La Tasa Interna de Retorno (TIR) es una de las métricas más usadas por los financieros. Sería algo así como la cifra que nos indica cuál puede ser la rentabilidad esperada de una inversión. Se utiliza a menudo para comparar con las opciones alternativas. En una columna, los gastos que te supondrá hacer esa inversión; en otra, los ingresos (esperados) que se obtendrán. Y cálculas cuál sería el tipo de interés anualizado que iguala ambas cifras. De esta manera, puedes comparar si te conviene o no hacer la inversión. Si la TIR sale del 5% y un bono de bajo de riesgo está ofreciendo un 7%... pues la inversión no se realiza. Para qué arriesgarse con algo que estimas que dará un 5%, si un activo seguro (con todos los matices que siempre se pueden poner a este término) te paga más.
Esta semana, se ha hablado de TIR y de pensiones. Y todo a raíz de un excelente trabajo de José Enrique Devesa, Inmaculada Domínguez, Borja Encinas y Robert Meneu para el Instituto Santalucía: "Análisis intrageneracional de la generosidad del sistema de pensiones de jubilación".
La idea de los autores es calcular cuál es la rentabilidad que ofrece el sistema de pensiones para los jubilados en 2022. Resumiendo mucho (con las cautelas que esto siempre implica) podríamos decir que han calculado cuánto valen las aportaciones de los jubilados (valor actual de las cotizaciones que han ido pagando a lo largo de su vida laboral); y cuánto valen los derechos adquiridos (las pensiones que cobrarán a lo largo de su etapa de retiro). Está claro que no es una cifra cerrada, depende de muchos factores que pueden ser discutibles (de la esperanza de vida a las tasas de descuento que apliques en cada caso para ese cálculo del valor actual), pero es un ejercicio excelente para medir algo que casi nunca se tiene en cuenta en la opinión pública, pero es clave: cómo de generoso es un sistema de pensiones y cómo de sostenible es esa generosidad.
En ocasiones, igualamos ambos conceptos (generosidad y sostenibilidad) pero hay muchos matices. Por ejemplo, en sus inicios, el sistema podía ser extremadamente generoso con aquellos (pocos) que alcanzasen la edad de jubilación porque había muchas aportaciones y pocos gastos.
De hecho, uno de los hallazgos del estudio es que, en los últimos años, el sistema se ha hecho menos generoso (ha tenido que ser más exigente a la hora de garantizar el cobro de prestaciones) y, sin embargo, también es más insostenible: porque esos recortes de generosidad no han sido suficientes debido a la falta de crecimiento económico.
Las cifras
La principal conclusión del informe es que "el TIR global obtenido para las altas de jubilación de 2022 es muy elevado, un 3,79%, lo cual nos indica la elevada generosidad del sistema de pensiones de jubilación español".
¿"Elevado" con respecto a qué? Al crecimiento del PIB durante los años en los que cotizaron y en los que cobrarán su prestación. Si queremos medir en términos financieros un sistema de pensiones, es razonable (es el método más habitual) plantear que el crecimiento del gasto y de las prestaciones esté ligado al crecimiento de la economía. Tiene lógica: podríamos pensar en los cotizantes como en inversores que con sus cotizaciones y su empleo participan en el progreso del país y luego reciben ese dinero invertido con un interés: ¿cuál? Pues el que determina ese mismo crecimiento que ellos han contribuido a generar. Si el sistema de reparto tiene alguna lógica, debería girar en torno a esta relación.
Por eso es tan interesante este estudio (por cierto, bastante corto, apenas 21 páginas, y muy claro y accesible). Y lo que muestra es que ese 3,79% está bastante por encima del crecimiento medio del PIB de la economía española, tanto en los años previos (si miramos el medio siglo anterior a 2022) como en las previsiones hasta 2050: "Hemos calculado el crecimiento del PIB real ponderado por los flujos reales de cotizaciones y pensiones de las altas de jubilación de la MCVL2002, dando un valor de 1,51%. Bajo este enfoque, podríamos decir que el TIR está, actualmente, entre 2 y 2,5 puntos por encima del crecimiento real del PIB".
El TIR es inferior ahora mismo al de hace unas décadas: es decir, el sistema se ha ido volviendo cada vez menos generoso. Los autores citan varios trabajos previos que desde mediados de los 90 calculaban esta ratio, que llegó a rozar en 2008 el 4,5%. El problema es que, como decíamos, aunque "la generosidad del sistema para los nuevos jubilados es menor que antes de la Reforma de las Pensiones de 2011, la sostenibilidad teórica ha empeorado porque la capacidad de generar recursos de la economía, medida a través del crecimiento real del PIB a largo plazo, también ha disminuido".
