
Cuando en Europa se habla de "euro", se piensa inmediatamente en la moneda única gestionada por el Banco Central Europeo, los pactos de estabilidad presupuestaria y la arquitectura institucional de la eurozona. Sin embargo, hay un país que lleva más de dos décadas utilizando el euro, a pesar de que no forma parte de la Unión Europea ni de la Eurozona. Es el caso de Montenegro, que ha ensayado la dolarización, pero a la europea.
Lo que a primera vista podría parecer una anomalía es, en realidad, un valioso experimento de libertad monetaria que, de hecho, pone de manifiesto lo innecesario que es el activismo monetario de los bancos centrales, a menudo presentados ante la opinión pública como una suerte de alquimistas cuya intervención en los mercados es fundamental para modular los ciclos económicos.
El caso de Montenegro no deja de ser un ejemplo de dolarización, pero en el Viejo Continente y con la moneda única como protagonista. La historia comienza en los años 90, en medio del colapso de Yugoslavia y de la hiperinflación devastadora que acumuló el muy depreciado dinar. Frente al caos monetario y la desconfianza hacia las autoridades, los ciudadanos de Montenegro comenzaron a utilizar marcos alemanes de forma espontánea.
Este proceso fue tan generalizado que, en el año 1999, el gobierno montenegrino optó por legalizar de facto esta dolarización, desplazando oficialmente al dinar. Apenas dos años después, el marco alemán quedó sustituido por la entrada en funcionamiento del euro, y Montenegro abrazó la moneda europea sin pasar por los trámites ni los requisitos de Bruselas.
Esta eurización unilateral —es decir, adoptada sin acuerdo formal con la Unión Europea o el Banco Central Europeo— permitió al país estabilizar su economía, reducir la inflación a niveles similares a los de las economías más sólidas del Viejo Continente y atraer inversiones merced a un perfil de riesgo más moderado que el de otras economías de la zona.
Al renunciar a una moneda propia, Montenegro también renunció a la tentación de manipularla. En otras palabras, blindó su economía frente a la irresponsabilidad fiscal y monetaria que tantos estragos ha causado en aquellas democracias en vías de perfeccionamiento cuyos gobernantes optan por la impresión de divisa como una forma de maquillar el magro desempeño de sus economías.
Menos inflación y mejor financiación
En 2001, Montenegro tenía una inflación del 26,5%. Diez años después, en 2011, el IPC había caído al 3,45%. Llegado el año 2021, el incremento anual de los precios era del 2,41%. El dato más reciente, para 2024, arroja una tasa de incremento del 3,3%. Comparativamente hablando, la vecina Serbia, donde se sigue empleando el dinar, alcanzó una inflación del 95% en 2001, del 11,1% en 2011 y del 4,1% en 2021.
La eurización no solamente ha traído consigo una menor inflación, sino que, además, el acceso a financiación bancaria es ahora mucho más generalizado en Montenegro que en Serbia, puesto que el crédito interno al sector privado supone el 60% del PIB en el primero de estos dos países, marcadamente por encima del 45% alcanzado en el segundo.
La inversión extranjera directa también es más alta en Montenegro, donde asciende al 10,8% del PIB, que, en Serbia, donde se reduce al 6,3%. La llegada de capital foráneo equivale a 89 dólares per cápita en Serbia, frente a los 210 dólares por habitante que logra Montenegro. El menor riesgo cambiario y la estabilidad monetaria actúan como anclaje para facilitar estos flujos de inversión transfronteriza.
La ausencia de un banco central no ha hecho que el coeficiente de adecuación de capital sea menor en Montenegro, donde alcanza un 19% que iguala los niveles apreciados en Serbia. Lo mismo supone con los niveles de morosidad bancaria, que son del 4% en Montenegro, apenas un punto por delante de las cotas alcanzadas en Serbia, de modo que tampoco en este indicador se dan grandes diferencias a pesar de la ausencia de política monetaria activa en el caso montenegrino.
Una reforma radical
¿Significa esto que Montenegro no tiene política monetaria? En efecto. Sin embargo, aunque esto puede sonar chocante, la evidencia es que la trayectoria del país muestra que tal circunstancia no es una debilidad, sino una fortaleza. En la práctica, lo ocurrido en Montenegro demuestra que la economía puede funcionar sin banco central propio y que las "devaluaciones competitivas" o la monetización del déficit a través de "expansiones cuantitativas" son herramientas total y absolutamente prescindibles.
Como bien explicó Friedrich Hayek, la estabilidad monetaria no requiere de un monopolio estatal, sino de reglas claras y previsibles que permitan que sean los agentes económicos los que lleven las riendas de la producción. En este sentido, no hay señal más clara que puedan mandar las autoridades que renunciar al poder de emitir dinero, aceptar la divisa que la población asume como propia y abstenerse de interferir en los fenómenos que surgen en torno al dinero y la oferta y demanda del mismo.
Los críticos de la dolarización suelen argumentar que limita la capacidad de respuesta de los gobiernos ante las crisis. Sin embargo, tanto en Montenegro como en países dolarizados como Panamá vemos que los ciclos económicos han tendido a ser mucho más suaves que en economías comparables. Al no poder recurrir a la impresión de dinero, el ajuste debe venir por la vía real: reformas estructurales, disciplina presupuestaria y competitividad. En lugar de anestesiar los problemas con inflación, se enfrentan de cara. No es casualidad que Montenegro, con todos sus retos, haya mostrado tasas de crecimiento razonables y una inflación contenida incluso en contextos de elevada incertidumbre internacional.
En Hispanoamérica, resulta asimismo llamativa la experiencia de Ecuador, que sufrió políticas muy radicales bajo gobierno del socialista Rafael Correa, pero esquivó la hiperinflación apreciada en Venezuela gracias a la dolarización que entró en vigor a comienzos del siglo XXI, cuando el país andino abandonó el sucre, cuya manipulación por parte de los sucesivos gobiernos del país condujo a un escenario de hiperinflación.
Por supuesto, la eurización también implica algunos retos para Montenegro. Por ejemplo, la falta de acceso directo a la liquidez del BCE puede complicar la respuesta ante shocks externos que afecten al sistema financiero, pero este riesgo se puede ver mitigado si el sector funciona con la prudencia que le es propia a aquellas entidades que saben que no podrán acudir a un prestamista de última instancia.
El caso de Montenegro plantea una pregunta incómoda para muchos países con monedas débiles, sistemas financieros precarios y bancos centrales capturados políticamente. ¿Acaso no es mejor renunciar a la soberanía monetaria que tantos problemas les trae, a cambio de adoptar una moneda de mejor desempeño que ofrece, en el medio y largo plazo, mucha más estabilidad, como han comprobado los montenegrinos?