Siempre me gustó ese dicho que reza que "somos dueños de nuestros silencios, pero esclavos de nuestras palabras". Me gusta porque nos recuerda que tengamos cuidado con nuestras promesas o con aquello que soltamos sin pensar mucho, porque siempre puede haber alguien que nos pase la factura cuando menos lo esperamos. Pero tiene una segunda derivada todavía más interesante. Y es la que tiene que ver con el sentido de lo que decimos. En nuestra cabeza, nuestros pensamientos están rodeados de matices y cada término tiene el significado que nosotros le damos. Una vez que lo verbalizamos, son los demás los que interpretan nuestras palabras y no siempre lo hacen como lo imaginábamos.
Esta semana, por ejemplo, lo hemos visto en EEUU. Escuchaba a un analista cercano a los demócratas en la televisión norteamericana decir que posiblemente el partido se había equivocado en sus mensajes y que buena parte de la sociedad norteamericana no se sentía representada por sus candidatos. O, peor aún, que quizás se sentían excluidos tras leer el programa o las promesas de la formación. El tipo decía que se había puesto a repasar la web oficial del partido y se había encontrado con que había un apartado sobre los colectivos a los que se dirigían sus propuestas: feministas, negros, homosexuales, trans, inmigrantes, personas sin ingresos… Y decía algo así: "Quizás no hemos pensado en que los que no están en ninguna de estas categorías van a pensar que este partido no va con ellos".
Sí, lo pensaron. Si te tiras veinte años diciendo que eres el partido de estos grupos, lo normal es que los que no se sienten parte de ninguno de ellos acabe pensando que no eres de los suyos. Luego, vendrá el politólogo listo a escribir una columna en The New York Times para explicar que lo que querían decir no es que fueran sólo el partido de estos grupitos o que era una forma de reparar pasadas injusticias o… Y los que lean la columna se sentirán reconfortados porque parece que la culpa es de los que no les votaron, porque no supieron entenderlo. Pero, mientras tanto, no les han votado y ellos han perdido las elecciones.
Los mensajes de la DANA
Algo parecido está ocurriendo en España estos días con la DANA. Los mensajes del Gobierno y sus altavoces mediáticos parecen diseñados por algunos de sus peores enemigos. Es cierto que a ellos les parecerán eficaces a corto plazo, porque descargando toda la culpa en el Gobierno valenciano (que no se ha caracterizado por su pericia, eso es cierto) aparentemente se salvan de la quema. No lo tengo tan claro. De nuevo, una cosa es lo que dices y otra lo que interpretan los que te escuchan. Tengo para mí que, en este caso, el mensaje subliminal que aparece tras los tres grandes lemas del Gobierno se les volverá en contra más pronto que tarde.
Lo primero, esa idea de "no podíamos hacer nada, esto era competencia de Mazón". Puede que te sirva para salir indemne de un par de ruedas de prensa. O para que tus tertulianos de cabecera den un par de respuestas aparentemente contundentes sobre el horario de las llamadas y los mensajes de alerta. Pero a medio plazo es demoledor.
Parecería que el mensaje lo hubiera diseñado un estratega de Vox. Si el problema era de competencias, si el Gobierno central no fue capaz de actuar porque no le daban permiso desde Valencia o si la UME estaba acuartelada porque en Defensa no habían recibido la petición de la consejería de turno... entonces es que tiene razón Abascal y hay que acabar con el estado de las autonomías más pronto que tarde. Yo cada vez soy menos centralista-jacobino (sí, me cargaría las autonomías, pero para reforzar a diputaciones y ayuntamientos, aunque éste es otro tema), pero si en el mayor desastre que ha sufrido España en las últimas dos décadas, el caos de gestión se puede atribuir a una discusión sobre quién debe actuar, entonces lo que falla es el sistema, no la persona que pidió o no ayuda en tiempo y forma.
Porque, además, esto de culpar a Mazón tiene las patas muy cortas. En una empresa el principal responsable es el CEO. De ahí para abajo, todos siguen órdenes. Si se pierde una cuenta de un cliente importante, quizás puedas contener daños echando al responsable de esa cuenta. Pero si el problema es que las ventas caen un 50% por una campaña de publicidad mal diseñada, suena fatal que digas que, aunque no te gustaba la campaña, no actuaste por no invadir el espacio del responsable de marketing. Que alguien con el poder de un presidente del Gobierno (y tenemos muy cerca los años de la pandemia como para olvidar ese poder y cómo lo usó Sánchez) ahora ponga cara de "eso no va conmigo"... apesta.
