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Inteligencia artificial: ¿la nueva excusa de la izquierda para imponer una renta básica?

Ante un sistema productivo dominado por máquinas, el empleo humano menguará. ¿Es la renta básica la única solución para no acabar en la miseria?

Ante un sistema productivo dominado por máquinas, el empleo humano menguará. ¿Es la renta básica la única solución para no acabar en la miseria?
El 21,7% de los trabajadores españoles ocupan un puesto con alto riesgo de automatización. | Dall-e

La inteligencia artificial (IA) se ha convertido, sin lugar a dudas, en uno de los temas de moda del año 2022. Desde hace tiempo se viene avisando del gran poder de esta tecnología para cambiar el futuro de la sociedad y la economía, pero nunca habíamos visto avances tan concretos y revolucionarios como en los últimos meses.

El último ejemplo de la capacidad de estos sistemas de inteligencia computacional ha sido el conocido ChatGPT, una herramienta desarrollada por la compañía OpenAI que alcanzó el millón de usuarios en su primera semana en la web. Este chat sorprendió a muchos por su capacidad de responder de manera sumamente precisa a las peticiones del usuario, como solicitar información sobre un tema, redactar un resumen sobre un texto u obra, escribir o inventar artículos, poemas o canciones, crear código de programación o resolver problemas matemáticos, entre muchas otras funciones.

Sin embargo, esta no se trata, ni mucho menos, de la única herramienta de inteligencia artificial lanzada recientemente. También han surgido potentes sistemas para producir imágenes y dibujos a partir de la descripción facilitada por el usuario -como Midjourney, Dall-e o Stable Diffusion-, para producir vídeos desde cero -como Imagen Video-, para generar diseños en 3D -como DreamFusion-, para crear voces clonadas tomando la original -como Overdub-, o para producir un avatar virtual que se gesticule y hable, en cualquier idioma, igual que una persona concreta – como Elai-.

Por cierto, si se lo están preguntando: sí, la imagen que encabeza este artículo ha sido creada con una inteligencia artificial –Dall-e, en concreto–.

Estos son algunos ejemplos, pero las posibilidades son infinitas. Las grandes empresas llevan ya tiempo utilizando IA para optimizar sus procesos productivos, algunos hedge funds la emplean para obtener mejores resultados en sus inversiones, mientras que los laboratorios farmacéuticos la aprovechan para acelerar el descubrimiento de nuevos tratamientos médicos.

¿Arrasará la IA con el trabajo humano?

Pero la expansión de la IA no solo comporta ventajas y oportunidades, sino también algunos riesgos que deben ser tenidos en cuenta. Por ejemplo, los ciberataques serán cada vez más sencillos de realizar, los gobiernos podrán aumentar su poder de planificación y control social, o los procesos judiciales podrán verse enmarañados ante la dificultad de discernir si las pruebas aportadas (como vídeos o fotografías) son verdaderas o falsas -lo que se conoce como deepfake-.

Pero quizás, la consecuencia que cada vez preocupa a más personas sea el potencial de destrucción de puestos de trabajo. Esta postura plantea la posibilidad de que, más pronto que tarde, gran parte de los trabajos que hoy en día desarrollan humanos acabarán siendo sustituidos por inteligencias artificiales.

No obstante, el miedo a que la tecnología acabe con puestos de trabajo ha sido una constante a lo largo de la historia. Los luditas se revelaron en el siglo XIX contra las máquinas, ante el reemplazo de la mano de obra por máquinas en sectores como el textil. Y, pese a que este fenómeno contra la tecnología ha continuado hasta la actualidad en diverso grado y forma, lo cierto es que la evidencia nos ha mostrado que los avances tecnológicos reportan grandes beneficios sociales en el medio plazo, de forma que los empleos que desaparecen dan lugar a puestos de trabajo menos sacrificados, más productivos y con mayores salarios.

