cierto sentido es como si les estuvieras diciendo a las decenas de miles de treintañeros que todavía viven con sus padres o comparten piso en España que su habitación compartida en Carabanchel es consecuencia de que no les interesa demasiado formar una familia.
Dicho todo esto, no hay demasiado que decir acerca de la primera parte de la frase del presidente. Hace unos días, Funcas publicaba su análisis de las cifras de natalidad y una mirada a las mismas deja poco espacio para el engaño. No es la economía la que ha llevado a España al mínimo histórico de 1,12 hijos por mujer en 2023. Sí, hay factores económicos que contribuyen (de la precariedad en el mercado laboral al acceso a la vivienda), pero nos engañaríamos si pusiéramos demasiada atención en los mismos. Por ejemplo, el año pasado "también habrían marcado mínimos Austria (1,23), Bélgica (1,47), Luxemburgo (1,23), Países Bajos (1,43), Suecia (1,45), Finlandia (1,26), Irlanda (1,5) y Lituania (1,18)".
Como vemos, España destaca con fuerza en el desastre demográfico Europeo; y sí, sería mejor tener el 1,45 de Suecia al 1,12 que veíamos antes. Pero no es el paro juvenil o los alquileres carísimos los que explican una tendencia que se repite en prácticamente todos los países del mundo, ricos y pobres. ¿Las razones? Pues hay un poco de todo:
- Las que podríamos denominar técnico-científicas: entre las que destaca el acceso a anticonceptivos.
- Las laborales: siempre pensamos en lo que supuso el acceso de la mujer al mundo profesional. Pero no nos deberíamos quedar ahí (siendo un factor muy relevante, quizás el que más): padres y madres sienten en su veintena y treintena que tener hijos puede ser un freno a su carrera-ingresos.
- Ocio: las alternativas se han disparado de tal manera en los últimos años, especialmente en lo que hace referencia al turismo, que es lógico que siempre pensamos que habrá un momento mejor para tener hijos que el actual. Y sí, con una familia numerosa el viaje a Vietnam es más complicado (y caro).
- Culturales: la importancia que le damos a formar una familia es mucho menor que hace 40-50 años. Simplemente, ya no está entre nuestras prioridades y ya no lo asociamos con una vida plena y completa.
En mi opinión, hay un factor fundamental del que casi nunca se habla, el cortoplacismo, que siempre ha sido un problema de la forma en que pensamos: nos cuesta anticipar que nuestras elecciones actuales, aunque lógicas para los próximos meses, pueden ser negativas en el largo plazo. Todos los que han estudiado (y en la última década han sido muchos) la forma en la que nos manejamos en este asunto coinciden en que nos cuesta mucho tomar medidas ahora que tendrán un fruto positivo en el futuro: de la dieta al ejercicio, todos sabemos que hoy podríamos hacer algo que nos apetece menos que su alternativa (comernos un pastel o una ensalada) y que la consecuencia positiva la disfrutaríamos en unos meses o año. Todos lo sabemos pero pocos lo hacemos, aunque luego nos arrepintamos.
Con los hijos, pasa algo parecido: lo malo de tenerlos lo vemos todos en el día a día. Y se concreta en esas alternativas laborales o de ocio con las que luchan nuestros potenciales descendientes. Igual que dejamos el primer día de gimnasio para mañana, es cómodo dejar la decisión de tener un hijo para el próximo año. Siempre parece que habrá tiempo, hasta que deja de haberlo. Además, hay otro elemento fundamental: es imposible interiorizar lo mejor de tener hijos hasta que los tienes. No basta con que te lo cuenten, ni siquiera vivirlo junto a un amigo o un hermano con hijos: si no los tienes, no sabes lo que significa y lo que te estás perdiendo.
Por todo esto, decíamos hace algunos meses que lo único que puede hacer un Gobierno que quiere mejorar la natalidad es convencer a sus jóvenes de que es bueno (para ellos) que tengan hijos. Si algún partido quiere cambiar esta tendencia, que se deje de la molonga de las guarderías (esa idea de que el problema es que faltan servicios públicos o la vivienda está cara) y vuelva a la guerra cultural. No creo que tenga éxito en esa guerra (se me hace imposible que nuestro país alcance esos 2,1 hijos por mujer que se consideran tasa de reemplazo) pero quizás gane alguna batalla (pasar a 1,5-1,6 hijos y dejar el pódium mundial de la baja natalidad ya sería un éxito).
