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Domingo Soriano

No somos tan ricos para ser tan conformistas

Hemos optado por el camino que creemos que es más sencillo cuando sólo es más cortoplacista. Cada día será más complicado que nos salgamos del mismo.

Hemos optado por el camino que creemos que es más sencillo cuando sólo es más cortoplacista. Cada día será más complicado que nos salgamos del mismo.
Pedro Sánchez y María Jesús Montero en el Comité Federal del PSOE. | Europa Press

Sólo noticias del último mes y de diferentes medios:

- Se disparan los fijos discontinuos (en RTVE): la reforma laboral de Yolanda Díaz ha servido para retocar la estadística de contrataciones indefinidas, pero la realidad del mercado laboral sigue siendo parecida a la que había hace 18 meses. Los que llevan muchos años con un contrato disfrutan de una hiperseguridad a cambio de la precariedad de los recién llegados o los que tienen poca cualificación.

- La reforma de las pensiones de José Luis Escrivá (en Libre Mercado) consiste en (i) proteger las actuales prestaciones, incluso subiendo las mínimas y no contributivas; (ii) disparar los impuestos al trabajo, especialmente de los trabajadores cualificados; (iii) dejar las decisiones más difíciles para más adelante, para cuando dentro de tres o seis años la AIReF compruebe si se cumple la senda de déficit prevista

- "Profesores, rectores, estudiantes y CCAA ven en la Ley Orgánica del Sistema Universitario (Losu) una oportunidad perdida para mejorar la calidad del sistema universitario" (en El Mundo). El texto de la noticia apunta que "los rectores e incluso la propia directora de la Aneca han denunciado que ‘va en contra de los principios de mérito, igualdad y capacidad’, ‘no garantiza la financiación necesaria’, ‘no resuelve los problemas de la universidad’ y ‘rompe la neutralidad institucional".

- "Un tope al alquiler del 3% temporal o permanente, el último gran fleco de la ley de vivienda" (en Cinco Días): los precios máximos (en forma de tope a la revisión de la renta) para el alquiler ya están decididos, ahora sólo hay que ver si son permanentes desde el principio o se vuelven permanentes poco a poco (aprobando ahora un límite temporal que luego nadie se atreverá a tocar).

- "Fuertes protestas contra la mina de litio en el Festival de Cine de Cáceres. Cientos de personas se concentran a las puertas del Gran Teatro para denunciar el patrocinio de la empresa minera al festival" (en El Salto Diario)

- Los médicos de Madrid finalizan la huelga al lograr 450 € más al mes y un plus de tardes (20minutos). Todas las protestas por el desmantelamiento de la sanidad pública terminaron el mismo día en el que se subían los sueldos. Profesión vocacional, pero menos. Con los mismos médicos, el servicio ya no está en peligro. Y los conciertos con los hospitales privados nos importan lo justito si tenemos un plus por trabajar por las tardes.

Podríamos seguir, pero no tendría mucho sentido. Alguien pensará que cada uno de estos enlaces te lleva a un problema diferente. No lo creo. En realidad, si uno mira al fondo del asunto, verá que el problema es el mismo. Cambia el detalle, pero lo sustancial se mantiene:

  1. Ganan los que ya están, pierden los que podrían llegar (por definición, estos no existen).
  2. Atendemos sólo a lo que se ve, al que protesta, al que más grita. Las consecuencias de segundo orden nunca nos preocupan.
  3. Pierde el que produce y paga (impuestos) gana el que vive del Estado, ya sea vía sueldo, subsidio o prestación.
  4. El objetivo siempre es consolidar la situación actual aunque sea a costa de lo que podría haber sido.

Lo que define la España de 2023 es la resistencia al cambio y la búsqueda de rentas. Quien tiene un derecho reconocido tiene un tesoro. Y luchará por todos los medios para mantenerlo. La justicia se define por la capacidad de movilización y por lo que ocurrió en el pasado. Si alguna vez lo tuve o me lo dieron, no deben quitármelo. El que cobra siempre tiene más voz, más cara de pena, más legitimidad, que el que paga.

Que no digo ni que todos los subsidios (como son, por ejemplo, las pensiones) sean injustos ni todos los sueldos de los funcionarios inmerecidos. No es el objetivo de esta columna debatir cada caso. Lo que digo es que la moneda cae siempre del mismo lado.

El ejemplo

Mientras tanto, llevamos ya década y media de estancamiento y lo que te rondaré morena. Cada semana aparece una nueva estadística que nos recuerda que algún país del este ya nos ha superado en esto o aquello. Y nada indica que algo vaya a cambiar. ¿Reformas? Desde que el Banco Central Europeo decidió rescatarnos en el verano de 2012, nada que merezca la pena reseñar. Si acaso, deshacer lo poco que se hizo en aquellos dos años entre 2010 y 2012 para intentar poner algo de orden.

