Javier Milei es el primer presidente del mundo que se define como "liberal libertario". Por eso, seguir su acción de gobierno también es relevante, como mínimo, para España e Iberoamérica, porque de su éxito o fracaso dependerá el avance o el retroceso de las ideas de la libertad. Si un presidente recorta el gasto público y los impuestos, privatiza y desregula la economía, y provoca una prosperidad general, la gente se preguntará: ¿por qué no lo intentamos aquí? Más aún porque el gobierno comunista que padecemos en España hace exactamente lo opuesto.
La situación de partida no puede ser peor. Una economía estancada desde hace 15 años, niveles de pobreza en máximos, inflación galopante y una bomba de relojería en forma de emisión de moneda descontrolada: en su último mes en el poder, el kirchnerismo emitió el equivalente al 21% de la base monetaria para financiar gastos que le permitieran retener el poder. Ni así lo consiguieron.
El mayor riesgo con el que trabaja el equipo económico de Milei es que explote la bomba de relojería que dejó el kirchnerismo: que la situación se desborde y llegue a una hiperinflación, que el propio presidente estimó en 15.000%. Con toda lógica, la prioridad de la acción gubernamental es evitar esa explosión. De ahí que estén totalmente fuera de lugar las críticas que subrayan que no se hicieran anuncios para avanzar en la dolarización u otras medidas deseables como la reducción de impuestos.
El núcleo del problema es fiscal: un déficit de 5,2% del PIB, financiado hasta ahora con emisión monetaria, que generaba inflación y una miríada de medidas para contener el efecto inflacionario de dicha emisión: un precio del dólar muy bajo (para evitar que subiera el precio de los productos importados y exportados) y subsidios a la energía y el transporte (para reprimir sus tarifas), entre otras. Mientras, la presión tributaria es asfixiante para quienes trabajan en el sector formal de la economía. A eso su suma un déficit cuasifiscal de un 10% del PIB, que surge de los intereses que tiene que pagar el Banco Central argentino para colocar unas letras que absorban parte de la exagerada liquidez que provoca la emisión.
Las medidas iniciales apuntan a eliminar el déficit fiscal en 2024, mientras se desarma gradualmente el déficit cuasifical. Por un lado, el precio del dólar pasó de ARS 365 a 800; una devaluación de 120%. Eso implica dar un precio razonable al dólar, que aliente exportaciones y desincentive importaciones, de forma de maximizar el superávit comercial para reconstruir las reservas (que ahora son negativas). Para atenuar el salto de los precios internos, se impusieron retenciones a las exportaciones no agropecuarias (las agropecuarias ya las tenían) que también permitirán cerrar la brecha fiscal. No es estrictamente un aumento de impuestos: los exportadores recibirán muchos más pesos por sus dólares aun tras las retenciones.
Por otro lado, se recortan gastos por el equivalente a casi el 3% del PIB (como contexto, es una proporción similar al recorte de Rajoy en 2013). Se elimina la mitad de los ministerios (con toda la carga de secretarías, direcciones, asesores, etc.), se suspenden las obras públicas, no se renuevan los contratos de los empleados públicos contratados durante 2023, comienza la eliminación gradual de subsidios y las pensiones se ajustarán menos que la inflación.
Igual que tras una operación a vida o muerte exitosa, las consecuencias iniciales son un aumento del sufrimiento. Según unas estimaciones, la inflación ya viaja a un ritmo equivalente al 3.500% anual; según otras, al 7.500%. Pero igual que sería estúpido acusar al cirujano por provocar un dolor mayor, es ilógico acusar a Milei de generar un mayor sufrimiento: se están empezando a arreglar años de despropósitos y eso no puede hacerse en pocas semanas.
Si Milei no hubiera necesitado del apoyo del partido de Macri para ganar la segunda vuelta de las elecciones, seguramente las medidas adoptadas y las personas designadas serían diferentes. Lejos de constituir traición alguna (a sus ideas, a sus votantes), Milei muestra realismo y flexibilidad, y el grueso de la ciudadanía lo entiende y apoya. Los únicos descolocados son aquellos que confundieron la forma (sus gritos y modos, esencialmente una estrategia de comunicación) con el fondo (una persona leída, sensible y preparada) y se apresuraron a tildarlo de "loco".
Diego Barceló Larran, director de Barceló & asociados (@diebarcelo)