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El gráfico más deprimente del siglo: desde el 2000 somos los que peor lo hemos hecho

¿Cuál es la causa de los bajos sueldos en España o de que nuestras empresas no crezcan? La respuesta: productividad, productividad, productividad.

¿Cuál es la causa de los bajos sueldos en España o de que nuestras empresas no crezcan? La respuesta: productividad, productividad, productividad.
Pedro Sánchez y la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, durante su encuentro en Roma en abril del pasado año. | Flickr/CC/La Moncloa - Gobierno de España

En la última semana, quien más quien menos, casi todos los periodistas económicos hemos tirado de Paul Krugman. Su frase de que la productividad no lo es todo, pero que a largo plazo lo explica casi todo, nos ha servido para retomar uno de los conceptos que más nos gustan y que es más complejo hacer llegar al ciudadano medio no interesado por estos temas.

Paro, inflación, crecimiento del PIB, evolución de la deuda pública... Las demás grandes cifras macro son relativamente habituales en el debate público. Pero dices "productividad" y el lector salta por la ventana. Suena a tecnicismo alejado de nuestros intereses y necesidades a corto plazo. No lo es. En esto Krugman (con el que podríamos discutir en Libre Mercado por otras muchas cuestiones) tiene toda la razón. No es que las cifras de desempleo o incremento de los precios no sean importantes. Pero al final casi todas se explican en cierta medida por la productividad. No lo es todo, pero si queremos hacer una foto de cómo le ha ido a la economía de un país en un período largo de tiempo (dos-tres décadas)... hay poco que se le escape a este indicador.

Por eso, es tan importante el estudio que esta semana publicaban el Observatorio de la Productividad y la Competitividad en España (OPCE) puesto en marcha por el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) y la Fundación BBVA. El gráfico alrededor del que gira el estudio es el siguiente:

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Todo lo que se intuye tras esta imagen es negativo. El dato de España y la comparación con los países de su entorno. Nos gana hasta Italia. Y no lo decimos porque tengamos algo en contra del país transalpino, sino porque en estas dos décadas ha sido a menudo un ejemplo de lo que estaba mal en la Eurozona: poco crecimiento, instituciones cuestionadas, falta de dinamismo, población envejecida, deuda pública disparada... Pues nos ganan. Haciéndolo mal ellos también, pero algo mejor que nosotros.

Por qué ha pasado esto. Desde el OPCE apuntan a varios factores:

  • "El empleo de más cantidades de trabajo y capital ha contribuido a que el PIB de España crezca, pero las mejoras en el aprovechamiento productivo de esos factores podrían también contribuir al crecimiento del PIB y eso no ha ocurrido". O, lo que es lo mismo, sí tenemos más capital y más personas trabajando que en el 2000, pero les sacamos menos rendimiento del que deberíamos.
  • "El patrón de crecimiento es débil porque la baja productividad del capital refleja una excesiva acumulación de activos inmobiliarios -residenciales y no residenciales- durante el boom, que siguen parcialmente utilizados por las empresas que los poseen y lastran la productividad": no hemos digerido la burbuja del ladrillo. Construimos mucho, a veces sin tener muy claro para qué, y ahora ese capital está infrautilizado.
  • "La inversión en activos que deben contribuir a impulsar la productividad —como las TIC y los intangibles— avanza a un ritmo menor que en otras economías". Recuérdenlo la próxima vez que vean a un político hablar de nueva economía, de digitalización, de impulso a los nuevos sectores productivos... No es cierto: invertimos poco y mal en los sectores que están empujando el crecimiento en otros países ricos.

El ladrillo que no suma

En este análisis, es verdad que el ladrillo figura como un lastre con consecuencias duraderas. Podríamos pensar que lo que pasó hace dos décadas ya debería haber quedado en el olvido. Pero no es así. Las consecuencias de lo ocurrido siguen ralentizando nuestro crecimiento:

El boom inmobiliario de principios de siglo explica, en buena medida, el negativo comportamiento agregado de la Productividad Total de los Factores (PTF). Sectores como la construcción —como oferente—, y la hostelería, la energía y muchas actividades de servicios —como demandantes intensivos de naves, locales comerciales o despachos, además de viviendas— atrajeron enormes inversiones que resultaron poco productivas. Estas inversiones desembocaron en excesos de capacidad no utilizada, que afloraron sobre todo cuando la economía entró en recesión. Especialmente en la etapa que transcurre entre 1995 y 2007, la inversión residencial y en otras construcciones se guio más por las ganancias de capital esperadas a corto plazo, impulsadas por las alzas de precios de los inmuebles durante el ciclo expansivo, que por la productividad que podrían ofrecer a medio plazo dichos capitales si fueran plenamente utilizados. El lastre que ha supuesto ese periodo se prolonga hasta nuestros días porque los activos inmobiliarios son muy duraderos y pueden permanecer parcialmente desaprovechados durante décadas, suponiendo costes de amortización y financieros para las empresas o los hogares que los poseen. Los excesos de capacidad se ponen de manifiesto en numerosos lugares de España en forma de elevados porcentajes de inmuebles vacíos y viviendas parcialmente utilizadas.

