Lo de los famosos que ganan a Hacienda está muy bien. Y lo digo en serio, no me malinterpreten. Como decía el año pasado a cuenta de Xabi Alonso, estos tipos son auténticos héroes. Porque quizás si yo estuviera en su lugar lo dejaría pasar, con razón o sin ella. Porque pelearla tiene un premio muy pequeño (esa multa que no te aplican) y a cambio el horizonte es terrible si te sale mal la apuesta, incluso aunque tengas razones para mantenerla (perder un juicio de este tipo puede suponerte desde la cárcel al destrozo de tu reputación).
Pero lo que te destroza un país no es lo que le hagan al Jorge Lorenzo de turno. Que sí, que tiene más razón que un santo y que ha publicado una carta que es un recital de sensatez. Lo que te destroza un país es la carta en sí.
Porque no hay muchas ganas de ser empresario o autónomo en España. ¿Por qué? Pues no lo tengo claro, probablemente haya un poco de todo, desde condicionantes culturales a falta de ejemplos. Pero en las conversaciones con mis amigos (mediana edad, empleos estables, titulación universitaria...) lo que sobresale es el miedo. ¿Miedo a qué? A perder el trabajo y el sueldo fijo, por supuesto. Pero, sobre todo, miedo a lo desconocido. Y ahí, el túnel más negro es el que viene determinado por los tratos con la Administración.
Una de mis quejas recurrentes tiene que ver con la semi-obligatoriedad que los autónomos sienten en cuanto a los servicios de una gestoría. ¿Es imprescindible? No, yo no la tengo. Pero no conozco a nadie más que lo haga. Los trámites son sencillos, pero te da (¿adivinan?) miedo. A no presentar un papel a tiempo, a equivocarte, a que te pidan lo que no sabías que tenías que guardar. Así que pagas 50-70-100 euros y a rezar porque todo esté bien.
Pero por mucho que el trabajo de estos asesores y gestores sea de primera (y suele serlo), la primera consecuencia para el autónomo es obvia: si todos los meses empiezas con -50 o -100 € por la gestoría... pues ya tienes que facturar un poco más para que todo aquello te salga rentable.
Por ejemplo, el otro día me llegó la notificación definitiva (por eso a lo mejor estoy sensible): me han puesto una multa de 200 euros (120 al final, porque no litigué) por no presentar en plazo el Modelo 390 correspondiente a 2021. ¿Qué es eso? Pues una declaración "informativa" sobre el IVA soportado y devengado el año anterior. No tiene nada que ver con el pago del impuesto, algo que se hace cada trimestre y que fui abonando religiosamente. Es sólo una especie de resumen que le haces a la AEAT al final del ejercicio. ¿Multar por no informar de lo que hiciste bien? Porque el Modelo 390 normalmente sólo recoge en otro formato lo que ya fuiste poniendo en los 303 trimestrales.
Y digo yo, con lo bien que funcionan las notificaciones de la AEAT (esto no es ironía, es la realidad; la web de Hacienda es bastante más funcional de lo que uno podría imaginar), ¿tanto cuesta mandar un aviso al contribuyente al que le quedan 48-72 horas para estar fuera de plazo? ¿O darle un margen en las declaraciones informativas que no implican incumplimiento fiscal: por ejemplo, que un par de olvidos cada cinco años estén libres de multas? Pues no.
Micro-lorenzismos
Por supuesto, esto no es más que una anécdota. Tomando el término prestado del feminismo militante, diríamos que es un micro-lorenzismo. Mucho peor es lo que siente el investigado al que un día escriben para pedirle documentación. A partir de ahí ya sabes que estás j****o. Lo tengas bien o mal, te esperan varios meses de muchos dolores de cabeza. Por eso decía antes que el problema es la carta. En realidad, la posibilidad de una carta.
Habría que preguntar cuántos empresarios más (o autónomos, que no dejan de ser empresarios individuales) habría en España si Hacienda no diera miedo. Si tratar con la Administración no fuera el principal temor que el contribuyente tiene. Lean lo que escribió en sus redes sociales el piloto balear:
- Arbitrariedad: le abren una inspección porque no se creen que viva en Lugano (Suiza) aunque no hay ningún indicio de que no sea así. "A pesar de que las autoridades suizas insistían en que mi situación era perfectamente legal, la Hacienda española siempre lo cuestionó todo".
- Máxima presión: "Envió cientos de requerimientos a mis patrocinadores y equipos, buscando no sólo información sino mi descrédito".
- Desproporción entre sanción e indemnización al contribuyente si gana el caso: "Me devolvieron el dinero que yo había adelantado. Ahora bien, nunca hubo ningún tipo de reparación del daño causado. Ninguna indemnización por los perjuicios".
- Plazos: "En diciembre, un nuevo pronunciamiento, del Tribunal Económico Administrativo Regional de Cataluña, me ha vuelto a dar la razón en el ejercicio 2016". Como el procedimiento comenzó en 2017, esto quiere decir seis años para demostrar la nada.
Ahora piensen ustedes que no son Jorge Lorenzo. Que no pueden irse a Suiza. Ni tienen la vida asegurada. Ni pueden pagarse un asesor fiscal o un abogado de primera fila. Y no digo que esté mal que use de todas estas herramientas. Sólo digo que usted no las tiene. Usted lo que se imagina es un proceso interminable, una ley farragosa que nunca puede uno estar seguro de haber cumplido y una relación absolutamente desequilibrada:
- si el contribuyente gana, apenas gana nada; si pierde, le pueden arruinar la vida;
- si el contribuyente se equivoca o desconoce una norma está perdido, tendrá multa y será tratado como un defraudador; si es el inspector el que falla al aplicar la normativa, sólo perderá el caso;
- si el contribuyente incumple un plazo o ha perdido un documento no tiene a qué agarrarse; para la propia Hacienda y en lo que hace referencia a sus actuaciones, las cuestiones formales son flexibles;
Y así podríamos seguir. El desequilibrio inicial (el Estado siempre será más poderoso que el ciudadano) se intensifica, porque las normas están redactadas para fortalecer al que era ya fuerte. ¿Poner una empresa? ¿Ser autónomo? Para qué. Si todo se quedara en que van a buscar deportistas a Suiza, sería una injusticia brutal. Pero lo que nos da miedo es que nos busquen a nosotros y no tener una casa en Lugano en la que protegernos. Los micro-lorenzismos del día a día, esos que nos aterran y sobre los que no queremos ni pensar. Ahí está el verdadero peligro.