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Diego Barceló Larran

Por qué redistribuir es robar

La remuneración de cada uno es proporcional al servicio que presta a los demás y, por lo tanto, debe considerarse "justa".

La remuneración de cada uno es proporcional al servicio que presta a los demás y, por lo tanto, debe considerarse "justa".
Oficina de la Agencia Tributaria en Madrid. | Europa Press

Una de las verdades económicas menos comprendidas es que, en cualquier intercambio voluntario, ambas partes ganan. De lo contrario, no se realizaría. Cuando alguien compra pan, no gana solo el panadero: también gana el consumidor, que acepta cambiar su dinero por el pan porque valora más este que aquel.

Cada uno de esos intercambios voluntarios va estableciendo una remuneración para los productores de mercancías y servicios. La remuneración del panadero surge de las personas que voluntariamente compraron su pan. Si, por ejemplo, bajara la calidad del mismo, seguramente los clientes comenzarían a comprarle a otro panadero. Entonces, la remuneración del primer panadero bajaría (o incluso se haría nula), mientras que la del segundo crecería. La remuneración de cada uno sería proporcional a la cantidad de pan vendido, que a su vez surgiría de la decisión libre de los consumidores, que compran lo que consideran mejor (desde su subjetivo punto de vista).

Si comprendemos este mecanismo y aceptamos que, en España, las transacciones se realizan de forma voluntaria (si hubiera alguna excepción, sería marginal), se tiene que admitir una conclusión lógica: la remuneración de cada uno es proporcional al servicio que presta a los demás y, por lo tanto, debe considerarse "justa". La distribución de la renta que surge de las transacciones voluntarias es tan equitativa como un resultado electoral: es el fruto de millones de decisiones individuales, cada una de las cuales fue considerada “correcta” por quien la tomó.

Claro que hay personas que se sienten infravaloradas (muchas veces, con razón) y creen merecer más. Un ejemplo extremo: Vincent Van Gogh, en vida, solo vendió uno de los cientos de cuadros que pintó. Tenía todos los motivos para no sentirse valorado. Pero la valoración de los servicios prestados no se hace en función de una vara ética ni moral, sino práctica: surge de muchísimas decisiones individuales sobre comprar un bien, otro o ninguno, en función de las propias circunstancias.

Ese mecanismo, si se quiere frío e impersonal, para fijar la remuneración de cada cual, encierra un poderoso incentivo: la única forma de mejorar la propia retribución es servir mejor a los demás (siguiendo con el ejemplo, hacer un pan más rico, o diferente, o con algo que los consumidores valoren más). Algunos le encuentran la vuelta, y otros no, de lo que surgen protestas contra “el sistema”. Pero no hay tal sistema: hay individuos, que deciden en función de sus preferencias. Incluso quienes se sienten maltratados por “el sistema”, también contribuyen con sus decisiones a establecer la remuneración de los demás.

En ese punto entran en escena los socialistas de todos los partidos: sea por un ideal de justicia mal entendido, por no entender cómo funciona el mercado libre, por demagogia o sea por cualquier otro motivo, ellos vienen a "corregir" los resultados que surgen de los intercambios voluntarios. Ellos vienen a "redistribuir" lo que la gente ya distribuyó.

Esa “corrección” o redistribución, solo puede hacerse de un modo: quitando a unos para dar a otros. Se podrá hacer en nombre de la “equidad”, de la “solidaridad” o de cualquier ideal, pero si se entendió el razonamiento anterior, se debe admitir que lo que se quita había sido obtenido legítimamente. Por eso, se trata de robar a unos para dar a otros. No hay dudas: redistribuir es robar.

Tal vez, el equívoco comience en la niñez, cuando todos escuchamos la historia de ese ladronzuelo, supuestamente romántico y justiciero, llamado Robin Hood, que quitaba a los ricos para darle a los pobres. Esa fábula es errónea: Robin Hood era un ladrón, sin más. Su idea implícita, que la pobreza de unos es culpa de la riqueza de otros, es falsa y educa en el resentimiento. Peor aún: puede argumentarse que Robin Hood, con sus robos, perjudicaba a los pobres. Pero eso queda para otro artículo. @diebarcelo

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