Recuerdan aquello de "si le debes 1.000 euros al banco y no puedes devolver el préstamo, tienes un problema; si le debes 1.000 millones, el banco tiene un problema".
Más allá del cinismo de la frase, lo cierto es que es bastante correcta. En España lo vimos entre 2008 y 2012. Si uno mira las cifras de empresas quebradas o de concursos de acreedores en los primeros años de la crisis, verá con sorpresa que no era tan dramática. Sí, eran malas... pero no tanto como deberían, sobre todo entre las grandes constructoras e inmobiliarias. La clave estaba en las refinanciaciones: los bancos vieron que tenían un problemón y decidieron dar una patada p’alante a decenas de créditos con un futuro más que dudoso. Al fin y al cabo, un crédito sólo se convierte en una anotación en rojo cuando se reconoce como moroso o impagado. Si uno refinancia, es como si no pasara nada. ¿O sí pasa?
Lo que ocurrió en el primer semestre de 2012 es que dejaron de creernos. La crisis de deuda soberana en España en realidad nació en el balance de las cajas. Un balance que nadie se creía, porque todos en el mercado asumían que era falso y estaba repleto de créditos en realidad impagados que no se reconocían como tales. ¿Qué fue lo que Bruselas (y los mercados) obligaron a hacer a Mariano Rajoy y Luis de Guindos en aquellos meses? Pues básicamente lo que querían es que reconocieran el tamaño del agujero. Aunque parezca paradójico, España pareció más solvente tras nacionalizar Bankia en mayo de 2012, tras crear un banco malo que le ha costado un riñón al Estado o tras las medidas de saneamiento de las cajas que se acometieron aquel verano. Sí, por un lado nos supusieron miles de millones de euros que fueron a engrosar déficit y deuda pública; pero, por el otro, al menos se sabía nuestra situación financiera real. Mejor saber lo que debes, aunque sea más, que la incertidumbre.
Como este artículo trata de los paralelismos entre aquel momento y el actual, comencemos con el punto uno a favor de la situación de 2022 respecto a la de entonces: ahora parece que hay muchas menos dudas sobre la realidad de las finanzas públicas o sobre la solvencia del sector financiero.
Pero volvamos a la frase con la que comenzábamos la columna. Lo del problema que viaja del deudor al acreedor. Para los estados, este principio no funciona por una diferencia esencial entre las finanzas públicas y las de cualquier otro agente: los países necesitan refinanciaciones eternas porque nunca amortizan deuda. No decimos que esto sea bueno o malo. Sólo decimos que es así. Si yo pido 1 millón de euros al banco para iniciar un negocio y me lo pulo todo en un casino en Las Vegas, tengo claro que vendrán a por mí. Si tengo mucha cara intentaré escaparme: todos hemos escuchado esos trucos que utilizan los morosos profesionales (el más clásico es declararse insolvente y ponerlo todo a nombre de la parienta). Pero lo que no se me ocurriría es ir al mismo banco a pedir un nuevo millón para crear otra empresa. No decimos que sea imposible, pero lo tendría bastante complicado para convencerles.
Pues bien, para los estados es el plan por defecto. Pagar los intereses pero ni de broma el principal. El principal se refinancia siempre y pase lo que pase. Como explicábamos este sábado, de los 237.000 millones de deuda que emitirá este año, España sólo dedicará 75.000 millones a cubrir el déficit. El resto es para amortizar y re-emitir la deuda que vence en este ejercicio. Esto tiene dos visiones: la de los políticos que dan por hecho que se conseguirá y se fijan sólo en el déficit; la de la realidad de que tenemos que conseguir que alguien nos preste casi un cuarto de billón de euros.
En la Eurozona, el segundo punto de debate gira en torno a quién es el banco, quién el prestamista y quién el acreedor. Que tampoco está tan claro. Desde 2016, el Banco Central Europeo (BCE) ha comprado más del 100% de las necesidades netas del Reino de España. Es decir, todo el déficit que teníamos que financiar.
