Los terribles ataques del grupo terrorista palestino Hamas contra la población de Israel han tenido la inesperada consecuencia de reabrir el debate sobre la infiltración de la extrema izquierda en algunas de las universidades más exclusivas de Estados Unidos. Y es que, por incomprensible que pueda resultar, centros de élite como Harvard o Stanford han dado alas a grupos de profesores y estudiantes que, lejos de posicionarse con la democracia israelí, han dado alas a todo tipo de discursos, manifestaciones y protestas que respaldan, justifican o minimizan la execrable y brutal violencia extrema ejercida por Hamas, cuyos ataques se cobraron más de 1.400 muertos, amén de otros 200 secuestrados y centenares de heridos de distinta gravedad.
Visto desde el otro lado del charco, puede resultar llamativo que este tipo de discurso tenga pábulo en universidades de indudable fama y prestigio a nivel internacional. Sin embargo, esta deriva no sorprenderá a quienes siguen de cerca la actualidad estadounidense, puesto que los citados centros de educación superior llevan años protagonizando este tipo de escándalos. Así, es precisamente en las mejores universidades del país norteamericano donde se ha dado con mayor frecuencia el fenómeno de censura o cancelación de clases, conferencias o charlas impartidas por académicos ajenos a la agenda del progresismo radical y ligados a corrientes de pensamiento conservador o liberal.
Un estudio de la Universidad de Cambridge publicado la pasada década encontró que, por cada profesor universitario estadounidense que se identifica políticamente con las posiciones del Partido Republicano, hay al menos once académicos que hacen lo propio con las ideas del Partido Demócrata. Autores de reconocido prestigio como Jonathan Haidt o Steven Pinker alertaron de los problemas derivados de esta flagrante situación e incluso lanzaron la Academia Heterodoxa, una ONG volcada en promover el pluralismo político en la esfera universitaria. Por su parte, intelectuales de la talla de Jordan Peterson, Niall Ferguson, Larry Summers, Deirdre McCloskey o Tyler Cowen han puesto en marcha nuevos proyectos formativos como la Universidad de Austin, que ya está dando sus próximos pasos y que también cuenta con el aval de Pinker o Haidt.
Los donantes de las universidades de élite que han permitido esta deriva también se han cansado de la situación. Financieros como Bill Ackman (Pershing Square Capital Management) o Ken Griffin (Citadel) han anunciado que van a congelar, reducir o eliminar sus pagos a dichos centros hasta que no se tomen medidas para rectificar la situación. Y es que, si bien esta deriva llevaba años desarrollándose, la vomitiva reacción de las universidades de élite de Estados Unidos a los ataques de Hamas contra Israel ha caído especialmente mal entre distintos millonarios judíos que han servido como soporte tradicional de la operativa de estos centros.
La alternativa centroeuropea
A este lado del Atlántico también se empiezan a desarrollar proyectos universitarios que buscan alejarse del progresismo radical y ofrecer a los alumnos una experiencia académica alternativa, inspirada por principios humanistas, liberales y/o conservadores. Además de los nuevos centros que están surgiendo en España, quizá el caso más llamativo de todos los conocidos en Europa es el del Colegio Mathias Corvinus (MCC por sus siglas en inglés), un espacio formativo fundado en 1996 y ubicado en Budapest que cuenta con más de 7.000 estudiantes y una dotación de más de 1.100 millones de euros.
El MCC empezó a andar con el apoyo de András Tombor, un exitoso empresario húngaro que compagina su actividad en sectores como el transporte o la energía con su labor filantrópica en el campo educativo. Sus aportaciones al Colegio Mathias Corvinus le han convertido en una figura clave en el ámbito de la derecha política centroeuropea - y no es para menos. No en vano, el MCC no ha parado de crecer y se ha convertido en una institución altamente competitiva, con más de veinte sedes en las que se imparten ciclos de educación primaria, secundaria y superior. Todo, además, con excelentes resultados de inserción laboral y la vitola de ser el espacio educativo de referencia para las familias que temen el adoctrinamiento izquierdista propio de tantos centros de élite que ahora se empiezan a tambalear.
De modo que la apuesta de Tombor por crear un "refugio de libertad" en el corazón del Viejo Continente ha quedado validada y, casi dos décadas después del lanzamiento del MCC, su proyecto goza de muy buena salud y ya sirve como inspiración a quienes pretenden desarrollar iniciativas similares en otros países.