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Diego Barceló Larran

España puede

Hasta hoy, solo se conoce una única manera de mejorar al mismo tiempo la vida de millones de personas, alcanzar el pleno empleo y tener salarios crecientes de forma sostenible. Se trata de la acumulación de capital.

Hasta hoy, solo se conoce una única manera de mejorar al mismo tiempo la vida de millones de personas, alcanzar el pleno empleo y tener salarios crecientes de forma sostenible. Se trata de la acumulación de capital.
Pablo Iglesias se recoge la coleta | EFE

España puede iniciar un proceso de rápida recuperación y crecimiento económico. O puede prolongar la recesión durante años. España puede alcanzar el pleno empleo, pero también puede continuar con una tasa de paro muy alta por lustros. España puede cargar con el peso de una mastodóntica deuda pública más allá de donde lleguen nuestras vidas. O puede dar pasos para reducirla al nivel que se comprometió cuando firmó el Tratado de Maastricht (60% del PIB).

España puede hacer cualquier cosa; su futuro no está escrito. Todo dependerá de las políticas que se decidan seguir. Por eso es tan posible un empeoramiento de la situación actual hasta niveles inimaginables, como también lo es un desarrollo económico que nos equipare con los países escandinavos.

En 1860, Argentina era un país sumido en continuas luchas entre caudillos regionales. En 1895 era el país con el mayor PIB por habitante del mundo (en 1930 inició una decadencia, solo interrumpida en los años 90, que dura hasta hoy). En 1945, Alemania era un país reducido literalmente a escombros y la población recibía de las fuerzas de ocupación alimentos que no alcanzaban a proveer 1.800 calorías diarias. En los años 70 era nuevamente una potencia mundial. En 1995, el PIB por habitante de Irlanda era inferior a la media de la UE y superaba en un 24% al de España. Ahora, Irlanda tiene el segundo PIB per cápita más alto de la UE y multiplica casi por 3 al de España.

Por más que haya muchos que intenten reinventarlas, la verdad es que la rueda y el agua caliente se inventaron hace milenios. No tiene sentido perder tiempo en reinventar lo que ya está inventado. Algo similar ocurre con la política económica.

Hasta hoy, solo se conoce una única manera de mejorar al mismo tiempo la vida de millones de personas, alcanzar el pleno empleo y tener salarios crecientes de forma sostenible. Se trata de la acumulación de capital. Si el capital (infraestructuras, capital humano, fábricas, redes de internet, etc.) acumulado crece más rápido que la población, aumentará la productividad y crecerán el empleo y los salarios. Si ocurre lo contrario, los resultados también serán inversos.

La acumulación de capital se produce espontáneamente si se dan las condiciones adecuadas. La propiedad debe ser segura; la contratación, los precios y el acceso a los mercados deben ser libres; los impuestos bajos, las regulaciones solo imprescindibles. Deben evitarse las amenazas a la estabilidad macroeconómica: las cuentas públicas deben ser equilibradas, los tipos de interés no deben manipularse, el sistema financiero debe ser sólido y prudente. También es necesario no alterar las reglas de juego de manera imprevista ni amenazar con hacerlo.

¿Alguien pudo anticipar en la Argentina de 1860, la Alemania de 1945 o la Irlanda de 1995 esos resultados? No. Pero esos tres países tuvieron algo en común: aplicaron, en esencia, la misma política económica. Una política económica basada en los pilares resumidos en el párrafo anterior. La misma que también dio sus frutos en Chile, Canadá, Nueva Zelanda, Singapur y muchos casos más.

¿Los gauchos de la Pampa estaban imbuidos de las ideas de Adam Smith y John Locke? En absoluto. El alemán o el irlandés medio tampoco oyó hablar de Mises ni de Hayek. Pero en los tres casos hubo una dirigencia política y social formada en las ideas correctas, que llevó adelante los cambios. No hubo "milagros"; hubo decisiones adecuadas. Hubo Alberdi, Sarmiento y Roca. Hubo Adenauer y Erhard.

España puede, pero es imposible lograr nada bajo el liderazgo de un mentiroso compulsivo y un comunista antisistema. España puede, pero es imposible con una dirigencia política que fue incapaz de dar siquiera un solo voto en contra al proyecto estrella de la agenda bolivariana, el Ingreso Mínimo Vital.

"Después del invierno siempre llega la primavera", decía Charles Gardiner, el protagonista de la novela “Desde el jardín”. En el caso español, no estoy seguro: después del invierno, tal vez solo llegue un nuevo eslogan de Pedro Sánchez. 

Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados (@diebarcelo)

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