¿Y quién es el BCE? En realidad, nosotros mismos. Desde un punto de vista contable, es casi un argumento circular: (1) el BCE tiene unos activos que son en buena medida deuda de los estados de la Eurozona (2) Estos activos tienen como contraparte unos pasivos que son los billetes que emite el BCE (en realidad, billetes, más depósitos, más las reservas del sistema financiero en el balance del propio banco central; aquí una explicación fantástica y sencilla del Banco de Inglaterra sobre lo que es el dinero en una economía moderna). Y (3) esos pasivos son a su vez activos de los ciudadanos de la Eurozona (depósitos, billetes) que son los que pagarán los impuestos con los que los estados irán cumpliendo con sus obligaciones. Por eso decimos que en parte es como si nos debiéramos dinero a nosotros mismos.
En cierto sentido, tienen razón los que aseguran que un Estado que emita su propia moneda no puede quebrar. Porque siempre puede imprimir y pagar. Pero olvidan la segunda parte: lo que no puede hacer es volver a pedir una vez que ha destrozado la solvencia de su divisa imprimiendo de más. El problema de Argentina o Venezuela no es que hayan quebrado (aunque la deuda que mantenían en dólares no la han podido pagar), sino que nadie les presta un duro más y no pueden comprar nada con una divisa que no tiene ninguna credibilidad. O consiguen reservas de moneda extranjera o nadie quiere saber nada de ellos. Volviendo a la frasecita del inicio: es verdad que los que prestaron a estos países están metidos en un lío... pero no es fácil que vuelvan a caer en el mismo error.
Con el euro, España no tiene que preocuparse de que nadie acepte su moneda. Tenemos una divisa solvente (a pesar de los esfuerzos del BCE). Pero no la emitimos directamente nosotros, por lo que tampoco podemos imprimir a voluntad. En mi opinión, eso es bueno, pero nos sitúa de nuevo en 2012: las primas de riesgo de Grecia, Italia, España o Portugal se dispararon porque empezó a haber dudas sobre su capacidad de afrontar sus pagos o refinanciar la deuda que vencía. Aquello terminó con el "suficiente-necesario" de Draghi pero nos dejó colgados de una evidencia que el paso de los años y nuestra dependencia del organismo emisor no ha hecho más que reforzar: no somos un país soberano y nuestra supervivencia financiera está en manos del resto de socios de la Eurozona.
Tres ideas
¿Y todo eso a dónde nos lleva en este verano de 2022 que se prevé calurorísimo y tenso?
Tres ideas sólo en parte inconexas, pero también relacionadas de algún modo y que se me iban cruzando el viernes por la cabeza mientras preparaba el artículo sobre esas cifras de la deuda que dan pavor:
1— Me encontré en Eurostat con la estadística de PIB per cápita desde el año 2000. España es el único país de la Eurozona junto a Italia y Grecia (mi abuela diría que "vaya tres patas para un banco") que no ha recuperado el PIB de 2007. He escrito otras veces sobre esto, con el enfoque de que vamos camino de un cuarto de siglo de estancamiento, lo que es un auténtico drama. Además, éste es un miedo que las malas noticias de los últimos días no hacen sino reafirmar.
Pero la reflexión no va por ahí. Lo que pensé es que todo el rollo del BCE apoyando a los países en problemas, de las políticas extraordinarias de liquidez, de la ayuda de la Eurozona, de los sucesivos nuevos objetivos de déficit y deuda, del permiso para incumplir con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento... todo eso ¡¡no ha servido de nada!! A los halcones (aquí en Libre Mercado, lo somos) nos dijeron que no teníamos corazón y que la flexibilidad era en realidad solidaridad con los países del sur de Europa. Pues los resultados no son especialmente positivos. A ver si aquí también lo que hubiera funcionado es la mano dura.
2 – Porque aquello no salió bien, porque llevamos diez años así, porque ahora el lío inflacionario es colectivo... por todo eso y por mucho más, la sensación es que nuestro margen de maniobra se ha estrechado muchísimo. Recordemos por enésima vez: en 2007 nuestra deuda pública era del 35% del PIB y ahora estamos en el 120%. Y no nos dejarán (ni nuestros socios-acreedores ni los mercados) volver a un déficit del 9-10-11% del PIB como tuvimos entre 2009 y 2012.
