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Josu Jon Imaz ofrece en Davos una alternativa a Von der Leyen... y Trump

Si el mañana de Europa es presumir de su ayer, pronto pasará de parque temático y balneario a pedir la eutanasia.

Si el mañana de Europa es presumir de su ayer, pronto pasará de parque temático y balneario a pedir la eutanasia.
El CEO de Repsol, Josu Jon Imaz. | Europa Press

Rara vez, si alguna, hay ocasión de comentar la posición ideológica de alguno de los héroes del silencio que pueblan, o despueblan, a gusto de Sánchez, el Ibex 35. La razón es que su publicidad se ha identificado con la del Gobierno, que es la de la Agenda 2030, llegando a extremos suicidas. Y no es habitual que el presidente de una empresa vaya contra su publicidad. Sin embargo, de vez en cuando, alguno de ellos habla, se le entiende y, en algún caso, que linda con lo milagroso, discrepa radicalmente de la política energética española y la de la UE. Porque la energía, léase su precio, es la clave de cualquier economía, y ningún país depende tanto de eso como España, país de servicios y hasta ahora, un gran vendedor de coches.

España necesita más energía que la media de la UE

Hace muchos años, en ABC, el añorado Don Juan Velarde cifró en 1'2 la unidad de energía que necesita España, siendo 1 la media europea. Es decir, que el turismo hijo de nuestro clima y motor de nuestra fortuna, gasta más energía que la media de la UE en mantener su crecimiento. Sin embargo, desde entonces, sobre todo con los gobiernos del PSOE y sus socios izquierdistas y comunistas (ERC, Bildu, Podemos, Sumar, BNG, Compromís), la política energética puede resumirse en destruir los medios fundamentales en la producción energética (nuclear, hidrológica), en favor de las llamadas energías renovables, prueba de servidumbre ante el dogma del cambio climático y el culto a su fetiche preferido: el coche eléctrico.

Por eso tiene especial relevancia que el CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, haya planteado en Davos, frente al comisario danés de turno en la UE, perfecto personaje para la "Genealogía de los modorros" de Quevedo, las cuestiones que, al menos, los políticos que se dicen defensores del libre mercado deberían situar en el eje del debate público. Imaz no quiso negar ese "cambio climático" en el que cree menos que un cubano en el Papa. Ni cargar contra la descarbonización, otro dogma de baratillo, aunque a la vista está cómo Alemania, con la siniestra Merkel, cerró sus nucleares, se vendió al gas ruso y ha tenido que reabrir sus viejas minas de carbón para oprobio de los "verdes" que consideran ecológico el petróleo de Putin si lo vende Greenpeace. Se centró en lo suyo: el diesel y los biocombustibles, que no son elucubraciones de amigos del Planeta Melón, sino realidades y puestos de trabajo, como los que crea la inversión de Repsol en Cartagena.

El reto intelectual e industrial de Josu Jon Imaz

Imaz es científico de formación, político efímero y lector sólido, que prefiere un libro con datos fehacientes a las superficialidades periodísticas al uso. Y como el coche eléctrico, al que le pone pegas hasta Elon Musk, es el ídolo al que se ha sacrificado el paisaje europeo para los molinos eólicos y los coches baratos en favor del carísimo —para el comprador y para el que, rehén de los políticos, debe subvencionarlo con sus impuestos—, se centró en ese ídolo con un dato inapelable: un coche diésel con el combustible de nueva generación contamina muchas veces menos que un coche eléctrico, que dura poco y cuyas baterías no desaparecen jamás. Y, naturalmente, invitó a responderle con datos, no con teorías. La respuesta del danés fue la típicamente totalitaria de la Agenda 2030: vamos a seguir apostando por las energías renovables. Pero si no es para evitar la contaminación, y si la contaminación es el único argumento para cambiar el modelo productivo europeo, que nos ha llevado a la ruina, ¿qué subvencionamos, y para qué?

