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80 años de 'Camino de Servidumbre', la obra que Hayek dedicó a "los socialistas de todos los partidos"

Hoy, más que nunca, el mundo necesita volver al liberalismo, y quizás la de Hayek sea la visión más honesta.

Hoy, más que nunca, el mundo necesita volver al liberalismo, y quizás la de Hayek sea la visión más honesta.
El economista austríaco, Friedrich August von Hayek. | Alamy

Este mes de marzo se cumplen ochenta años desde la publicación de una de las obras de pensamiento político más importantes del siglo XX: Camino de Servidumbre de F. A. Hayek. Probablemente, este libro que el austríaco dedicó a "los socialistas de todos los partidos" sea uno de los que más personas ha logrado convertir al liberalismo, y a pesar de que en él no se nos presente la versión más académica, profunda, ni radical del pensamiento hayekiano, no es menos cierto que, por lo anterior, ocupa un lugar privilegiado entre las principales obras liberales. Además, no podemos ignorar que aquí Hayek desliza permanentemente algunos elementos fundamentales de la teoría económica austríaca, tales como el individualismo metodológico o el problema de la información y el cálculo en el socialismo. De este modo, aunque en ella Hayek defienda abiertamente la necesidad de la intervención estatal en la economía –si bien en el prólogo a la edición de 1976 él mismo admite que cuando la redactó aún no se había librado por completo "de todas las supersticiones intervencionistas entonces corrientes"–, Camino de Servidumbre sigue siendo una de las mejores obras para comenzar a derribar los mitos del estatismo.

No obstante, su importancia no se reduce simplemente a su contenido doctrinal. Lo que hace que esta obra posea todavía hoy una especial relevancia en la política y la economía es el conjunto de intuiciones que Hayek logró plasmar en ella y la actualidad de su análisis, pues denuncia la deriva social y política que terminó por llevar a Occidente a una guerra fratricida. Como bien explica Hayek, la sociedad de 1944 es el resultado de un período de varias décadas en el que Europa ha abandonado su propia esencia, constituida por la libertad y el individualismo político –el cual, cabe aclarar, es entendido como el respeto irrestricto del proyecto vital ajeno, no como el proselitismo del atomismo social–. Así, Hayek señala que Occidente ha sustituido el orden descentralizado y anónimo del mercado por la dirección colectiva de la sociedad, y que en ello encuentra la causa de todos sus males.

Pero ¿por qué habría de preocuparnos esta deriva hacia el colectivismo y la planificación central? La respuesta es sencilla: porque la planificación y el colectivismo hunden a la sociedad en la miseria, en todos los sentidos. Este es el objetivo principal de la obra: mostrar el error intelectual que supone la confianza en la planificación central, denunciar las fatídicas consecuencias que de ello devienen y, con todo, hacer una defensa desapasionada y realista del orden liberal. De este modo, Hayek señala cómo la sociedad de su tiempo ha caído en el error de sacrificar su libertad por una mayor seguridad, además de cómo se ha manipulado el propio concepto de libertad, indicando que las distintas corrientes del socialismo han llevado al hombre a entender la libertad en un sentido absoluto, frente al modo en que la entiende el liberalismo clásico, como una libertad condicionada y limitada por las circunstancias. Por este motivo, denuncia que los "apóstoles de la nueva libertad", con el énfasis en la supuesta libertad ‘real’ –a saber, la que derivaría de la igualdad material–, lo que hacen es limitar la capacidad de elección de las personas al terminar por imponer medidas intervencionistas, como la distribución de la riqueza. Sin embargo, a este respecto lo más reseñable de la tesis de Hayek es que el principal motor de este cambio de valores es el rechazo de las nuevas generaciones hacia la libertad debido a que, gracias al gran bienestar del que gozaron, comenzaron a anhelar otros ideales y olvidaron qué fue lo que posibilitó alcanzar esa riqueza que disfrutaron. Y es que, como bien apunta, el aspecto económico de la vida, si bien no es el fundamental en un sentido humano, no deja de ser el que posibilita la búsqueda de los fines más elevados.

Planificación frente a libertad

No podemos ignorar que el colectivismo y la planificación central, frente al individualismo político liberal, suponen los cimientos de un régimen sociopolítico menos eficiente en el aspecto económico y mucho más perverso en un sentido moral. Por un lado, es evidente que en lo económico el orden de mercado logra coordinar mejor los esfuerzos humanos que un planificador central gracias a la existencia de un sistema de precios que nos indica dónde se encuentran las oportunidades de ganancia en el mercado y, por tanto, nos muestra dónde se han de satisfacer las necesidades de la sociedad. Del mismo modo, en el ámbito económico la presencia de un planificador central significa la anulación de la seguridad jurídica, elemento sumamente importante para el surgimiento de un entorno favorable a la llegada de inversiones y el florecimiento de la actividad económica. En cambio, en un Estado de Derecho las normas son claras, y los agentes económicos pueden anticipar la actuación gubernamental, logrando así configurar un sistema seguro para la actividad económica.

