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Manuel Fernández Ordóñez

Quitar la energía nuclear sería como no haber instalado nunca un molino

Tal vez es una estrategia, ahorcar a las centrales con impuestos obligándoles a cerrar para exclamar: "¿Veis cómo la energía nuclear no es rentable?".

Tal vez es una estrategia, ahorcar a las centrales con impuestos obligándoles a cerrar para exclamar: "¿Veis cómo la energía nuclear no es rentable?".
Central Nuclear de Santa María de Garoña, en Burgos | Europa Press

Resulta curioso ver cómo algunos predican una cosa, pero hacen la contraria. Algo a lo que, desafortunadamente, nos tiene muy acostumbrados cierta clase política. No se cansan de teatralizar que la emergencia climática va a acabar con el planeta pero, al mismo tiempo, se oponen a muchas de las soluciones que contribuirían a aliviar esa supuesta emergencia. Su estrategia consiste en fabricar una coartada para rechazar cualquier atisbo de solución con el fin de perpetuar un discurso que postula una situación catastrófica de la que únicamente nos pueden salvar ellos. El síndrome del salvamundos, tan venerado actualmente por aquellos que parecen tener una necesidad de ser salvados.

Hace unos días tuve la ocasión de "disfrutar" de una sociedad hiperinflacionaria, como es la argentina. El cómo un país maravilloso, repleto de recursos naturales puede haber llegado a convertirse en lo que es sería objeto de innumerables artículos, no es ese mi cometido de hoy. Allí tuve la oportunidad de conversar con uno de los directivos de la empresa pública que explota las centrales nucleares argentinas. Afirmó que los costes de producción de sus centrales son públicos y se sitúan en unos 25 €/MWh. Este número es consecuente con el que publica el gobierno de Estados Unidos para sus casi cien centrales nucleares, con un precio medio en el año 2021 de 23 $/MWh. Una central en particular (la de Surry, en Virginia) ha tenido unos costes medios de 19 $/MWh los últimos diez años.

Las centrales nucleares españolas operan con unos costes muy superiores a estos que expongo, si bien sus costes naturales deberían ser muy similares a los de Argentina o Estados Unidos. Sin embargo, la asfixia fiscal a la que están sometidos nuestros activos nucleares hace que peligre su continuidad. Tal vez no sea más que una estrategia, ahorcar a las centrales nucleares con impuestos para que sus dueños decidan cerrarlas y así poder exclamar: "¿Veis cómo la energía nuclear no es rentable?".

Ahora bien, ese modus operandi no comulga racionalmente con la narrativa de la urgencia en la transición energética. La energía nuclear no emite gases de efecto invernadero y es una energía limpia, como ya decretó la Unión Europea hace meses. A pesar de la ingente inversión en energías renovables que lleva desplegando la humanidad en los últimos veinte años, la energía solar o la eólica todavía no han sido capaces de alcanzar la producción de electricidad de las centrales nucleares a nivel mundial. Quitar la energía nuclear sería como no haber instalado nunca un molino eólico o un panel solar. Sería desandar lo andado en la buena dirección. Sería un ejercicio de indigna estulticia. Sería, al fin y al cabo, política.

La energía nuclear es mejor. No solo es mejor, sino que es absolutamente imprescindible y sin ella no habrá transición energética. Todos los países que son referencia en el mundo están construyendo nuevas centrales nucleares. Únicamente Alemania y España se han bajado de ese tren. Siempre apostamos a caballo perdedor y al final, cómo no, lo pagaremos los de siempre.

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