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Francisco Cabrillo

¡Cuidado! Vuelven las teorías del subconsumo

Vivimos en una sociedad que suele criticarse desde la izquierda por ser en exceso "consumista". ¿Qué sentido tiene, entonces, decir que lo que realmente ocurre es que no consumimos lo suficiente?

Parece que también a la economía se le puede aplicar el principio de que nada nuevo hay bajo el sol. Y no cabe duda de que, con la crisis, renacen ideas que se consideraban desaparecidas hace ya mucho tiempo. Una de ellas es la teoría del subconsumo. De acuerdo con ella, las crisis económicas se producen por la incapacidad del sistema capitalista de generar una demanda de consumo suficiente para el volumen de producción. Algunas interpretaciones consideran dentro de este tipo de teorías modelos como los Malthus o Keynes, o los de cuantos piensan que la causa de los períodos de recesión es la insuficiencia de demanda efectiva. Pero, en sentido estricto, el subconsumo debe relacionarse, más bien, con modelos críticos del sistema capitalista mismo. La idea básica es que el modo de producción capitalista, por una parte, es capaz de desarrollar un sistema que lanza al mercado una gran cantidad de productos de todo tipo; pero, por otra, al mantener la capacidad de compra de los trabajadores en niveles muy bajos, genera un desequilibrio insostenible. Si no hay salida para lo que se produce, el sistema debe entrar en crisis; y, finalmente, acabar desapareciendo por sus propias contradicciones internas.

Para quienes hemos dedicado algún tiempo al estudio de la historia del pensamiento económico, se trata de ideas abandonadas hace mucho tiempo, que sólo algunos marxistas han defendido. Y entre ellos no parece, por cierto, que estuviera el propio Marx, quien nunca creyó mucho en el subconsumo y explicó las crisis económicas en términos de una caída de la tasa de beneficio. Pero Rosa Luxemburg y algunos marxistas de principios del siglo XX atribuyeron mucha importancia a la insuficiencia de consumo que, en su opinión, ponía de manifiesto la imposibilidad del funcionamiento a largo plazo del capitalismo. El modelo puede sofisticarse un poco más, introduciendo por ejemplo, como hicieron Sweezy y Baran, la idea de que la economía capitalista está controlada por las grandes corporaciones, cuyo beneficio tiene como base el establecimiento de precios monopolistas, que los trabajadores no pueden pagar. Pero, en todo caso, son argumentos que, una y otra vez, se han empleado para explicar que hay que introducir cambios sustanciales en el modelo económico del mundo occidental, porque el capitalista está destinado a desaparecer.

La realidad, sin embargo, es muy diferente. Vivimos en una sociedad que suele criticarse desde la izquierda por ser en exceso "consumista". ¿Qué sentido tiene, entonces, decir que lo que realmente ocurre es que no consumimos lo suficiente? El argumento puede tener poco sentido, pero es claro. Si se han abandonado las ideas de la revolución y se han sustituido por un reformismo posibilista, la idea de que no hay consumo suficiente porque los trabajadores no tienen capacidad de compra podría presentarse –y de hecho así ocurre- como una justificación a una política de aumento de salarios, incluso en momentos de tasas de paro muy elevadas. Se deja así a un lado el principio básico de que el aumento de un precio –en condiciones de ceteris paribus– eleva la oferta y reduce la demanda. En otras palabras, si la productividad marginal del trabajo no varía por factores exógenos, el alza de salarios haría que los empresarios contrataran menos trabajadores para elevar así la productividad por empleado hasta el nuevo nivel salarial; y, por tanto, el desempleo crecería. No parece, ciertamente, la mejor solución para salir de la crisis. Pero ya estamos escuchando este argumento y todo indica que va a seguir vivo en el debate por escasa que sea su consistencia.

Decía Keynes que muchas veces los políticos son herederos, sin saberlo, de algún viejo economista, desaparecido mucho antes. Estudiar la historia de las ideas económicas ayuda a identificar tan brillantes antecedentes.

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