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Emilio J. González

Vampirizar al contribuyente

Siguen sin entender que si una empresa está en crisis, lo que hace para sobrevivir no es aumentar su plantilla, sino reducirla. Pues aquí hay una grave crisis fiscal del sector público y, sin embargo, siguen y siguen engordando el gasto.

Cuando uno contempla la serie de cifras de recaudación tributaria desde que empezó la crisis, lo primero que piensa es "bueno, aquí debe haber habido un recorte brutal del gasto público". Porque si los ingresos por Sociedades e IVA se han reducido prácticamente a la mitad, lo mismo que los procedentes del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos documentados –una de las grandes fuentes de recursos de los presupuestos autonómicos–, mientras la recaudación por IRPF se ha desplomado un 10%, lo lógico es que las administraciones públicas se adapten a esta situación, se aprieten bien apretado el cinturón y reduzcan sus dispendios en porcentajes similares, cuando menos. Por desgracia, esto es España y aquí nadie está dispuesto a abandonar la mamandurria presupuestaria ni a desprenderse del poder que la misma confiere, con lo que los recortes del gasto, por lo general, brillan por su ausencia. Y lo vamos a pagar muy caro.

En esta crisis, nuestra clase política está demostrando muy claramente que dista mucho de estar a la altura de las circunstancias. Nuestros políticos, con honrosas excepciones, o bien son socialistas de izquierdas, o bien son socialistas de derechas, pero socialistas a fin de cuentas porque todos anteponen los intereses de las administraciones públicas que gestionan, que suelen coincidir con los suyos, a los de los ciudadanos y las empresas, que son quienes aportan, con sus esfuerzos y sufrimientos, los dineros que luego ellos dilapidan con tanta alegría como prodigalidad. A esta miopía ideológica ahora se suma otra de carácter llamémosle técnico, que va a tener importantes consecuencias para superar la grave crisis socioeconómica actual. Y es que nuestros políticos se creen poco menos que la crisis se va a superar en dos días, que los dineros van a volver a fluir hacia las arcas públicas con la misma ‘alegría’ con que lo hicieron en los años anteriores al estallido de la burbuja inmobiliaria y que ellos van a poder seguir gastando a su antojo con la misma prodigalidad con que lo hacían en el pasado. Si en el futuro vamos a volver a disponer de tantos recursos como antes, se dicen muchos de ellos a sí mismos, ¿por qué vamos a tener ahora que apretarnos tanto el cinturón? Mejor emitimos deuda, que ya la pagaremos después, cuando vuelvan los tiempos de las vacas gordas y, mientras tanto, vamos a seguir colocando a familiares, amigos, amiguetes, correligionarios y allegados en las administraciones públicas para garantizarnos su fidelidad y sus votos. Y así son incapaces de ver que en estos años de vacas flacas, esos honrados bovinos no es que estén delgados, es que se han quedado en los huesos y van a tardar en recuperarse muchísimo más de lo que piensan quienes les ordeñan con tanta fruición hasta la extenuación de los pobres animales.

Las vacas ni mucho menos van a volver a engordar tanto como antes porque desaparecida la burbuja inmobiliaria, se acabaron los enormes ingresos tributarios –IVA, Transmisiones Patrimoniales, Bienes Inmuebles– que iban ligados a la disparatada evolución de los precios de la vivienda. Si ahora nuestra economía tiene que reducir salario y precios para volver a ser competitiva, la recaudación tributaria, en el mejor de los casos, apenas va a variar. Si las familias tienen que devolver las enormes deudas contraídas en los años del boom inmobiliario, no van a gastar y, por tanto, no van a generar más ingresos fiscales con su consumo. Y menos aún los casi cinco millones de parados que hay en nuestro país, muchos de los cuales ya no tienen ni ingresos, al menos ingresos declarados a Hacienda. Si continúan subiendo, como probablemente lo harán porque es una tendencia estructural, los precios de los alimentos, las materias primas y el petróleo, la capacidad de consumo de las familias también se va a ver mermada y, con ello, su capacidad de gasto, de generar actividad económica a través de él y, con ella, de incrementar los ingresos tributarios, lo mismo que las empresas. Y, para más inri, en este contexto Zapatero sigue con su apuesta por las energías renovables, las más caras de todas, mientras reniega de la más barata y limpia: la nuclear. Vamos, que ni en sueños los presupuestos públicos van a poder contar en el futuro con tantos recursos como en los años anteriores a la crisis.

¿Lo entienden nuestros políticos? Por lo que estamos viendo, en absoluto. Ellos siguen con la misma dinámica anterior y así vemos a los líderes autonómicos que, en vez de moderar sus dispendios y larguezas, piden autorización para endeudarse, que ya se pagará todo después o, con su corteza de miras, ya vendrá otro detrás de mí que lo arregle. Asimismo, y con Artur Mas a la cabeza, pretenden seguir saqueando las arcas del Estado para poder seguir manteniendo sus privilegios. Siguen sin entender que si una empresa está en crisis, lo que hace para sobrevivir no es aumentar su plantilla, sino reducirla. Pues aquí hay una grave crisis fiscal del sector público y, sin embargo, en lugar de plantearse despedir funcionarios y, sobre todo, contratados laborales, como ha hecho Cameron en el Reino Unido, siguen y siguen engordando la nómina pública con más gente que no se necesita para nada. Y siguen subvencionando con largueza a sus amigos los sindicatos, los cineastas y demás parásitos que están pegados como lapas a las ubres de las vacas públicas. Y siguen disparando alegremente con pólvora del rey, mientras vampirizan al contribuyente a base de más y más impuestos, sin darse cuenta de que ya apenas le queda sangre para que se la extraigan y de que necesita un largo periodo de dura recuperación para reponerse y recobrar su salud que, en definitiva, es la de la economía española.

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