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Domingo Soriano

Lo que la izquierda cuqui podría aprender de Tamara Falcó

Claro que ahora producimos lo de 1980 de forma más barata y que podríamos trabajar 20-25 horas a la semana y tenerlo... pero es que no queremos.

Claro que ahora producimos lo de 1980 de forma más barata y que podríamos trabajar 20-25 horas a la semana y tenerlo... pero es que no queremos.
Tamara Falcó e Íñigo Onieva, en su última aparición juntos antes de su ruptura. | Gtres

La izquierda clásica tenía una cosa buena, al menos si la comparamos con la actual: algo que podríamos llamar el principio de realidad física.

No en los medios que usaban, que eran absurdos. Esa idea de que se podía organizar la producción de un país como la URSS centralmente o que podían sustituir el sistema de precios por unos informes de Moscú sobre qué necesitaban los consumidores. Pero al menos algunos de ellos parecían tener claro los límites de la materia y el objetivo al que aspiraban: producir más y tener mejor tecnología para ser más prósperos y conseguir una vida mejor para sus ciudadanos. Luego no lo consiguieron, por supuesto, pero se suponía que era a lo que aspiraban.

De hecho, esa fijación con la materia acabó convertida en defecto. Lo de la realidad lo tenían demasiado claro. Las mayores barbaridades del comunismo llegaron precisamente por obsesionarse con la producción en bruto como camino hacia la riqueza. Había que producir más, aunque nadie lo quisiera. Porque no sólo de pan vive el hombre y porque nuestras necesidades son muy cambiantes. Y producir de lo más grande y pesado que uno pudiera imaginar: podía no haber para comer, pero acero no faltaba. ¿Que fallaba la cosecha de un año? Cambiábamos el curso de los ríos, aunque eso suponga desecar el Mar de Aral. No es casualidad que el modelo de trabajador fuera el tal Stajánov.

La izquierda cuqui ha pasado al mundo de las ideas, de la imaginación, del sueño. La meta ya no es ganar a la industria norteamericana. En 2022, la utopía está en el metaverso. Que por una parte es casi de agradecer, del gulag a los mensajes absurdos de concienciación, hemos avanzado (sí, ya sé lo que me van a decir y... una nueva campaña del Ministerio de Igualdad y pongo esto también en duda).

La ventaja que tienen es que ahí es complicado discutir nada, porque cómo le vas a hablar a alguien de riqueza, producción, PIB, precios, coordinación o tecnología cuando está buscando el futuro en un mundo virtual. Y no hablamos de la evidencia de que nadie vive sólo por y para el dinero: otra obsesión de la izquierda, atribuir a todos los demás una fijación con las riquezas que no es cierta. A todos nos gustaría ganar, pero al mismo tiempo sabemos que nuestras vidas son mucho más que lo que ganamos o en lo que trabajamos. Ni estamos dispuestos a lo que sea por ganar más. Los que más repiten esto son los supuestos idealistas.

La propuesta de Íñigo

Esta semana, por ejemplo, Íñigo Errejón volvía a la carga con su propuesta estrella: trabajar menos y cobrar más. Una propuesta que es muy difícil combatir, porque:

1 No sólo no es imposible... es que ya ocurre

Desde hace décadas, en los países occidentales trabajamos cada vez (mucho) menos. Tanto si lo medimos:

  • en horas a la semana: recordemos ese multitrabajo tan habitual para nuestros abuelos, que en muchas ocasiones doblaban jornada compatibilizando dos empleos
  • en horas al año: tenemos más vacaciones y días libres; lo de currar los sábados, antes muy habitual, ahora es excepcional
  • en horas a lo largo de nuestra vida adulta: empezamos a trabajar 6-8 años más tarde que nuestros abuelos y nos jubilamos cuando nos quedan 20-25 años de vida por delante

El otro día, lo comentaba con un diputado a raíz de una anécdota de hace unos meses en una Comisión del Congreso. En su turno, una representante de uno de los partidos de la coalición de Gobierno se puso muy seria: "Yo lo que quiero es un sistema tributario en el que los ricos paguen más. Y no sólo que paguen más por ser más ricos: lo que quiero es que el que gane el doble pague más del doble" (no es textual, pero el sentido fue más o menos éste). Claro, la sorpresa debió ser mayúscula cuando le explicaron que la fiscalidad progresiva tiene más de dos siglos de historia (y en su formato actual en Europa, como mínimo podemos irnos a comienzos del siglo XX).

Aquí podríamos empezar un debate sobre la preparación de nuestros representantes. Pero ése es otro tema. Lo que yo me pregunto es cómo discutir con alguien que tiene como objetivo de vida lo que es tan evidente que ya ha pasado. Y que niega que esté pasando lo que sucede cada día delante de sus ojos.

2 Protestan porque han ganado

Cuando dejan las propuestas concretas y se ponen filosóficos, los izquierdistas cuquis nos hablan de una sociedad que ha perdido los valores, obsesionada con el consumo y organizada alrededor de necesidades artificiales. De eso va el decrecimiento, otra de las modas de los últimos años. No sólo es que trabajemos demasiado, es que lo hacemos para comprar cosas que no necesitamos. Y, al hacerlo, ponemos en peligro el planeta, nuestro futuro, el bienestar. Hay que empezar a medir la prosperidad con ratios que vayan mucho más allá del PIB (esto no es una exageración: es una medida propuesta por Más País en su programa electoral).

