Cada vez son más las empresas y los ciudadanos que se están contagiando de la obsesión ecologista de los gobiernos de los países desarrollados, lo que está dando lugar a todo tipo de situaciones surrealistas y que hasta llegan a resultar contraproducentes con los supuestos principios medioambientales que abanderan. La guerra al plástico es uno de esos ejemplos lleno de incoherencias.
En los últimos años, los Estados han emprendido una dura campaña contra este material aplicándole numerosas prohibiciones y subidas fiscales con el objetivo de reducir su uso. Poco parece importarle a los políticos que los productos hechos de plástico duren mucho más que los que están hechos de papel (lo que reduce el consumo de recursos), que conserven mejor los alimentos o que se utilicen en muchos campos de la medicina. El hostigamiento al sector es total.
Y las decisiones de la Administración se traducen en cambios en el día a día de los consumidores. No hay más que acudir a un negocio de restauración para percatarse de que ya no se dispensan pajitas o platos de plástico, que han sido reemplazados por productos de cartón. Lo mismo ocurre en los supermercados, donde las tradicionales bolsas de plástico se están esfumando dejando paso a otras modalidades que cuestan más de 10 veces más. Las bolsas de tela son algunas de las sustitutas más utilizadas. Poco a poco las también llamadas tote bags se están multiplicando por los cajones de los hogares. ¿Pero realmente esta moda contribuye al ahorro de recursos? La UOC lo desmiente.
"El compromiso que se adopta con el planeta no es como piensa el consumidor", afirma Neus Soler, profesora de Economía y Empresa de esta universidad. Soler hace referencia al informe de la Agencia de Medioambiente británica, que revela que para que el rendimiento ecológico de una bolsa de tela fuera mayor que el de una bolsa de plástico que no se reutiliza (y lo normal es usar una bolsa de plástico varias veces), la bolsa de tela debería utilizarse al menos 131 veces, algo difícil de conseguir. El estudio estima que cada persona posee entre 5 y 10 bolsas reutilizables de algodón, ¿pero qué ocurre cuando la bolsa se les olvida en casa? Pues que volverán a comprar otra de tela o, en su defecto, de plástico generando más de esos demonizados recursos.
El algodón sí engaña
A esta tendencia no sólo ha contribuido el hecho de que a partir de 2018 los supermercados en España empezaron a cobrar por las bolsas de plástico, sino también que hoy muchas marcas, instituciones o empresas usan las tote bags como imagen de "marca verde", ya sea como publicidad o packaging.
"Las empresas han visto en este tipo de bolsas un elemento sencillo y barato para sumarse al carro de la sostenibilidad. Pero, además, se han convertido en una opción para poder obtener unos céntimos de beneficio adicionales a los (pocos) que obtienen los establecimientos en la cesta de la compra. Por tanto, son un elemento de creación de imagen y de obtención de rentabilidad", añade el profesor colaborador de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC, Juan Carlos Gázquez-Abad.
Por tanto, la estrategia de marketing que hay detrás de las bolsas de tela es mucho más lucrativa que la medioambiental: se proyecta una imagen de marca sostenible y tiene más recorrido publicitario que el que podría tener una bolsa de plástico. "El consumidor percibe el producto como de mayor valor. Y como ocurría ya con la bolsa de plástico, se apoya la comunicación y el marketing (puesto que se puede personalizar la bolsa, serigrafiada con el logotipo de la empresa), pero con la ventaja añadida de que el consumidor conservará la bolsa más tiempo, por lo que la marca se verá en más ocasiones", detalla Soler.
Además, también hay que tener en cuenta el gasto que supone producir 30 millones de toneladas de algodón cada año. "La producción de algodón genera un impacto ambiental importante, especialmente por el consumo de agua, y el problema es que mucha gente no es consciente de lo que implica la gestión residual de este material. Pocos trasladan estas bolsas a depósitos textiles para su tratamiento. Seguramente las arrojan a los restos convencionales. En muchas ocasiones, cuando estos productos llegan a las plantas de tratamiento, según las tintas que se hayan utilizado en las bolsas, por ejemplo por un logo corporativo, es muy difícil poder tratarlas", explica Cristian Castillo, también profesor de Economía y Empresa de la UOC y experto en logística.
En esta línea, Soler añade que "la parte impresa de las prendas no puede reciclarse. Las impresiones en PVC no pueden descomponerse, por lo que para poder reciclar la prenda primero hay que recortar (y desperdiciar) la parte que esté impresa. Esto dificulta enormemente el proceso e impide un reciclaje completo". La opción más sostenible –según Castillo— serían las bolsas reutilizables de plástico que existen en muchos supermercados, aunque son de una calidad muy cuestionable para guardar determinados objetos. "El plástico requiere menos consumo, menos agua y menos energía, lo que lo convierte en la mejor opción para el uso diario" añade Castillo desmontando la fiebre por aniquilar a estos productos.
El absurdo es tal, que otro estudio realizado por el Ministerio de Medio Ambiente y Alimentación de Dinamarca de 2018 concluye que cada bolsa de algodón convencional debe usarse 7.100 veces y las de algodón orgánico deben usarse 20.000 veces o, lo que es lo mismo, usarla cada día durante 54 años para compensar el impacto general de su producción. ¿Nos hemos vuelto locos?
La guerra de Sánchez contra el plástico
En España, el Gobierno de Pedro Sánchez ha emprendido su particular guerra contra el plástico a través de un nuevo impuesto. El pasado 1 de enero, entró en vigor el Impuesto Especial sobre los Envases de Plástico no Reutilizables y su implantación está trayendo de cabeza a los asesores fiscales.
El Gobierno lleva intentando gravar los plásticos desde los Presupuestos de 2021, aunque no fue hasta el pasado mes de abril cuando introdujo este tributo en la "Ley de Residuos y Suelos Contaminantes para una Economía Circular". Así, el Ejecutivo se ha escudado en la Directiva Europea y en la llamada "fiscalidad verde" para su implantación. Quiere recaudar otros 491 millones con su puesta en marcha.