Como, además, apenas hemos hecho reformas —la reorganización del sector financiero en 2012 de la que hablábamos antes y lo poco realizado en el mercado laboral— y el envejecimiento ha pasado de ser una previsión en 2007 a una estadística en 2022, lo tenemos crudo. El Gobierno tendrá que hacer recortes. No hablamos de este Gobierno. Ni decimos que Podemos se verá obligado a tragar. Ni depende de quién gane las próximas elecciones. Esto no es una opinión, es un hecho: el Gobierno de España tendrá que hacer recortes. Punto. Y lo último que ha hecho es prometer actualizar la partida más importante del Presupuesto con un IPC desbocado. La bofetada de realidad va a ser de aúpa.
3 – Este titular, del viernes, de la prensa alemana: "Demasiado poco, demasiado tarde, demasiado vacilante". Es sólo un medio (aunque se trata de uno de los medios económicos más prestigiosos del país), pero no está tan alejado de lo visto en otros (aquí o aquí sobre las repercusiones en los países del sur de Europa).
No hay nada nuevo en el titular. Es lo que todos sabemos que piensan los alemanes o al menos lo que sus principales medios transmiten desde hace años: miedo a la inflación por encima de cualquier otra consideración. Lo relevante es la combinación con los otros dos puntos. Porque aquí, en España, la decisión del BCE se ha tomado con una mezcla de temor y resignación. Se asume que tenía que hacerlo, pero inquieta lo que pueda ocurrir a partir de ahora. Mientras, en el norte de Europa lo que hay es impaciencia para que siga ese rumbo. Lo que preocupa es que Lagarde se detenga demasiado pronto.
Una moneda única
Y volvemos al comienzo. A si este es un problema para el que debe o para el prestamista. Porque en el caso de la Eurozona como países que comparten la moneda única todos estamos en el mismo barco: somos prestamistas como parte del BCE y porque la solvencia de los euros que tenemos en nuestros bolsillos depende de nuestra capacidad conjunta de creación de riqueza y de la calidad de los activos propiedad del BCE.
También todos somos prestatarios, porque el BCE tiene deuda de todos los estados. Pero no es lo mismo lo que le compra a alemanes o holandeses, que no tendrían ningún problema en buscarse la vida por su cuenta, que los bonos italianos a españoles. Tanto porque vamos a seguir generando déficit como porque necesitaremos cientos de miles de millones de euros cada año para cubrir las amortizaciones y solos no lo lograríamos.
Entre 2010 y 2015 mantuvimos una especie de juego de la gallina entre unos y otros. Los países rescatados sabían que a los del norte no les convenía la ruptura del euro. Pero tampoco podían arriesgarse a romper la cuerda, porque si esto ocurría, caerían por un precipicio al fondo del cual estaba Argentina. Mi sensación es que ganaron los políticos del sur, porque no les obligaron a hacer demasiado y han podido ir trampeando poco a poco hasta ahora.
Ahora no tiene pinta de que vaya a repetirse el resultado. Porque en 2017, con el PIB alemán creciendo cerca del 3% y la inflación por debajo del 2%, era fácil que su opinión pública y sus medios mirasen para otro lado. Para qué desgastarse obligando a España a ajustar el déficit o hacer reformas impopulares, pensarían, peor para ellos si no hacen nada. Pero ya no es así. Con la inflación media de la Eurozona más cerca del 10% que del 2%, las alegrías con el déficit o las compras del BCE toman un cariz más personal. Si algo nos enseñó la anterior crisis es que la solidaridad europea se termina el día que la factura afecta más a unos que a otros. Y en esta situación, el que lleva las de perder es el que necesita imperiosamente dinero cada año. No hace falta que miren a Grecia o Italia. Ellos también. Pero en la primera posición para meterse en un buen lío... sí, ahí estamos nosotros.