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EDITORIAL

Los partidos juegan sucio con los pensionistas

Las pensiones necesitan reformas de gran calado, pero eso es lo último en lo que piensa la clase política. Y acabaremos pagándolo todos muy, muy caro.

Los pensionistas se han convertido en arma electoral arrojadiza. Todos los políticos pretenden tenerlos de su lado, y no les tiembla el pulso si para ello deben recurrir a toda suerte de mentiras y falacias. La sostenibilidad de las pensiones públicas es uno de los problemas más importantes que ha de afrontar la sociedad española, pero nadie quiere incomodar a un colectivo que aglutina nada menos que a 9 millones de votantes.

El número de jubilados no va a dejar de aumentar debido al crecimiento de la esperanza de vida en una España que, afortunadamente, es uno de los países de referencia en este punto. En la otra punta, España destaca también –y esta vez por desgracia– por sus bajísimas tasas de natalidad. Al combinar ambos factores sale una formidable pirámide poblacional invertida absolutamente insostenible.

Mientras, el mantenimiento de las pensiones pesa como una losa cada vez más pesada sobre la precaria clase productiva, que cada vez va a tener más difícil cumplir con esa obligación inconsulta e impuesta. Tanto es así, que el agujero de la Seguridad Social ya ha alcanzado los 20.000 millones, y es de temer que no haga más que agrandarse. Los ingresos por cotizaciones sociales se encuentran en máximos, pero el gasto en pensiones también se anota récords, lo que acaba generando un destrozo en las cuentas del Estado.

El PSOE, adicto a intoxicar con su demagogia, se ha erigido salvador de los pensionistas de la manera más rastrera y falsaria. Los socialistas quieren hacerles creer que su futuro está garantizando con su medida estrella de ligar las pensiones al IPC, pero es una odiosa mentira. De hecho, saben perfectamente que el sistema pende de un hilo y que los negros nubarrones que se ciernen sobre la economía nacional conducirá a la adopción de reformas que amplíen la edad de jubilación o el periodo de cálculo, muy socorrida maniobra para bajar las pensiones por la puerta de atrás.

Para que no puedan reclamar, los políticos no cuentan a los trabajadores qué pensión van a cobrar cuando se jubilen. En este punto, conviene recordar que el PP incumplió su promesa de enviar el sobre naranja con esa información, y ahora hasta ha renunciado a su reforma de las pensiones.

En cuanto a Pedro Sánchez, sabe que cada vez hay más pensionistas y que cada vez tienen derecho a pensiones más altas (la media supera los 1.100 euros), lo que encarece todavía más el sistema pero desmonta el mito del jubilado precario que pregona sin vergüenza Podemos. La izquierda más perversa no ha tenido reparos en azuzar los jubilados para que clamen por unas "pensiones dignas". Teniendo en cuenta que España es de los países de Europa que más PIB dedican al pago de pensiones; que las prestaciones representan al 80% del salario medio, una de las tasas más altas de la OCDE, y que los pensionistas vascos, que tanto están haciéndose notar últimamente, son los que se embolsan las prestaciones más altas (1.400 euros de media), lo indigno sería no admitir que las pensiones españolas son bastante generosas.

La izquierda miente con descaro y tremenda irresponsabilidad a unos pensionistas actuales y futuros que, muy influidos por el agitprop socialsindicalista, en muchos casos ni se les pasa por la cabeza diseñar planes de ahorro. No sólo eso: Sánchez y compañía también quieren cargarse de un plumazo el plan B de los más de 9 millones de españoles que ya han empezado a complementar su pensión por la vía privada. Y es que Podemos, Más País y el PSOE quieren acabar con todas las deducciones de los planes del pensiones que puedan. Lo que no va a querer cargarse ningún partido es la hucha de las pensiones, aunque su desaparición es inminente, porque apenas quedan en el fondo 2.000 millones de euros de los más de 66.000 millones que había en 2011 con Zapatero.

En definitiva: las pensiones necesitan reformas de gran calado, pero eso es lo último en lo que piensa la clase política. Y acabaremos pagándolo todos muy, muy caro.

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