Es verdad que esta semana es la del pesimismo. La reforma de las pensiones, quizás la más importante que teníamos por delante, nos ha recordado que seguimos atrapados en la misma tela de araña: todo lo apostamos a que en el colectivo que ha salido mejor parado de la crisis 2008-2012 nadie pierda ni un euro; incluso aunque sepamos que nos arriesgamos a destrozar la economía productiva, a olvidarnos de la atracción de nuevas inversiones o a ver cómo se marchan los más talentosos de nuestros jóvenes. Eso sí, nuestra ministra de Hacienda nos asegura que hay que estar tranquilos, porque a esos jóvenes que no encuentran un empleo les comprarán las zapatillas sus abuelos a los que aseguramos que seguirán cobrando lo mismo llueve o truene.

Los que me conocen o me leen a menudo saben que estoy bastante obsesionado con el caso italiano. Y sí, es verdad que les miro y nos veo perfectamente reflejados. A mediados de los 80 y comienzos de los 90, Italia tenía una renta per cápita similar a la de Alemania u Holanda. Hoy es un 30-40% más pobre que los países del centro y norte de Europa. ¿Cataclismo? ¿Colapso a la griega? ¿Un jefe de Gobierno nefasto? ¿Alguna burbuja que se descontroló? En realidad, nada de eso. Simplemente, desde hace cuatro décadas, viven en una suerte de parálisis. Cada vez más lejos de los países ricos, pero sin nada que les empuje al precipicio de una quiebra o una recesión brutal. El objetivo es sobrevivir al día siguiente y no hacer nada que moleste a los que viven (bien o mal) del actual estado de las cosas. Con un poco de las buenas empresas que todavía sobreviven; otro poco de ser parte de la Eurozona, con acceso inmediato a algunos de los mercados más ricos del mundo; y lo que aportan el clima, la historia y ese turismo que nunca fallará. Con eso, van tirando.

En España tenemos zonas que ya anticipan lo que seremos. Un país envejecido; en el que la economía productiva del pasado cada vez es menos capaz de competir en el futuro; en el que va produciéndose un goteo de fábricas o tiendas que van cerrando sin que exista un sucesor. En este comienzo de 2023 parece que somos un poco más conscientes porque tenemos un Gobierno especialmente malo, porque en el centro de las ciudades se han disparado los cierres de locales y porque algunas de las (contra)reformas aprobadas son más importantes. Pero ni de broma podemos pensar que esto es cosa de Pedro Sánchez.

La parte buena es que nuestro país seguirá siendo uno de los que tengan más calidad de vida del mundo. Lo que nos gusta de nuestra forma de vida es algo que otros no pueden copiar fácilmente (de nuevo, el factor cultural-social-histórico, que va desde la gastronomía al clima). En Madrid, Barcelona, el País Vasco o las ciudades costeras más dinámicas, la apariencia seguirá siendo europea, un poco como cuando uno visita ahora Milán o Turín. En el interior y en las regiones más envejecidas, pues no tanto. Ahí tendremos sobre todo subsidios, funcionarios y muerte lenta. Es lo que hemos escogido. Y siempre con la espada de Damocles de que algo se descontrole y nos encontremos con una quiebra similar al de Grecia.

Nunca he sido pesimista y ahora tampoco lo soy, a pesar de lo que parezca en esta columna. Estoy seguro de que dentro de 20-30 años nuestros hijos vivirán mejor que nosotros. Europa será más rica y España también. Más ricos que ahora, pero más lejos de los más ricos. Quizás lo que más nos enfade sea que a nuestros equipos de fútbol (como a los italianos) les costará cada vez un poco más fichar a los mejores.

Hay que ser realista: hemos optado por el camino que creemos que es más sencillo cuando en realidad sólo es más cortoplacista. Y cada día será más complicado que nos salgamos del mismo. ¿Va a afrontar esos cambios de los que tanto hablamos un país con una edad media que cada vez estará más cerca de los 50 años? Se me hace complicado imaginarlo. Hemos escogido conformarnos. Esperemos que al menos eso que queremos conservar... no lo perdamos también en el intento. Porque, además, no somos tan ricos como para pensar que ya estamos en la posición que otros envidian. Si uno tiene la renta per cápita de Suiza, quizás puede pensar que ya no quiere nada más por ahora y que prefiere ir a lo seguro (aunque en economía, el que no pedalea suele acabar cayéndose). Nosotros no tenemos ni la de Suiza (en paridad de poder de compra, estamos alrededor del 50% de los helvéticos)... ni siquiera la de Italia.

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