Pero sería un error que nos centráramos sólo en el ladrillo. Por ejemplo, los autores también nos recuerdan que "en comparación con las economías avanzadas, España ocupa la última posición en inversión en intangible (I+D, software y bases de datos, diseño, imagen de marca, formación de la empresa a sus trabajadores, estructuras organizativas innovadoras, etc.)". Estamos a más de veinte puntos de los que mejor lo hacen en este aspecto (EEUU, Francia, Reino Unido, Suecia... y eso sí cogemos sólo las grandes economías de nuestro entorno).

Por supuesto, tampoco en la productividad del trabajo (lo que hace referencia a la eficiencia de nuestros trabajadores) lo hemos hecho demasiado bien. Algo mejor que si miramos a la productividad del capital, pero con cifras muy bajas en la comparativa internacional y descorazonadoras si tenemos en cuenta que hablamos de casi un cuarto de siglo. ¿Las causas?:

Los pobres resultados educativos y la temporalidad laboral limitan el potencial productivo del capital humano. Además, se aprecia un menor empleo del trabajo más cualificado que en la mayoría de los países europeos. También frena la productividad del trabajo el predominio de modelos de gestión poco profesionalizados en muchas empresas, sobre todo de pequeño tamaño.

Trabajadores poco formados y empresas mal gestionadas. Demasiado peso de las pymes y micropymes en el sector productivo. Poco empleo en las ocupaciones-sectores más intensivos en capital y más que generan más crecimiento.

En resumen, nada nuevo bajo el sol.

¿Por qué?

Llegados a la pregunta sería por qué nos pasa esto. ¿Somos peores que suecos, suizos, holandeses o daneses? ¿Tenemos algo los españoles o los italianos, en nuestra cultura o nuestra forma de ser, que nos empuja a ser menos productivos?

En el informe del OPCE nos dan la respuesta técnica:

En los orígenes de los problemas de productividad aparecen distintos factores: los excesos de capacidad en activos inmobiliarios, la falta de inversión en activos intangibles durante la primera década del siglo, el insuficiente aprovechamiento de las mejoras educativas y el retraso en reformas estructurales que dinamicen los mercados de productos y servicios y mejoren la ASIGNACIÓN DE LOS FACTORES DE PRODUCCIÓN. Todas estas circunstancias contribuyen a que los niveles de PTF hayan caído en España durante la mayor parte del siglo XXI, mientras la eficiencia productiva mejoraba en la UE, y en EEUU lo hacía todavía más.

No hemos destacado en negrita y mayúsculas estas seis palabras por casualidad: "asignación de los factores de producción". Una expresión técnica pero que, de nuevo, explica muchas cosas. Las economías ricas lo son porque empresas y trabajadores están buscando constantemente aquellos nichos de mercado en los que pueden aportar más valor (hacer cosas que los demás demanden). Y porque una vez que descubren esas oportunidades, son capaces de movilizar los recursos (inversiones, capital, trabajadores) necesarios para sacarles el máximo partido.

En sentido contrario, también son ricos porque cuando están desarrollando actividades de poco valor añadido son muy rápidos en dejarlas a un lado (es decir, no malgastan recursos en usos poco interesantes) y utilizarlos para algo en lo que aporten más.

Volvemos al panorama de restos del ladrillo que el informe del IVIE y el BBVA nos recuerdan que sigue ahí, muy presente en nuestras vidas. Hace dos décadas invertimos demasiado en un capital inmobiliario que en buena medida permanece infrautilizado. ¿Era inevitable que aquellas malas inversiones tuvieran un pobre rendimiento? En parte sí. Pero probablemente no del todo. Lo que queremos decir es que al menos parte de aquel ladrillo probablemente tenía usos alternativos (que quizás no hubieran justificado su construcción, pero que una vez que estaba ahí el edificio al menos minimizaba las pérdidas) que tampoco se han desarrollado.

Cuando los economistas hablan de "flexibilidad" o "dinamismo" de una economía hacen referencia a algo tan sencillo como permitir que los recursos productivos que tengan dejen de utilizarse en las actividades menos productivas y pasen a tener nuevos usos más valiosos. Buena parte de los problemas de la economía española derivan de sus rigideces. Ya no es que hagamos mal las cosas; es que nos regodeamos en ese mal. No somos capaces de dejar de hacer lo que no hacemos demasiado bien, ni de aprovechar del todo las cosas que sí sabemos hacer.

Trabajadores poco formados, empresarios poco productivos, empresas muy pequeñas y, además, muy poca capacidad para dirigir los factores productivos allí donde más falta hacen. Llevamos así un cuarto de siglo y no hay muchos indicadores que apunten que habrá un cambio en el corto plazo. Desde el año 2000 somos casi los que peor lo hemos hecho entre los países ricos. El resultado no ha sido catastrófico (como en Venezuela) pero es complicado encontrar otra situación similar en las economías avanzadas (¿Grecia?). Cuando pensemos en los bajos sueldos, en las empresas que no crecen, en la falta de peso de la nueva economía... no le demos más vueltas. En esto sí tiene razón Krugman: productividad, productividad, productividad.

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