Decía Heráclito que lo divergente está de acuerdo consigo mismo, que es una armonía de tensiones opuestas. Dos mil quinientos años después parece que quisiéramos revivir esa doctrina, puesto que vemos –día sí, día también– cómo nuestros líderes políticos son capaces de defender una cosa y su contraria, de manera simultánea. Como si dando vaivenes continuos fueran a encontrar una suerte de equilibrio, de armonía, en el seno de un ying-yang que únicamente la irracionalidad política puede comprender.
Son capaces de hacer público un plan energético en el que postulan que los españoles vamos a comprar cinco millones de coches eléctricos en los próximos cinco años cuando la realidad es que, en lo que va de año, no se han vendido ni siquiera cincuenta mil vehículos eléctricos. La distopía es tal, que nuestros propios dirigentes son los que boicotean con una burocracia absurda el desarrollo de la red de cargadores necesaria para que el vehículo eléctrico prospere con celeridad.
En otro ejercicio de difícil lógica, colocan al vehículo eléctrico en la base de la electrificación de la economía y, al mismo tiempo, deciden aumentar drásticamente los aranceles para la importación de los coches eléctricos de China. De este modo, condenan a todos los ciudadanos europeos a pagar más caros estos vehículos, dificultado su venta. Y lo hacen los mismos que dicen pretender fomentarla. Heráclito estaría maravillado.
Sin salirse del ámbito energético hay innumerables ejemplos. Esos mismos líderes políticos lanzan a los cuatro vientos sus relatos sobre la transición energética, el cambio climático y las emisiones de CO2. Al mismo tiempo, llevan en sus programas electorales el cierre de las centrales nucleares, que producen más del 20% de la electricidad del país sin emitir gases de efecto invernadero. No es que no vean la contradicción, es que tienen fines más "elevados" que nosotros no comprendemos.
Son también los mismos líderes que dicen apostar por la tecnología y el I+D. Los que abogan por la digitalización y quieren atraer inversión en centros de datos. Al mismo tiempo hacen planes para el desarrollo de redes eléctricas incompatibles con esas inversiones y cierran centrales nucleares absolutamente necesarias para producir la electricidad que esos centros de datos necesitan de manera continua.
En otros países no andan tan perdidos, lo tienen todo mucho más claro. Las grandes empresas tecnológicas están firmando contratos con centrales nucleares para asegurarse un suministro exclusivo de electricidad. Algunas incluso, como Microsoft, van a conseguir que se vuelvan a arrancar centrales nucleares que habían cesado ya su operación. Porque la calidad de la energía nuclear es muy difícil de igualar y las necesidades de las nuevas economías digitales lo saben.
Quienes no lo saben, porque no se quieren enterar, son los de siempre. Los que andan más preocupados por enarbolar banderas ideológicas que por los intereses de los ciudadanos. Los que viven al margen de la realidad en un constructo doctrinal únicamente apto para adeptos de razón abducida. Esos que harían cualquier cosa por detentar el poder, siempre en beneficio propio, contra todo y contra todos. Esos que usted ya sabe.