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Juan Ramón Rallo

La conversión socialdemócrata de Podemos

Podemos ha desechado las propuestas más radicales de las europeas no porque no crean en ellas, sino porque son un mal reclamo electoral.

Podemos ha desechado las propuestas más radicales de las europeas no porque no crean en ellas, sino porque son un mal reclamo electoral.

La presentación del nuevo programa económico de Podemos ha sido, ante todo, la escenificación de un giro desde la extrema izquierda a la moderación socialdemócrata: el equipo de Pablo Iglesias ha renunciado a sus ideas más pintorescamente radicales, como la renta básica, la jubilación a los 60 años, el repudio de la deuda o la salida del euro, incluso ha suavizado muy sustancialmente su retórica a favor de las desprivatizaciones.

Lo que ha quedado, al final, es una defensa de un modelo de Estado al estilo europeo –más gasto público y más impuestos, pero supuestamente no mucho más gravosos que los actuales para las clases medias–, que intervendrá más activamente en la economía para evitar los abusos de los oligopolios privados y que tratará de lograr una salida de la crisis basada en políticas keynesianas: más planes de estímulo basados en la abundancia de crédito y en los programas de gasto discrecional.

Por supuesto, no es que un servidor considere moderado ese tipo de Estado hipertrofiado e hiperintervencionista, pero por desgracia sí es un Estado plenamente convalidable al que podemos hallar en muchas partes de Europa y, sobre todo, con mensajes y consignas similares a las del consenso keynesiano que prevalecía en la economía mundial hasta la crisis de los 70.

En principio, pues, todo dentro de los cánones aceptables: Podemos sólo ha propuesto una versión algo más radicalizada de lo que han venido aplicando PP y PSOE desde el año 2008, a saber, aumentar impuestos, minimizar los recortes del gasto (y en la medida de lo posible incrementar el gasto, como en 2009), promover un nuevo ciclo de endeudamiento privado y seguir cebando el endeudamiento público (a ser posible con el apoyo del Banco Central Europeo). Nada de lo que asustarse… ¿o sí?

De entrada, y aun creyéndonos la textualidad del programa, éste sigue adoleciendo del mismo problema que ha caracterizado a los Gobiernos de PP y PSOE durante las últimas dos legislaturas: negarse a afrontar la realidad. Aunque es verdad que Juan Torres ha reconocido que la salida de la crisis no puede ser sencilla, que exigirá sacrificios (vaya por delante la venda antes que la herida) y que ninguno de ellos contempla ni como realista ni como deseable regresar a la situación de 2007, en el fondo han diseñado un programa para regresar a 2007; aspiración compartida por los Gobiernos de PP y PSOE.

Han optado por olvidarse –en los hechos, no en el discurso– del gigantesco endeudamiento público y privado de España y del modelo productivo basado en el ladrillo que seguimos arrastrando para defender a continuación un megaestímulo de la demanda basada en el endeudamiento. Es decir, la salida de la crisis que contemplan consiste en endeudarnos masivamente para comprar masivamente los escombros que de nuestro aparato productivo burbujístico.

Una receta abocada al desastre que ni siquiera funcionó en 2009, cuando nuestro margen de endeudamiento era mucho mayor. Hoy es absurdo –con reestructuración de deuda o sin ella– pensar que tenemos margen para seguir echando mano de la deuda y relanzar una demanda que se da de cabeza contra un aparato productivo moribundo y necesitado de un completo reajuste: reajuste que no se logra con el dopaje de las políticas de demanda sino con la flexibilización de las políticas de oferta. Por tanto, si creemos que hay motivos de preocupación por el hecho de que PP y PSOE nos hayan conducido al abismo, idénticos motivos de preocupación habrá por el hecho de que Podemos quiera seguir empujándonos en esa misma suicida dirección.

Ahora bien, mi auténtica inquietud no viene tanto por lo que se nos promete cuanto por lo que se calla. Podemos ha desechado las propuestas más radicales del programa electoral para las europeas: no porque sus dirigentes no crean en ellas, sino porque son un mal reclamo electoral. Al cabo, para llegar a La Moncloa es necesario tomar por asalto el centro: es decir, es necesario renunciar a aquellas partes del programa más estrambóticas e impopulares; las confiscaciones generalizadas de empresas públicas o el repudio de la deuda odiosa podrán sonar muy bien a cierta extrema izquierda, pero asustan con buenos motivos al votante medio.

Uno podría tranquilizarse mínimamente si creyera que un programa electoral es un contrato entre un partido político y sus electores: si, a pesar de que los dirigentes de Podemos son unos convencidos defensores de las expropiaciones y del saqueo tributario (como ellos mismos han manifestado en muchas ocasiones), la confección de un programa electoral moderado impidiera que, una vez en el poder, se desviaran del mismo, mi única preocupación seguiría siendo que, con este programa, nos llevan a la bancarrota. Pero poco más.

Ahora bien, no sólo hemos descubierto, merced a la mendacidad sistemática de PP y PSOE, que los programas electorales se redactan para ser incumplidos, sino mucho más importante en este caso: las líneas maestras del programa –aumento del gasto público, incremento de impuestos a los ricos, desprivatizaciones de sectores que no funcionan correctamente, conversaciones para reestructurar la deuda, reforzamiento del "poder sindical"…– son una espada de doble filo.

El filo puede ser el de la moderación socialdemócrata de Suecia o el del radicalismo peronista de Argentina. ¿O acaso creen que no es posible implementar una política económica de extrema izquierda con la simple promesa moderada de subir impuestos, incrementar el gasto, subsanar malos procesos de privatización o revisar las condiciones de la deuda?

Dentro de tales principios sigue cabiendo todo y, por mucho que nos hayan presentado una cara de amigable moderación, ninguno de estos principios presentados hoy con humildad y buenas maneras constituye una barrera frente al poder absoluto del Estado: al contrario, el Estado podría incrementarse tan disparatadamente como Podemos quisiera tan solo apelando a estos principios generales de actuación.

La política es el arte de manipular a la población para acceder y mantenerse en el poder. Así, nadie debería sorprenderse de que la propaganda política sea el arma esencial para tomar el poder por asalto. La moderación centrista entra dentro del guion estándar de esa propaganda política para construir una mayor electoral transversal. Podemos nos ha prometido este jueves más de lo mismo que PP y PSOE pero jurándonos que es muy distinto de PP y PSOE: es decir, Podemos nos ha prometido más Estado y menos mercado, si bien nos ha insinuado que ese "más Estado" no será tan alocadamente grande y supresor de nuestras libertades como había augurado en las europeas.

Pero ¿de verdad es necesario aclarar que Podemos puede seguir aspirando a aplicar su programa de máximos únicamente llegando al poder con un mandato ciudadano genérico e indefinido para incrementar el tamaño del Estado? Por desgracia, lo que cuenta es si una mayoría social amplia está dispuesta a ceder al Estado sus libertades a cambio de la promesa de pan y circo: y parece que, con la adecuada suavidad en las formas, sí lo está. En efecto, puede que los programas electorales estén para ser incumplidos, pero lo grave de este caso es que Podemos puede seguir llegando a donde quiera jurando que está cumpliendo estrictamente con su programa. Poder y servilismo. No necesitan más.

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