Pues en octubre de 2022, estamos exactamente en ese punto. Si algo tendrá este invierno es que nos obligará a ser cuquis. Menos consumo, menos energía, vuelta a costumbres olvidadas: desde recuperar la chimenea en desuso para que vuelva a quemar leña, a guardar el coche en el garaje porque la gasolina está muy cara o ponernos otra vez los guantes en casa, como nuestras abuelas, porque no se puede poner la calefacción todo el día.

Pero tampoco les gusta. Están enfadados. Todas las medidas que proponen se dirigen a volver a lo que querían cambiar: desde la ayuda de 20 céntimos/litro a la gasolina al tope al precio del gas. Así es imposible: cómo debatir con alguien que cuando consigue lo que quiere... pide lo que lleva años diciendo que no quiere.

Nuestra vida es miserable porque consumimos demasiado, pero si no consumimos arrasamos el mercado laboral y por eso el Gobierno tiene que impulsar la demanda. Me siento incapaz de responder a esto.

3 Y el día siguiente...

Pero el principal problema de la izquierda moderna llega al día siguiente. Que con lo soñadores que son, tampoco es que les pidamos un esfuerzo imaginativo excesivo. Pero no son capaces ni de anticipar lo obvio.

Con las renovables, por ejemplo. Son más caras, por eso hay que subvencionarlas. Al día siguiente de implantarlas, habrá otros países que producirán contaminando más y gastando menos. Quizás pueda merecer la pena por el planeta (si te crees el discurso), pero ocurrirá.

O las 32 horas cobrando lo mismo. Los economistas cenizos les advertimos de que eso no puede ser, que será un coste enorme para las empresas. Pero nos responden que se podrá sin problemas, porque habrá ganancias de productividad. No lo veo... pero por hoy, les compro el argumento. Porque la clave es: incluso así, ¿qué pasaría al día siguiente?

En primer lugar, habrá alguien que tras haber experimentado esas ganancias de productividad... decida pasar a 40 horas (o a 35 o a 38). Y si lo consigue, que tampoco parece tan complicado, vuelves a estar fuera del mercado. Hay otro que hace un 20% más cada semana.

Pero, además, es que hay nuevos inventos que hacen tu vida mejor. Esto es lo que olvidan los luditas del siglo XXI. ¿Podríamos tener los bienes que tenían a su alcance nuestros abuelos trabajando menos? Por supuesto. Ahora mismo, el PIB español real es más o menos del doble del que teníamos a comienzos de los años 80 (nota al margen: es muy poco doblar tu PIB per cápita en cuatro décadas) y al menos cuatro veces más que en los 60.

Si seguimos trabajando 40 horas no es porque no podamos comprarnos lo que tenían nuestros padres, sino porque queremos más. ¿Más de qué? De todo, de lo importante y de lo que no lo es. Máquinas para detectar el cáncer y clases de zumba; productos de agricultura ecológica (también son más caros) y fundas de colores para el iPad.

En el futuro, nos parará lo mismo. Habrá cosas no imprescindibles pero que querremos. Y otras sí innegociables que ahora no existen pero que se inventarán, nos harán la vida mejor y por las que también habrá que pagar. Por eso trabajaremos en 2050, menos que en 2020 pero todavía bastante: porque no querremos el consumo de 2020, querremos el de 2050.

El discurso de "las máquinas ya lo hacen solas, no necesitamos trabajar tanto" es absurdo porque (i) no tiene en cuenta que hay que pagar al que inventa y opera la máquina; y porque (ii) piensa en términos estáticos, como si nos fuéramos a conformar en 10 años con lo que ahora tenemos. Claro que ahora producimos lo de 1980 de forma mucho más barata y que podríamos trabajar 20-25 horas a la semana y tenerlo... pero es que no queremos consumir lo de 1980.

"Un nanosegundo en el metaverso"

La realidad virtual llegará a nuestro día a día y será increíble. Veremos lo que se sacan de la manga esos tipos tan raros que andan por ahí inventando nuevos mundos. Pero por ahora, lo importante es la materia y las ideas que nos sirven para transformarla. Lo dijo Tamara Falcó hace unos días, con una de esas frases que ya forman parte de nuestra memoria colectiva:

El viernes por la noche, [Íñigo Onieva] me dijo: "Puede que sea verdad". ¿Cómo? Y ahí le dije: "Que sepas que me da igual si han sido seis segundos o un nanosegundo en el metaverso, como esto sea verdad, aquí se acaba todo.

Es un punto interesante. Tamara podía escoger entre seguir pensando que no había pasado o asumir la evidencia. Y escogió la realidad. De la virtualidad a la concreción. De lo que inventamos, a lo que tocamos. De las historias que no se cree nadie, a las pruebas. De lo que me aseguran que no volverá a pasar (como los países comunistas fracasados, que siempre lo fueron porque se aplicó mal la receta) a lo que ya ha ocurrido. No sabemos si Íñigo Errejón es muy de crónica rosa, pero de lo que le ha pasado a su tocayo podría extraer unas cuantas enseñanzas para su próximo programa electoral.

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