No nos enteramos de nada. O no nos queremos enterar, lo que todavía es peor. Lo primero supone ignorancia; lo segundo, cinismo. Vivimos como si lo que tenemos no lo fuéramos a perder nunca, como si fuera algo a lo que tenemos derecho y algún ente sobrenatural nos lo fuera a proporcionar pase lo que pase. Y no.
Comer tres veces al día no es un derecho. Tener calefacción en casa no es un derecho. Conducir en nuestro coche al trabajo no es un derecho. Poder salir al cine o a un restaurante no es un derecho. Que nuestros hijos no se mueran de una diarrea no es un derecho. Que no fallezcamos a causa de la malaria no es un derecho. Nada de esto es un derecho. Es una conquista que hemos hecho a la pobreza. Es algo que nuestras sociedades han logrado a través de siglos de esfuerzo y que muchas otras en el mundo no han logrado. Por eso ellos son pobres y nosotros no. Usted es rico porque ha tenido la suerte de nacer aquí y no allí. No porque usted lo merezca o porque tenga derecho a lo que tiene.
Una de las lacras de occidente consiste en pensar que este elevado nivel de vida que disfrutamos viene de serie. Que nacemos con privilegios entre los que se incluye dormir calentito y comer cuanto queramos. Si le preguntan ustedes a mis hijos, añadirán a esa lista de derechos el móvil, el Spotify, el Netflix y toda una recua de chorradas que nos impiden ver el bosque, permaneciendo hipnotizados en los detalles.
Los países ricos del mundo fueron capaces de dejar atrás la pobreza con instituciones como la libertad, la propiedad privada y la división del trabajo. La receta está clara, solo hay que analizar la historia. Sin embargo, cuando uno vive demasiado bien durante demasiado tiempo corre el riesgo de olvidar las instituciones que le permiten vivir de esa manera. No solo las olvida, sino que llega incluso a pensar que son superfluas, innecesarias o, incluso, contraproducentes. Cuando se cruza esa línea, nos lanzamos hacia una decadencia de la que va a ser difícil salir indemnes.
El capitalismo nos ha traído hasta aquí. Un sistema imperfecto, por supuesto, como todo lo humano. Pero un sistema económico que ha sido capaz de sacar a miles de millones de seres humanos de unas condiciones paupérrimas de subsistencia. Ningún otro sistema puede decir lo mismo. La energía barata y abundante nos ha traído hasta aquí. Una energía que alimentaba la producción de la industria capitalista, de tal modo que la automatización de los procesos y los aumentos de productividad nos han llevado a cotas inimaginables de progreso.
Libertad y energía barata y abundante. Cuando las cosas no se tienen claras, las decisiones que se toman suelen estar equivocadas. Las condiciones económicas de España hace tiempo que son preocupantes. Si alguien cree que apretar a la industria, la banca y las empresas energéticas nos va a llevar a algún sitio que no sea un pozo insondable de pobreza y sufrimiento, se equivoca. Si alguien cree que la fiesta de gasto desaforado del estado se va a solucionar con "impuestos a los ricos", se equivoca. La fiesta la pagaremos usted y yo, que no somos ricos. La fiesta la pagaremos los de siempre, pero los que menos tienen son los que más van a sufrir. No tenga la menor duda. Ojalá pasáramos frío y hambre una temporadita. Igual se nos quitaba tanta tontería de niño malcriado… antes de que sea demasiado tarde.