Esta semana el Banco Central Europeo ha aprobado la mayor subida de tipos de interés de las últimas décadas. Los últimos indicadores de actividad y coyuntura económica indican que la Unión Europea avanza inexorablemente hacia una situación de estanflación (o, incluso peor, recesión junto con inflación) y es necesaria una actuación convincente.
Ese fue el mensaje que pareció tratar de mandar Christine Lagarde en su intervención posterior a la reunión del máximo organismo monetario de la zona Euro. La lucha contra la inflación, ahora sí, es la máxima prioridad para el BCE.
El problema para Lagarde es que llega tarde y sigue sin tener un plan decidido. Los precios están creciendo ya más en Europa que en Estados Unidos, la FED ha comunicado el objetivo del 4% para 2023, y, al menos hasta el momento, en Estados Unidos algunos de los mercados más relevantes (y peligrosos para la estabilidad), como el de la construcción, reflejan debilidad económica pero no anticipan una crisis financiera similar a la de 2008 (lean).
El BCE falló en su intento de mandar un mensaje de contundencia a los mercados. De hecho, el euro sigue por debajo de la paridad con el dólar y la rentabilidad exigida a los bonos soberanos de prácticamente todos los países europeos siguieron subiendo y aumentando su diferencial con respecto al de Estados Unidos.
¿Dónde están los problemas?
- Primero: El BCE da tanta sensación de urgencia como de improvisación. Sigue sin marcar una política clara, ni una estrategia definida. De esta manera los agentes no se acomodan a las decisiones futuras y los mercados reaccionan con mayor volatilidad.
- Segundo: Europa sigue avanzando hacia la recesión sin que ningún país haga movimientos relevantes para dar la vuelta a la situación. En algunos países nórdicos y en Reino Unido han aprobado planes de decenas de miles de millones de euros para rescatar a sus eléctricas porque tienen serios problemas de insolvencia; en los grandes países de la Unión estamos inmersos en debates estériles sobre si es momento de ponerles un nuevo impuesto a las eléctricas por esos "beneficios extraordinarios".
- Tercero: Tampoco estamos solucionando los problemas de fondo de la UE. Nuestra política energética en los últimos años ha sido un desastre, y los resultados están a la vista. Seguir ahondando en el intervencionismo (Úrsula Von Der Leyen dixit) o en topar precios no hace nada más que agravar esta situación.
La política intervencionista no funciona
Reino Unido ya ha avanzado que va a explorar vías de suministro energético a través del fracking. Una postura lógica, habida cuenta de que, por ejemplo, Estados Unidos se está convirtiendo en uno de los principales suministradores energéticos de Europa gracias a esta tecnología.
Seguir pensando que otros van a hacer el trabajo sucio para que nosotros disfrutemos de altos estándares de vida, un estado de bienestar que en algunos casos no podemos pagar, unos tipos de interés insostenibles e históricamente bajos, y todo ello a precios irrisorios, es una ensoñación de la que nos caeremos este otoño.
Por supuesto que vamos a tener por delante esfuerzos muy importantes. Pero merece mucho más la pena esforzarnos en ver qué podemos hacer con los afectados (si es que los hay) por los nuevos pozos de perforación, o por las nuevas centrales nucleares, que en hacerlo a ver cómo reducimos el consumo de luz, gas o gasoil cuando a un burócrata de Bruselas le venga bien de por vida.
La política intervencionista y buenista con cargo a la "energía climática" no funciona. Es un desastre en Europa, como lo es, por ejemplo en California. Algunos datos:
- Un vehículo fabricado en la UE a día de hoy contamina un 25% menos que en 2006.
- Los proyectos de energía solar y eólica, además de ser intermitentes, necesitan 300 veces más extensión de tierra, un 300% más de cobre y un 700% más de tierras raras que los combustibles fósiles.
- En California intentaron convencer a la gente de que gracias a las baterías se iban a acabar los apagones. La realidad es que hoy el precio de la electricidad se ha incrementado un 7%, la electricidad generada a través de fuentes de energía cero carbón se ha reducido un 10%, y las autoridades han tenido que pedir que se evite la carga de vehículos eléctricos tan solo 6 días después de anunciar la prohibición de algunos de los de combustibles fósiles.
En la Unión Europea todo el mundo espero que Europa les salve. Tanto desde el punto de vista económico como financiero. ¿Gasto más? Habrá un rescate de Europa, y pediré al BCE que baje tipos. ¿Tengo una crisis galopante de demanda doméstica? Europa incentivará mis exportaciones.
Pero Europa es, fundamentalmente, Alemania y Francia. Y Alemania es un motor económico gripado y contagiado por esa fe en el proyecto europeo. Una fe que ha convertido el consenso en dejadez de funciones, y la unión en imposición.
Nadie levanta la voz ante los mensajes intervencionistas e ideologizados de las autoridades más relevantes de la Unión. A pesar de los avisos y de los datos, nadie es capaz de decir cosas tan evidentes como que el modelo económico basado en deuda barata no funciona, que la política energética es un desastre, que el proceso de destrucción creativa lleva ahogado muchos años o que muchos Estados y grandes corporaciones están viviendo muy por encima de sus posibilidades.
La Unión Europea necesita un cambio de estrategia. Una vuelta al espíritu del Tratado de Maastricht, el de la unión basada en la responsabilidad de unas naciones soberanas. Convertir recursos de última instancia y apoyos basados en la cooperación externa en un modelo de gobierno que añade aún más burocracia y jerarquía a países que ya sufren estos problemas seriamente, como el nuestro, es un problema que pagaremos con la irrelevancia o, aún peor, con la ruptura.
El Banco Central Europeo debe seguir subiendo tipos (y lo va a hacer, casi con total seguridad en los próximos meses) para avanzar hacia la estabilidad de precios. Pero las grandes economías también deben avanzar en las reformas estructurales que tienen pendientes a nivel nacional y en asegurar una fortaleza real de cara a lo que tenemos por delante, que no va a ser fácil.
La situación en Europa es delicada (lean) y se puede complicar si la enorme burbuja que hay en occidente explota (lean) o si el débil equilibrio que mantienen algunas economías sistémicas se rompe (lean). Todos ellos son escenarios a la baja con mayor o menor probabilidad de ocurrencia.
Lo que no hay en este momento es ningún escenario en positivo, ni palancas para accionarlo, y ese es el verdadero problema. La Unión Europea, y el vínculo Atlántico con Estados Unidos son las mayores construcciones de la historia de la sociedad civilizada. Sin ellas, el mundo tal y como lo conocemos cambiará para siempre. Y nosotros somos los que más tenemos que perder.