¿Pero y si las tesis luditas -o neoluditas- estuvieran ahora en lo cierto? Pensémoslo detenidamente. Hasta ahora, los avances tecnológicos habían desplazado trabajos relativamente físicos o rutinarios, liberando mano de obra para empleos más creativos y cualificados, capaces de generar mayor valor añadido. Sin embargo, el desarrollo de inteligencias artificiales cada vez más poderosas y especializadas puede reemplazar trabajos que hasta ahora se consideraban como insustituibles, incluso aquellos que requieren de creatividad. ¿Para qué contratar un diseñador gráfico si una IA es capaz de hacer diseños tan o más sofisticados en cuestión de segundos? ¿Para qué contar con los servicios de muchos médicos si una IA puede predecir con menor margen de error la enfermedad que sufre un paciente en función de sus síntomas? ¿Arquitectos, para qué, pudiendo pedirle a una IA que diseñe los planos de un edificio en base a unos requerimientos específicos? ¿Desarrolladores de videojuegos, por qué contratarlos, pudiendo generar un videojuego inteligente que pueda adaptarse, mediante IA, a las preferencias de cada jugador? Las posibilidades no tienen fin. Solo en España, según la OCDE, el 21,7% de los trabajadores ocupan un puesto con alto riesgo de automatización, mientras que otro 30,2% de los trabajos corre el riesgo de sufrir cambios significativos.

Renta básica: ¿la única solución?

Pese a que la sustitución completa del trabajo humano es aún una utopía –o distopía, según se mire– lo cierto es que la cantidad de empleos que la tecnología sea capaz de reemplazar serán cada vez mayores, y posiblemente estos cambios se den más y más rápidamente. Ante este panorama, habrá grandes dificultades para reubicar y reeducar a los trabajadores hacia puestos de trabajo aún no ocupados por inteligencias artificiales, si es que estos siguen existiendo, provocando que millones de ciudadanos, cuando no la mayoría, se vean abocados al paro. Y la situación sería aún más acentuada en caso de que logren desarrollarse robots con la misma o superior capacidad intelectual que un ser humano: el factor humano dejaría de ser un factor escaso y deseado por las empresas.

¿Cuál sería la solución a este problema? Según muchos, la mejor opción pasaría por que el Estado proveyera a cada ciudadano de una renta básica universal sin necesidad de trabajar. Esta podría estar financiada, por ejemplo, incrementando los impuestos sobre los beneficios empresariales, o imponiendo un nuevo tributo a la producción que sea desarrollada por las máquinas y las inteligencias artificiales.

Sin embargo, esta solución no está libre de problemas. Al fin y al cabo, se trataría de una redistribución coactiva de la renta por medio de las autoridades estatales, las cuales tendrían el control total de orientar los recursos confiscados hacia los fines que estimen oportuno. La libertad quedaría estrangulada, y los ciudadanos, dependientes de una paga gubernamental.

Pero, entonces, ¿hay alternativa? De no aprobarse una renta básica, ¿los ciudadanos que no tengan en propiedad las máquinas (empresarios), no quedarían completamente a la deriva? Ante esta tesitura, algunos autores liberales, entre los que destaca el español Juan Ramón Rallo, proponen que un mundo completamente (o casi completamente) automatizado, podría solventarse transitando hacia una sociedad de propietarios.

Es decir, si cada vez el trabajo ofrecerá menos rentas (en algún punto, incluso nulas), y el capital (máquinas, inteligencias artificiales...) cada vez más, ¿por qué no favorecer que todos seamos propietarios privados de los medios de producción? En lugar de competir contra las máquinas, ¿por qué no las compramos?

Esta tesis, pese a parecer compleja y enrevesada, lo cierto es que es factible. Hoy en día, cualquier persona tiene la capacidad de poseer parte de las rentas producidas por las empresas. Para ello no es necesario fundar una compañía y asumir complicadas responsabilidades, sino únicamente comprar acciones o participaciones de las mismas. Los mercados financieros permiten que los inversores obtengan rentas, ya sea directamente por la entrega de dividendos, como por la revalorización de las acciones, entre otros instrumentos.

Por tanto, la próxima vez que oigan que la planificación estatal y redistribución coactiva, mediante sistemas como la renta básica universal, son la única manera de hacer frente a un mundo dominado por las máquinas y la inteligencia artificial, simple y llanamente le están engañando. A través de una genuina sociedad de propietarios e inversores, la ciudadanía puede llegar a tomar el control directo de las abundantes rentas del capital producidas por la tecnología.

Pero, para llegar hasta allí, será necesario un radical cambio de mentalidad en todos los ámbitos sociales, con la educación financiera situándose como uno de los puntos neurálgicos del desarrollo personal. Mientras tanto, los políticos e intervencionistas verán en el boom de la IA el caballo de Troya perfecto para vender a la ciudadanía que no tendrán nada y serán felices con la renta básica del gobierno.

El futuro queda lejos, pero, el debate sobre hacia qué sociedad queremos transitar... ya ha comenzado.

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