Pero la superioridad del régimen liberal no sólo se da en un sentido utilitarista. En realidad, el colectivismo y la planificación suponen la absoluta degradación moral tanto de la sociedad como del propio poder político. En primer lugar debemos considerar que la virtud sólo puede existir en un régimen de libertad. Pero, además, anticipando su crítica a la mal llamada ‘justicia social’ que elabora en Derecho, Legislación y Libertad, Hayek señala que un régimen de planificación implica la discriminación: si bien la justicia clásica se caracterizaba por ser ciega –"dar a cada uno lo suyo"–, la planificación central se basa en todo lo contrario, pues no es más que la materialización de la voluntad del planificador. Por ello, Hayek incide en que, si hay un régimen sociopolítico especialmente contrario a la democracia y el Estado de Derecho, ese es el de planificación central, pues se basa en el dominio de la voluntad de una pequeña minoría sobre el resto de la sociedad.

A todo ello debemos añadir también que en Camino de Servidumbre reserva un capítulo para analizar los perversos incentivos políticos que supone la planificación, pues, indica, llegará el momento en que el planificador deberá prescindir de la moral si quiere garantizar el logro de sus objetivos. Así muestra cómo en un régimen colectivista serán las peores personas de la sociedad las que finalmente se hagan con el poder, pues en un juego político en el que se ha de terminar renunciando a los principios éticos, los individuos con más férreas convicciones no pueden encontrar en ello atractivo alguno. Es decir, el colectivismo incentiva la falta de escrúpulos, al mismo tiempo que, en la medida en que el planificador central debe lograr aunar las voluntades individuales para hacer cumplir su plan, se recurre a la propaganda para manipular a las masas, con lo que la Verdad es la víctima definitiva del virus de la planificación.

Finalmente, Hayek traslada su crítica de la planificación al ámbito de las relaciones internacionales para defender la necesidad de mantener el orden liberal. De hecho, para él "en ningún otro campo ha pagado el mundo tan caro el abandono del liberalismo del siglo XIX" como en el de las relaciones internacionales, pues los regímenes de carácter totalitario ponen en jaque la paz entre naciones. Con esto, explica que "si las relaciones económicas internacionales, de ser relaciones entre individuos pasan a ser cada vez más a ser relaciones entre naciones enteras, organizadas como cuerpos comerciales, inevitablemente darán lugar a fricciones y envidias entre los países". En este sentido, subraya que con esto la ‘lucha’ que se da en el mercado –que en realidad es mera competencia– pasa a ser protagonizada por los Estados, que concentran un gran poder y poseen una inmensa capacidad armamentística. Por ello, propone la vuelta a los valores del librecambio, el respeto a la autonomía del individuo y la organización de una institución internacional que limite eficazmente los poderes del Estado sobre el individuo con el fin de crear "una comunidad de naciones de hombres libres".

Volver al liberalismo

Con todo, el análisis efectuado por Hayek en Camino de Servidumbre se nos antoja hoy, por desgracia, extremadamente necesario y de actualidad. Y es que el mundo que ve Hayek en las décadas de 1930 y 1940 guarda ciertas similitudes con el nuestro. No cabe duda del exacerbado colectivismo en el que nos encontramos, ni tampoco de la renuncia a la libertad que en buena parte de Occidente estamos llevando a cabo. De nuevo, el bienestar del que hemos disfrutado nos ha llevado a la búsqueda de grandes ideales y a olvidar la condición de posibilidad que facilitó el surgimiento de nuestra riqueza. En este sentido, la sociedad parece empeñada en crucificar al liberalismo y retornar al estatismo. Como el propio Hayek apunta, quizás esto se deba al miedo que tenemos de descubrir que la responsabilidad de todos nuestros males, en buena medida, es nuestra. Sin embargo, es más fácil achacar los errores a otros, al supuesto ‘sistema’, y volver de nuevo a proponer las soluciones que ya se han demostrado equivocadas. Lo que no advierten es que fue el respeto a los principios del liberalismo lo que garantizó durante años la paz y la prosperidad.

Lo que amenaza nuestro bienestar no es el mercado ni la libertad, sino el Estado que es, de hecho, la mayor máquina de guerra jamás creada debido a su capacidad para movilizar recursos, y si hoy el mundo permanece en vilo no es por los principios liberales, sino precisamente por su ausencia. ¿Quién, si no, está amenazando hoy la paz en Europa? ¡El Estado! Da igual que sea el ruso, el chino o el iraní, al final, lo que pone en peligro una vez más a la Humanidad es el antiliberalismo. Lo mismo puede decirse de Estados Unidos en Indochina o de Gran Bretaña y el resto de potencias europeas en sus colonias. Naturalmente, el liberalismo y la economía de mercado no son sistemas perfectos, pero en ningún caso puede decirse que sean imperialistas –consulten a Schumpeter–. Por eso es tan preocupante el auge de movimientos antiliberales y contrarios al capitalismo.

Por todo ello, para mirar nuestro mundo desde una perspectiva diferente en un momento crucial como el que vivimos, les invito a acercarse a la obra de uno de los pensadores más preclaros del siglo XX en el año en el que, además, se cumplirán cincuenta desde que la Academia sueca le concediera el Nobel de Economía por sus aportaciones a la teoría del dinero y los ciclos. Hoy, más que nunca, el mundo necesita volver al liberalismo, y quizás la de Hayek sea la visión más honesta.

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