En el fondo, más que voxero, el mensaje tiene tintes casi anarquistas: no puedes estar años diciendo que no sólo es legítimo, sino justo y eficiente cobrarle a las clases medias el 50% de lo que ganan (y sí, para los que tienen sueldos brutos a partir de 35.000-40.000 euros, ése es el nivel mínimo de tributación; y para los que ganan menos, el nivel no es tan alto, pero también es bastante elevado), para luego darte mus el día en el que más te necesitan. Será muy difícil mantener este discurso sobre la presión fiscal tras este colapso.
Si algo justifica al Estado es precisamente las emergencias: de hecho, éste es el argumento estrella con el que le rebaten al que señala las ineficiencias o rigideces de la administración. Como esto último es obvio y no puede negarse, lo que vienen a decirnos es que al menos gracias a ese mismo Estado todos tenemos una red de seguridad, una última red de apoyo, para cuando las cosas vayan realmente mal. Si el día que todo colapsa tú también fallas (y si, además, lo achacas a un tecnicismo sobre competencias), tu legitimidad se viene abajo. Ni Hayek ni Mises: si alguien quiere formar libertarios, que les pase los argumentarios de Moncloa-Ferraz de los últimos diez días.
Los protocolos
El segundo mensaje podríamos resumirlo en algo así como "los protocolos se cumplieron, los organismos que debían avisar, lo hicieron por los cauces reglamentarios". Otra de esas frases que sólo suenan bien en la cabeza del que la está pensando.
De nuevo, parece que el único objetivo es exculpar al Gobierno. Como los principales organismos (en este caso, todo el mundo mira a la AEMET y a la Confederación Hidrográfica del Júcar) hicieron lo que se había diseñado, no hay mucho más que hacer por aquí. Y lo primero que se le ocurre a cualquiera es que entonces el problema es de esos absurdos protocolos. De lo poco sensato que he escuchado estos días ha sido una entrevista a un responsable de la AEMET que decía algo así como "algo hemos debido hacer mal entre todos, porque el martes por la mañana todo el mundo hacía vida normal en Valencia". El hombre no culpaba ni a unos ni a otros. Simplemente, recordaba algo obvio: los avisos no habían funcionado, o porque no habían sido claros o porque no habían llegado a la población o porque no habían sido creídos. En cualquiera de los casos, había que darle una pensada a por qué había pasado esto.
Este punto es tan malo que convierte algo en lo que tampoco había mucho que criticar al Gobierno (Sánchez puede ser culpable de muchas cosas, pero no de si tal o cual organismo mandó la alerta a tiempo o lo hizo de la manera adecuada) en el mejor argumento para los que le acusan. En primer lugar, porque parece cada vez más claro que uno de los problemas de lo que ocurrió en Valencia es el concepto de "alerta": si todo es alerta (y revisen cuántas alertas meteorológicas hemos tenido sólo en el último año en España) nada lo es. Si los mapas del tiempo están pintados de rojo infierno en agosto porque hace 35 grados, es lógico que un par de meses después ese color ya no parezca tan amenazante.
Además, esto de las alertas nos lleva al meollo de la cuestión: más allá de si se avisó o no, aquí la clave es por qué se desbordó el cauce de la Rambla del Poyo. Y ahí aparece la parálisis en la construcción de infraestructuras hidráulicas en España en los últimos treinta años. No creemos que al Gobierno (a la izquierda en general) le interese abrir ese melón.
Los que limpian
Por último, el más absurdo de los mensajes que los voceros gubernamentales están propagando estos días: esa acusación generalizada de que los que están detrás de los incidentes en Paiporta o Catarroja son de extrema derecha. Lo sacaron el pasado domingo, para intentar minimizar los insultos (que fueron sobre todo a Sánchez) y todo lo demás que ocurrió en la visita de los Reyes, Sánchez y Mazón.
El problema es que es mentira (como se está viendo en la lista de detenidos) y la idea que vuelve a instalarse es la contraria de la que te interesa. Porque los que te insultaron son los que estaban limpiando; así que, si esos son de derechas, eso no está muy lejos del típico tuit que asegura que sólo los de derechas están limpiando. Luego vendrá la portavoz del Gobierno a explicarnos que no querían decir eso, que eran sólo una minoría, que en realidad el pueblo de Valencia sí está con ellos, que la izquierda también es solidaria… Pero en el imaginario del españolito medio lo que queda es a la derecha limpiando y a la izquierda manifestándose contra Mazón.
Mejor les iría si antes hacen una llamadita al equipo de Kamala Harris y les preguntan por si están analizando qué ha ocurrido. Aunque tampoco esto les asegura nada. Por lo que leo en la prensa americana estos días, la mayoría de la izquierda norteamericana está tan perdida como la nuestra. Su esperanza es que lo que tienen enfrente y los mensajes que mandan tampoco es que sean como para generar demasiada ilusión (en España, lo de la capacidad de comunicación de la derecha lleva veinte años siendo un drama y no tiene pinta de que eso vaya a cambiar con la Dana).