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Rajoy tendrá que aplicar las reformas más ambiciosas de la zona euro

España ocupa el puesto 15 de los diecisiete países de la Eurozona en cuanto a reformas pendientes, seguido de Italia y Malta.

El miércoles 23 de noviembre tuvo lugar en Marbella, organizado por el Ayuntamiento, la conferencia a cargo de del asesor de asuntos monetarios internacionales de la Dirección General de Asuntos Económicos y Financieros de la Comisión Europea (ECFIN), el Dr. Christian Ghymers, quien expuso algunas de las causas de la actual crisis financiera europea y la posición de España dentro de ella.

Una de las grandes conclusiones que avanzó fue que España es el país europeo que más ha avanzado en su ajuste fiscal y externo (que es la brecha entre producción y consumo), donde se estima que el 65,5% del esfuerzo fiscal estaría ya hecho. Sin embargo, en lo que afecta al otro gran área de reformas que han de llevarse a cabo, las estructurales, ocupamos el puesto número 15 de los diecisiete países de la eurozona, seguidos tan sólo de Italia y Malta.

Se apuntan entre otros déficits el del sistema educativo, una tasa de empleo excesivamente baja (un 57%, menor que Grecia incluso y que la media europea, actualmente en el 64%, y alejadísima del 80% de los países más virtuosos). También concurren un ahorro insuficiente y un abultado consumo. La excesiva regulación de la economía así como una inadecuada ordenación del mercado laboral son también frenos a nuestro crecimiento y a la indispensable expansión del sector exterior.

Todo ello exige reformas de calado que habrán de contar con el visto bueno de Bruselas, una aprobación que deberá servir de garantía y respaldo, especialmente en el caso de las que resulten menos populares. El refuerzo de la disciplina fiscal, salarial y de regulación laboral entraña necesariamente una cierta renuncia de soberanía, pero es la única manera de reforzar la cohesión y la convergencia real entre las economías de los países miembros del Euro.

De la euroeuforia a la eurofobia

Y es que, en efecto, si bien hubo una apariencia de convergencia nominal entre las economías europeas, ésta escondía sin embargo divergencias muy reales. Los países europeos estaban la mayoría de ellos -también Alemania- en situación de déficit presupuestario e incumpliendo lo previsto en Maastricht y los Pactos de Estabilidad, cuando se encontraron con la crisis de 2007-2008.

Las economías europeas no fueron ajenas a la excesiva expansión de la liquidez resultante de la política monetaria seguida por Alan Greenspan en EEUU durante años y que llevó a una serie de desequilibrios a nivel mundial, empezando por la expansión desmesurada de la demanda. La base monetaria mundial se triplicó en unos años -había tres veces más liquidez por cada unidad de riqueza real- y la explosión del crédito alcanzó el 1.000% del PIB tanto en los países OCDE como en EEUU.

Los modelos de crecimientos se basaron en una abundante liquidez a tipos de interés excesivamente bajos, traducidos tanto en una burbuja inmobiliaria como en un sobreconsumo. De la expansión basada en el dinero barato fueron cómplices todos los países del mundo. En el caso de España, en el año 2007 partía de un bajo nivel de deuda sobre PIB (en torno al 40%) y un superávit presupuestario, si bien su hacienda era estructuralmente débil, su crecimiento, inflado por el euro, se basaba en la construcción y el consumo y apenas se habían acometido ninguna de las reformas estructurales que venían siendo necesarias desde hacía tiempo.

Como observa Ghymers, concurren otras dos circunstancias:

1. La primera de ellas es que se daba la llamada Paradoja de Lucas, por la cual aunque el capital debería fluir de los países más ricos a los más pobres -que se supone tienen un menor coste laboral y más oportunidades de inversión-, sin embargo ocurre justo lo contrario, de suerte que son los BRICS (potencias emergentes) quienes financian el sobreendeudamiento y el desmedido consumo de las economías más desarrolladas.

2. La segunda circunstancia es que el sistema monetario mundial viene padeciendo, desde Bretton Woods, el conocido como dilema de Triffin, resultado del cual lo que pueda convenir a la política económica a corto plazo del país cuya moneda sirve de reserva mundial, y que no es otro que EEUU y el dólar, puede estar en conflicto con lo que requiera el equilibrio económico internacional, que es justo lo que ocurre. El dilema surge porque los costes del reequilibrio pueden acabar siendo mayores que los beneficios a obtener.

Causas de la tormenta y posibles soluciones

Para Ghymers, la actual tormenta financiera es fruto de un círculo vicioso iniciado hace unos tres años y que se sustanciaría, básicamente, en la siguiente dinámica: a fin de rescatar instituciones financieras hubo que dotarlas de liquidez, empeorando así la posición del sector público, que pronto se vio obligado a emitir más deuda... Que vendía a esos mismos bancos; sobrecargadas sus carteras de deuda, los bancos experimentaron una falta de liquidez solucionada con la venta masiva de deuda en el mercado, bajando el precio de los bonos, lo cual ha obligado al sector público a financiarse a tipos de interés cada vez más elevados.

Si bien es cierto que desde el principio las respuestas del Banco Central Europeo (BCE), la Comisión Europea (CE) y el ECOFIN han sido rápidas y coordinadas -circunstancias no siempre suficientemente destacadas por la prensa-, según el mimebro de la CE, lo cierto es que se han topado con la naturaleza inacabada de arquitectura monetaria europea, pues al euro le falta un prestamista de último recurso que pueda adquirir cantidades ilimitadas de deuda en caso de necesidad, poniendo así freno a la especulación, como ocurre en los demás grandes mercados de deuda del mundo, añade Ghymers.

¿Qué soluciones se han propuesto?

Mientras Alemania ha abogado por la austeridad y que los desequilibrios se financien en el mercado, limitando las garantías del Fondo Europeo de Rescate, Francia ha sugerido transformar el Fondo en un Banco Público con acceso ilimitado al crédito del BCE, rematando así la arquitectura monetaria europea. El rechazo alemán a la propuesta francesa se fundaría en el deseo teutón de que el diferencial entre su bono y el de los países menos virtuosos, motive a éstos a emprender las reformas necesarias. Sin embargo, quizá haya que combinar ambas soluciones, concluye Ghymers.

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