Ese fue el momento clave, no sólo de la tenida de Davos, convertida en fosfatina por el soberbio discurso de Milei y las advertencias de Trump, sino de lo que debería ser el debate realista sobre los efectos de la Agenda 2030 y su gemela la cumbre del Clima. Imaz le dijo al danés Sorensen que si "prohibimos" o "cerramos la puerta" al coche de combustión no se consiguen los resultados buscados y sí otros, como el envejecimiento del parte automovilístico y lo que ello supone de peligro para las vidas de los ciudadanos. Ya se sabe que para un ecologista vale más la vida de la víbora cornuda que la del humano, pero, aun así, los políticos deberían evitar la chulería burocrática que exhibió el danés, propia de Podemos, los Verdes o los bordes de Bruselas. Como un teórico de la discriminación positiva para arreglar entuertos del pasado creando desigualdades legales en el presente, dijo que los combustibles fósiles se han beneficiado durante décadas de una regulación favorable, algo falso, porque no había alternativas y porque las verdes que se han orquestado han fracasado en descontaminar el medio ambiente y, a cambio, han hundido la industria y la economía.

Y al final, como Sánchez o cualquier demagogo, volvió al mantra: el desafío es "el cambio climático" y "sí, vamos a tomar decisiones que van a favorecer tecnologías que lo combaten. O sea, no hay razones que oponerte, pero no pensamos hacer caso a nadie. Imaz insistió: si se busca la reducción de emisiones, hay que cuantificar exactamente la que produce en su ciclo de vida cada tecnología. No se puede descartar ninguna. En rigor, la burocracia ha descartado todas las alternativas, sin siquiera discutirlas.

En otro momento digno de Milei, Imaz recordó lo que los presentes deben al petróleo y sus derivados: "Para venir aquí en avión, fabricar este micrófono o esta alfombra, tenemos que seguir produciendo, porque sois consumidores, y, al mismo tiempo, reducir la huella de carbono". Por supuesto, el 9% de la población mundial que representa la UE, nada puede contra la huella de carbono del otro 91% y que, como tiene más niños y la energía más barata, seguirá aumentando esa diferencia, de población y de producción, que ha hundido Europa. Y la clave es la dictadura ecologista.

El agotamiento y el aburrimiento de la UE

Gran Bretaña no aprovechó el Brexit para bajar impuestos y liquidar las infinitas regulaciones de Bruselas, así que su crecimiento, que debería ser irlandés, será poco más que alemán. Y el de la antaño locomotora europea será poco más que cero. Como Francia. España se conforma con endeudarse a la argentina, pero la anterior a Milei.

Ayer, Ana de Palacio, agotada de remendar inútilmente el agujero de los demócratas norteamericanos y avisarnos contra Trump, reconoció que el discurso de la reelegida Ursula Von der Leyen ha sido decepcionante, incapaz de ofrecer ninguna alternativa al estancamiento económico, que es hijo de esa parálisis política e ideológica que hace de la UE el enfermo de la economía mundial. Ursula tenía un poni para sus nenes al que mató un lobo, luctuoso imprevisto que le hizo matizar su idea sobre la fiera. Lo que no ha cambiado es su capacidad de hacer el ridículo: para plantar cara a Trump, citó como socios comerciales antes que a América a China y la India, a la que viaja la nueva dirección de la UE, que es la de siempre. O sea, que la UE aspira a convertirse en una confederación de países BRICS.

La única solución: energía barata y menos impuestos

¿No tiene solución esta ruina de la Unión Europea? Por supuesto que sí: la misma contra la que ha reaccionado el electorado en los USA y Argentina. Primero, acabar con los dogmas medioambientales que de ambientales no tienen nada, como prueban las tragedias de Valencia y Los Ángeles. Luego, rectificar la política energética y volver a las fuentes clásicas, las nucleares, y modernas, los biocombustibles a los que, como Imaz en Davos, se refiere en su último libro Alessia Putin. Y tercero y esencial: un baño de realidad, una ducha antiprogre, una zambullida en las novedades tecnológicas que, aparte de la Inteligencia Artificial, apuntan al futuro. Dijo el poeta: "No está el mañana en el ayer escrito". Pero si ya no se enseña ni se aprende a escribir, si el mañana de Europa es presumir de su ayer, pronto pasará de parque temático y balneario a pedir la eutanasia. Y si no, se la aplicarán. Y el Doctor Muerte no será Trump, sino Xi Jin Ping, Putin y el narco venezolano. Para volver a una alianza de democracias liberales con los USA —¿con quién, si no?— hay que recordar el pasado de Europa cuando era el futuro. Y europeos son Washington o Buenos Aires, ¿por qué no seguir su ejemplo? No es que sea deseable, que lo es en clave liberal, es que no tenemos otro remedio. O no podremos quejarnos cuando Gengis Khan desfile en París

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