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Carlos Sabino

Anclados en el pasado

Buena parte de la región se encuentra en una especie de callejón sin salida: sus ideas no les permiten avanzar, pero la necesidad de obtener resultados concretos tampoco permite dar marcha atrás

La opinión pública latinoamericana parece creer, en términos generales, que el llamado "neoliberalismo" ha fracasado en la región. Así lo prueba el giro a la izquierda que han dado, en los últimos años, una buena parte de esos países, eligiendo gobiernos que no tienen el menor interés en proseguir la etapa de reformas que tuvo su auge hace aproximadamente una década y que se inclinan ahora más hacia la redistribución de la riqueza que a la creación de nuevas oportunidades para el crecimiento.
 
¿Por qué ha sucedido este viraje, que contradice las tendencias más profundas de la economía mundial y que nos retrocede a fracasadas políticas populistas que se pusieron en práctica en décadas pasadas? ¿Por qué los votantes se han decepcionado tan pronto con un camino que apenas si empezábamos a recorrer y que, en la práctica, había dado ya algunos frutos bastante positivos? Las razones son variadas porque compleja es la realidad de nuestros pueblos, pero no faltan claves para comprender la situación.
 
Las reformas orientadas hacia la apertura de nuestras economías, imprescindibles en la situación crítica que se vivía durante los años ochenta, fueron adoptadas como salidas de emergencia a la crisis que se vivía y, en la mayoría de los casos, no tocaron más que los aspectos superficiales de nuestros problemas. Se mejoraron los equilibrios fiscales, se logró controlar la inflación y se produjeron privatizaciones que dinamizaron la economía, permitiendo en varios países tasas de crecimiento alentadoras. Pero las reformas nunca alcanzaron la etapa de los cambios estructurales: no tocaron los rígidos mercados laborales ni destruyeron la maraña de regulaciones que ahogaban nuestras economías, y descuidaron por completo los aspectos institucionales y políticos que son indispensables para favorecer la inversión y propiciar el crecimiento sostenido. Es más, con economías más abiertas, pero todavía endebles, América Latina tuvo que soportar varios episodios críticos que, como los provenientes del Sudeste Asiático o de Rusia, produjeron períodos recesivos bastante marcados.
 
En esas condiciones, y sin una convicción real respecto a la necesidad de completar el ciclo de reformas, la gente comenzó a reclamar políticas que resolvieran sus problemas de corto plazo. Adquirieron otra vez fuerza las propuestas de la izquierda y se escuchó otra vez la prédica, que ya parecía desacreditada, del viejo estatismo económico y el populismo.
 
Pero los gobiernos y los líderes que intentan ahora este peligroso retorno se encuentran en una desagradable disyuntiva: tienen que responder a este mandato pero deben, a la vez, hacer crecer las economías para lograr que la gente quede satisfecha. Porque no se puede dar lo que no se tiene y los estados de América Latina, que no son ricos porque no lo son sus pueblos, no pueden repartir a manos llenas –como quisieran sus dirigentes– una riqueza que todavía no se ha creado.
 
No se puede hacer una política social como la de los europeos cuando se tienen los ingresos del Ecuador, Bolivia, Paraguay o Guatemala: para eso hay que potenciar un desarrollo económico que sólo puede basarse en el ahorro y la inversión, en la formación acelerada de capital. Para lograr esto, sin embargo, es preciso crear un clima propicio –que por supuesto no es fomentado por los arrebatos revolucionarios o los discursos socialistas– encarar con seriedad las reformas pendientes y, además, tener algo de paciencia.
 
Buena parte de la región se encuentra en una especie de callejón sin salida: sus ideas no les permiten avanzar, pero la necesidad de obtener resultados concretos tampoco permite dar marcha atrás, pues es fácil reconocer, aún para quienes siguen anclados en el pasado, que el viejo nacionalismo económico, el endeudamiento desmesurado de estado y los ataques a la propiedad privada sólo generan mayor pobreza. Sólo cuando por la propia experiencia se comprenda que estos caminos no llevan a ninguna parte y que hay que liberar nuestras sociedades de la opresiva tutela del estado podrá emprenderse la tarea siempre postergada de acercarnos a la prosperidad que todos deseamos.
 
© AIPE
 
Carlos Sabino es corresponsal de la agencia AIPE 

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