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Emilio J. González

El problema es el Estado

además de llevar a cabo las reformas estructurales y laborales que propone, la Unión Europea necesita reformar su mentalidad, su forma de actuar, impregnada por un estatismo que es la verdadera raíz de los males que padece

El ministro de Finanzas británico, Gordon Brown, acaba de lanzar un alegato, publicado por el Financial Times, contra el modelo socioeconómico de la Unión Europea, al que acusa de ser incapaz de promover un crecimiento económico como el de China, India o Estados Unidos y, por supuesto, de generar empleo. Según Brown, el “viejo” sistema económico “no funciona” y “ha llegado la hora de pasar a la acción”. Desde luego, no hay más que echar un vistazo a la debilidad de la actividad productiva europea o a las cifras de desempleo para comprender que Brown, en su denuncia, tiene razón. Pero conocido el mal, hay que identificar su causa para poder erradicarlo y esta no es otra que el excesivo peso del Estado en la economía y la sociedad europeas.
 
Para resolver los problemas de la Unión Europea, Brown recomienda en su artículo, entre otras cosas, que se complete el mercado único en los sectores de energía, servicios, telecomunicaciones y financieros. Si alguien cree que todo el trabajo ya esta hecho en este sentido no tiene más recordar la actitud de las autoridades italianas contraria a que el BBVA adquiriese la Banca Nazionale del Lavoro, o las denuncias constantes de la Comisión Europea contra Francia para que abra su sector eléctrico. Pero todo esto no es más que el reflejo de un mal mucho más profundo. Si el mercado único no se ha completado en industrias tan importantes como las anteriores es porque los Gobiernos han deseado mantenerlas bajo el control del Estado, bien mediante regulaciones y actuaciones directas que impidan la entrada de competidores, bien mediante la presencia del sector público en las compañías. Y este es el verdadero quid de la cuestión. Europa pide y espera mucho del Estado y el propio Estado se encarga de fomentar esa cultura, esa forma de pensar, que justifica su presencia en casi todos los ámbitos de la vida económica y social de la Unión Europea.
 
El Estado, sin embargo, es un mal gestor porque sus actuaciones no se guían por el principio de la eficiencia económica, sino por un complejo entramado de intereses particulares sociales y políticos tanto más fuertes cuanto mayor sea la presencia estatal en la sociedad europea. De esta forma, muchas industrias y sectores productivos permanecen al abrigo de la competencia, a costa de los consumidores y de otras empresas que tienen que pagar esta protección en forma de precios mayores e impuestos más altos, al tiempo que desaparecen los estímulos necesarios para que las compañías sean competitivas, cosa que no sucede con las empresas estadounidenses, hindúes o chinas que basan su éxito, precisamente, en su capacidad para abrirse camino y defenderse en unos mercados globalizados en los que la competencia ha alcanzado niveles nunca antes conocidos.
 
El Estado, incluso, es ineficiente a la hora de llevar a cabo tareas que le son más propias, por ejemplo, en el campo de la investigación y el desarrollo. La Unión Europea se caracteriza porque el número de titulados universitarios y de patentes es inferior al de Estados Unidos, lo que le resta capacidad para ser competitiva y, además, buena parte de sus mejores cerebros, de sus personas con más talento, acaban por hacer las maletas y cruzar el Atlántico atraídos por mejores sueldos, más prestigio social, mayores medios para investigar, menos trabas para el desarrollo de sus investigaciones, mejores universidades y un trato fiscal más favorable. Y este es un problema creado por la propia Unión Europea, que explica los bajos niveles de investigación, desarrollo e innovación –la famosa I+D+i– de la UE respecto a Estados Unidos o Japón. Las denuncias sobre la baja calidad de las universidades, la gran mayoría de ellas de titularidad pública, y la desconexión de sus enseñanzas con las necesidades reales está a la orden del día en todos los países de la Unión. El sector público y las universidades tampoco son capaces de generar una investigación básica cuyos resultados luego puedan trasladarse al sector privado, en contra de lo que sucede en Estados Unidos. Y cuando el Estado trata de arreglarlo tirando de chequera, esto es, de ayudas y fondos públicos para promover la I+D+i se encuentra con que las empresas no los solicitan porque sospechan de todo aquello detrás de lo cual se encuentre la mano del Estado, pero también porque saben que siempre pueden acudir a él para que las proteja y prefieren no arriesgar. Por ello, todos los años quedan sin asignar muchos de los recursos que los presupuestos nacionales y de la UE asignan a este fin, ya que nadie los solicita. De esta forma, continúa alimentándose el retraso de la Unión Europea frente a Estados Unidos y su incapacidad para crecer y generar empleo como EEUU, India o China.
 
Gordon Brown, por tanto, está cargado de razón al decir que ha llegado la hora de actuar. Pero, además de llevar a cabo las reformas estructurales y laborales que propone, la Unión Europea necesita reformar su mentalidad, su forma de actuar, impregnada por un estatismo que es la verdadera raíz de los males que padece. El Estado, en última instancia, es el problema.

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