
El Instituto Juan de Mariana ha publicado otro informe imprescindible. En esta ocasión, sobre la "asfixia empresarial": los costes para las empresas españolas de la creciente burocracia que las acecha.
Las cifras son espeluznantes. Y lo peor es que suenan a ciertas. Lo que quiero decir es que estos cálculos son siempre, por definición y no pueden ser de otra manera, imprecisos. ¿Cómo calculas todos los costes? Siempre se podrá poner algo más o algo menos. En este caso, no parece que estemos exagerando: un impacto cercado al 3,5% por las trabas al mercado único en Europa más otro tanto por las limitaciones regulatorias entre CCAA. Los autores lo cuantifican en unos 90.000 millones de euros, más de 4.600 por familia.
El informe recuerda que el 36% "de la actividad económica desarrollada en España se da en sectores afectados por una carga regulatoria y burocrática excesiva". ¿Sólo el 36%? Por eso digo que no exageraban; si acaso, se quedan cortos; y se fija en nuevos desarrollos, como la regulación verde o la de igualdad de género. Además, nos recuerda todos los tipos de carga normativa, desde "requisitos burocráticos, obligaciones tributarias, obligaciones contables, procedimientos medioambientales e instancias de otro tipo". Por supuesto, no podemos olvidar los más de 200 modelos de obligaciones tributarias, con sus correspondientes normas. Si le parece un infierno presentar su IRPF, le animo a que un día se pase por la oficina de su amigo, el de la pyme, y le eche un vistazo al papeleo que tiene que preparar cada mes.
Pues bien, a pesar de todo, estoy convencido de que todo esto es lo de menos. Sí, es muy importante, pero lo es más lo que se queda atrás. Lo que no vemos. Lo que ni siquiera hay nadie que sienta. Lo que simplemente se evapora.
Virtudes y vicios
Una de las autoras que más ha influido en mi forma de pensar en los últimos quince-veinte años ha sido Deirdre McCloskey. Su tesis (por ejemplo, en su trilogía sobre las Virtudes Burguesas o en el más accesible Déjame solo y te haré rico) es que la principal razón por la que Europa despegó, poco a poco a partir de la Edad Media y luego, con más fuerza, desde el siglo XVIII en adelante, hay que buscarla en los valores. No en la geografía (aunque pudo ayudar) ni en un marco institucional menos restrictivo (estados más pequeños, jurisdicciones en competencia, facilidad para huir de los estados menos eficientes), ni en la tecnología (que es más la consecuencia que la causa) y ni siquiera en la acumulación de capital (de nuevo, cree que es más un efecto, no el factor que lo origina todo). En su opinión, la clave hay que buscarla en los valores: esa idea de que intentar mejorar día a día no estaba penalizada, que dedicarse a los negocios era una ocupación tan respetable como cualquier otra, que querer enriquecerse no era malo, que retar al poder establecido era elogioso... Y su correlato en esas virtudes burguesas de las que tanto habla: ahorro, frugalidad, trabajo duro, querer dejar un legado a los que vienen detrás, etc.
Intuyo que alguien se preguntará qué tiene que ver todo esto con la asfixia burocrática. Pues más de lo que parece. La clave de esas virtudes que celebra McCloskey es que hacen que pienses en una opción que antes no estaba. Todo gira alrededor de ese joven en Utrecht, Florencia, Manchester, Barcelona o Brujas que en el año 1300 pensaba qué quería ser de mayor y al que se le pasa por la cabeza ser empresario. Luego lo será o no. Puede que nunca cumpla sus sueños, pero la idea está ahí. La riqueza perdida no es sólo la de los empresarios a los que alguna decisión injusta priva de su negocio; esos también merecen nuestra mirada. Pero lo peor para la sociedad que lo sufre es esa riqueza etérea que nunca se llega a generar porque ni siquiera está sobre la mesa la posibilidad.
En este sentido, es cierto que lo más importante de lo que nos enseña McCloskey es lo de los valores; pero también me gusta que nos desnumeriza el pensamiento. Nos dice que no sólo pensemos en cifras, tablas o estadísticas. Y que comencemos a mirar lo que no se ve, porque es inasible. Por ejemplo, en los proyectos que no salen no por el coste burocrático, sino porque ni siquiera pensamos en ellos. Hablando a veces con amigos empresarios, me dicen que no es para tanto. Bueno, no, rectifico: me dicen que esto es un infierno, pero también que merece la pena.
El mensaje podría resumirse como: "Sí, esto es tan horrible como te imaginas, pero al final te acostumbras. No puede ser que un sueño se quede sin cumplir por la burocracia. Entonces ganarían los malos".
Y aquí es donde retomo lo de los proyectos en los que no pensamos. Puede que mucha gente quizás se diera cuenta que no es para tanto si se lanzara. Pero no se lanzan, como si no fuera para ellos. Ni siquiera es miedo a lo desconocido, es simplemente no tener esa opción en la cabeza.
Arruinar la vida a los que ya están y a los que se lo están planteando nos cuesta 90.000 millones. Pero que haya muchos que ni lo piensen... eso es muchísimo más caro.