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Manuel Fernández Ordóñez

¿Sabe usted cómo se produce el pan?

Los sectores primario y secundario son considerados 'demodé' por una sociedad que los rechaza por antiguos, de baja cualificación o muy contaminantes.

Los sectores primario y secundario son considerados 'demodé' por una sociedad que los rechaza por antiguos, de baja cualificación o muy contaminantes.
Paisaje rural del campo de trigo en España | Alamy

Leía el otro día en la red social X -antes Twitter- un tuit de un caballero alemán, jubilado de la industria del metal. En él se veía un vídeo de unos trabajadores de la empresa Vallourec grabando con sus móviles la fabricación del último tubo antes del cierre de la factoría. La empresa ya había cerrado todas sus fábricas en Alemania, siendo ésta la última que quedaba en operación. En total, se han perdido más de 2.000 empleos en unas factorías que llevaban funcionando desde el siglo XIX.

La persona que menciono escribía con toda crudeza lo siguiente: "Trabajadores experimentados que se ganaban el pan de sus familias y dedicaron sus vidas a un trabajo duro pero que han sido declarados inútiles por una sociedad que únicamente valora a hipsters que hacen mierdas inútiles frente a un ordenador". Y qué quieren que les diga, esta afirmación abre un interesante debate sobre el rumbo que está tomando Europa.

Los que me leen con asiduidad saben de mi defensa a ultranza del capitalismo como único sistema económico capaz de sacar de la pobreza a miles de millones de seres humanos. Y el capitalismo se asienta sobre diversos pilares, siendo la división del trabajo uno de ellos. La especialización que viven las diferentes disciplinas del conocimiento en los países avanzados hace que nuestro desarrollo tecnológico no tenga comparación posible con eras precedentes. Sin embargo, este hecho que nos hace disfrutar de las mayores cotas de bienestar en la historia de la humanidad, tiene también otros aspectos tal vez más ocultos si no se mira con el suficiente detenimiento.

Sin duda, uno de ellos, es la total desconexión de la realidad por parte de la gran mayoría de la sociedad. En los países avanzados, buena parte de la economía se dedica al sector servicios. Los sectores primario y secundario quedan lejos en el tiempo, denostados y considerados demodé por una sociedad que los rechaza como trabajos antiguos, de baja cualificación o muy contaminantes. Sin embargo, obviamos la realidad, y es que importamos la gran mayoría de los bienes y materias primas que producen esos sectores. Importamos carbón, cobalto, aluminio, hierro o cobre, pero ya no tenemos minas. No hemos dejado de consumirlos, simplemente otros los producen para nosotros.

La mayor parte de nuestra población vive en las ciudades y se gana la vida dando servicios a otras personas. Absolutamente desconectados de la realidad del mundo, la gran mayoría no tiene ni idea de dónde vienen la comida que come y las materias primas que consume. Todos comen pan, pero muy pocos saben de dónde sale el trigo para hacerlo. Nunca falta pan en la mesa y nos hemos olvidado de cómo llega a ella.

El problema de ignorar estos aspectos fundamentales de nuestras vidas es que nos convertimos en presa muy fácil de relatos que se sustentan en falacias incompatibles con la realidad. Así pueden tratar de convencernos de que hay que volver a la agricultura ecológica, porque no sabemos cómo se producen realmente los cereales, frutas y verduras que comemos. Tratarán de convencernos de que es posible ir a un modelo basado en carne artificial, porque no sabemos cómo se produce la carne que aparece misteriosamente en los blísters de los supermercados. Y tratarán de convencernos de que un mundo 100% renovable es posible en unos pocos años, porque no sabemos cómo se produce la energía que consumimos ni su influencia en el bienestar de la sociedad. Apretamos el interruptor y siempre se enciende.. pero puede que un día no lo haga.

Si fuéramos conscientes de todo esto, ninguno de esos relatos ganaría adeptos en la sociedad. Las charlatanerías tendrían un recorrido muy corto. Vivimos en la era de la información, pero ésta tiene un volumen inabarcable. Estamos tan especializados que sabemos mucho de lo nuestro y apenas nada de todo lo demás. Lo primero hace que vivamos mejor que nunca, lo segundo nos hace más manipulables que nunca. Jamás las fake news tuvieron un caldo de cultivo tan propicio como el actual y, me temo, esto únicamente puede ir a peor. Nos tocará luchar permanentemente contra gigantes, pero al menos debemos saber que no son molinos.

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