Por supuesto, además de ese TIR medio que citamos al comienzo, en el informe también se calculan los TIR de determinados colectivos: el sistema actual beneficia a los trabajadores con carreras cortas de cotización (TIR de 6,04% para los que tienen hasta 25 años cotizados, frente al 3,26% de los que tienen más). Esto no quiere decir que los primeros tengan pensiones más altas, sino que reciben más en relación a lo aportado que los segundos. También tienen TIR algo más alta los que se jubilan a la edad ordinaria (4,03%) frente a los que optan por la jubilación anticipada (3,52%) o demorada (3,68%). Y los cotizantes de menos ingresos salen algo beneficiados respecto a los que más aportan por el efecto de los complementos a mínimos. Por último, las mujeres (4,28%) tienen un TIR mejor que el de los hombres (3,48%), diferencias que se explican en parte por la diferencia en esperanza de vida de unos y otras, por el complemento de brecha de género o por el mayor porcentaje de mujeres en las pensiones con complementos a mínimos.
Resultados
Lo primero, lo obvio: una de las razones por las que el sistema de reparto es tan popular es porque hasta el momento ha ofrecido una rentabilidad bastante razonable. Es cierto que a este resultado se le pueden poner muchos peros: por ejemplo, cuánto habrían obtenido los jubilados si hubieran ahorrado una cifra similar por su cuenta y la hubieran invertido (por ejemplo, en un fondo índice que replicase el rendimiento de la bolsa a nivel mundial). O la situación de aquellos que cotizaron durante mucho tiempo y fallecieron poco antes o poco después de llegar a la edad de jubilación: todo lo que aportaron se perdió, algo que no habría ocurrido en un modelo de capitalización, en el que sus herederos se habrían beneficiado de su trabajo.
Esto es lo bueno del sistema de reparto: para las primeras cohortes de cotizantes y siempre y cuando haya relevo generacional y crecimiento económico, asegura una prestación razonable con un riesgo controlado.
El problema (y por eso es por lo que este tipo de estudios son tan relevantes) es que se tienen que cumplir las condiciones. Ese "siempre y cuando" no es tan seguro que se preveía en un inicio. Si no hay relevo generacional (por baja natalidad, emigración masiva o por la razón que sea) o no hay crecimiento económico, garantizar las prestaciones se vuelve mucho más complicado. Éste es el párrafo final de este informe:
Con los resultados obtenidos utilizando las altas de jubilación de 2022, se puede afirmar que el actual sistema de pensiones de jubilación es muy generoso porque el TIR supera ampliamente el máximo valor que debería ofrecer un sistema de reparto para ser sostenible. Como conclusión general del trabajo, podemos afirmar que existe un aumento implícito de la generosidad del sistema que proviene no de un aumento del valor del TIR, que ha decrecido desde 2011, sino de un menor crecimiento esperado del PIB real.
A partir de aquí, ¿qué se puede hacer? En este punto, muy espinoso, no se meten los autores. Aunque tampoco hay muchas alternativas. En realidad, son las mismas que siempre se plantean, sea cuál sea el enfoque del análisis. Tanto si estamos mirando altas y bajas en el sistema; como si nos concentramos en el déficit de la Seguridad Social o en la sostenibilidad general de las cuentas públicas en España, las opciones son las mismas:
(i) Recorte de prestaciones, para acercar la TIR garantizada a ese crecimiento real del PIB. Un recorte que se puede aplicar sobre los pensionistas actuales (que las pensiones suban menos que el crecimiento de la economía) o sobre los futuros (endurecimiento de los requisitos de acceso para que la prestación mensual sea más baja o la cobren menos tiempo).
En los dos casos, son reformas políticamente radioactivas. Se hace más lo segundo (cambiar las reglas del sistema que afectan a los que se jubilarán en el futuro) que lo primero (si hay un colectivo protegido en España es el de los ya jubilados). Pero en general se hace poco y tiene un enorme coste social y político.
Si no queremos tocar la generosidad del sistema (y la gran mayoría de la sociedad española no quiere) nos quedan dos posibilidades.
(ii) La primera es la que todos los políticos sueñan: mejorar las perspectivas de crecimiento de la economía, con más trabajadores y más productividad. El problema es que resulta complicado anticipar algo así en nuestro país para los próximos años. De hecho, ninguna economía occidental (quizás con la excepción de la norteamericana y alguna del este de Europa) tiene buena pinta: las perspectivas demográficas hablan de un desplome de la mano de obra que no compensará la inmigración y de un estancamiento que también en parte se explica por el envejecimiento de la población.
(iii) La última alternativa es la aportación de fondos desde el exterior. Como en otras inversiones que no salen como estaba previsto, siempre queda el recurso a que alguien, desde fuera, ponga el dinero que falta. En este caso, serán los contribuyentes que, vía impuestos, aportarán lo que el sistema no sea capaz de garantizar. Tampoco aquí hay nada nuevo: es lo que llevamos haciendo desde hace años y todo apunta a que será la línea principal con la que se intente sostener el sistema. La pregunta sería cuánto habrá que cobrar a estos trabajadores, qué límite están dispuestos a soportar, cuál será el impacto de esta carga tributaria en el crecimiento...