¿Respetar?
Así que podemos darle la razón al presidente en lo de la decisión de tener menos hijos: ya había comenzado antes de que llegase él al Gobierno, pasa en otros países y no parece que sus políticas hayan tenido demasiada influencia. Lo más cuestionable es el resto.
Lo primero, eso de "tenemos que respetarlo, aunque a algunos no les guste". Que suena bien hasta que analizas el resto de políticas que se están llevando a cabo en Occidente. O hasta que echas un vistazo a cualquier campaña institucional de su Gobierno. Podríamos pensar en otra frase, en otro asunto políticamente incorrecto: "Centenares de miles de mujeres han decidido que no quieren estudiar carreras relacionadas con las nuevas tecnologías en todo Occidente. Y tenemos que respetarlo". ¿Cuál es la diferencia? De las grasas que comemos a lo que debemos enseñar a nuestros hijos, si algo no hacen los gobiernos actuales es respetar nuestras decisiones. Pero justo en esto, y sólo en esto, es mejor que no se metan. Y lo del embudo no nos gusta a nadie. Es un poco como lo de la prostitución y el aborto: que tu cuerpo o tu decisión son tuyos sólo si haces lo que encaja con la visión del mundo de los progresistas europeos.
La segunda pregunta tiene que ver con la neutralidad que se intuye tras las palabras de Sánchez. Para mí, ésta es la clave que todo lo embarra: porque sí, aunque reconozco que no me gusta, al menos sí admito que el desplome de la natalidad tiene poco que ver con lo que han hecho unos gobiernos u otros. Pero que no se rían de nosotros en nuestra cara: el estado del bienestar que defiende Sánchez (y Feijóo) es el mayor ataque a la familia que se recuerda, a la que aspira a sustituir en todas las funciones que ha desempeñado tradicionalmente. Y sí, por supuesto que se podría hacer de otra manera, asegurando que los que menos tienen un acceso a esos bienes, pero sin destrozar los lazos de solidaridad que siempre han caracterizado las redes de apoyo (familiares, vecinales, comunitarias). Esto no es una construcción teórica: en la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, junto con el crecimiento económico y la urbanización, se dispararon los mecanismos de socorro mutuo (de los seguros médicos gestionados por los sindicatos a las pensiones). Todo eso quedó arrasado tras la Segunda Guerra Mundial en el altar uniformador de los estados proveedores. Aquí podríamos entrar en un debate de si es mejor hacerlo así que de forma privada (quizás dejando al Estado un papel subsidiario para casos muy extremos). Pero eso sería una segunda derivada: lo obvio es que ese Estado no sólo no favorece sino que socava la institución familiar en su raíz. De neutralidad, nada en absoluto.
Por último, la teoría de que menos mal que tenemos inmigrantes para sostener ese mismo estado del bienestar. Que me llama la atención que se exprese de forma tan cruda. Uno, por lo que dice sobre el desprecio a los países de origen, a los que nos parece normal quitar a sus mejores trabajadores para quedárnoslos nosotros. En segundo lugar, porque es peligrosísima: si la razón es que contribuyen, podría pensar alguno, entonces quedémonos con los que suman (por ejemplo, los que tienen un empleo) y echemos al resto; la estadística saldría todavía más favorable si sólo permitimos que se queden a los que nos interesan.
Y, por último, por una última obviedad que siempre queda fuera de este análisis. No puedes decir los lunes y los martes en el Congreso que el estado del bienestar redistribuidor está diseñado para proteger a los que menos tienen, a través de transferencias de rentas desde los bolsillos de los más ricos; y luego asegurar el miércoles y el jueves que el colectivo de menos rentas y patrimonio (inmigrantes, especialmente los de los países más pobres) en realidad es contribuyente neto a la caja común. Sería como reconocer que los españoles nos estamos aprovechando de los recién llegados, que no sólo ganan muchísimo menos que nosotros sino que son estafados en el reparto de ayudas y servicios públicos.
Para una vez que Sánchez decía algo que es evidentemente cierto en la tribuna del Congreso... Y todas las conclusiones que sacó eran equivocadas.