De entre todos los mensajes vistos en la redes sociales esta semana, ninguno me llamó tanto la atención como éste, de Antonio Sánchez, diputado de Más Madrid en la Asamblea autonómica.
Si no lo paramos, Madrid tendrá el triple de universidades privadas que universidades públicas.
Estamos asistiendo a la privatización de la educación universitaria.
No lo podemos permitir; está en juego la igualdad, lo público y el Madrid del futuro. https://t.co/SCIxlNOKx5
— Antonio Sánchez (@AntonioSD_) October 2, 2024
Habrá quien piense que hay poco de lo que sorprenderse. Un político de izquierdas comentando un reportaje de El País muy crítico con otra decisión de Ayuso: en este caso, la concesión de la licencia a una nueva universidad privada (la Universidad Abierta de Europa) a pesar del informe en contra del Ministerio de Ciencia, Innovación e Universidades (un informe que, de acuerdo a la legislación, es no vinculante).
Y sí, es cierto que ni la línea editorial del periódico de Prisa ni los comentarios del diputado del partido de Mónica García son novedosos. Business as usual. Lo que me sorprendió, porque nunca le había dedicado una pensada al tema, fue la cifra que venía en el reportaje: ya hay catorce universidades privadas en la Comunidad de Madrid.
Es verdad que la comparación con el número de públicas es muy engañosa: ese "si no lo paramos, Madrid tendrá el triple de universidades privadas que universidades públicas" esconde una confrontación entre realidades demasiado diferentes. Cada uno de los seis centros públicos es un gigante comparado con casi cualquiera de las privadas: todos ellos tienen varios campus, ofrecen un número de licenciaturas muy elevado y tienen muchos más alumnos que sus competidores. Esto no es ni bueno ni malo, es una obviedad: insinuar que estamos cerca del triple de universidades privadas es incorrecto numéricamente (14 vs 6) pero también conceptualmente. Incluso si abren cuatro nuevos centros y se llega a ese *3, el peso de lo público seguirá siendo superior en cualquier métrica relevante.
Por supuesto, esto es lo lógico por algo que todos sabemos: la pública es mucho más barata, para todos (ricos y pobres), que la privada [hoy no entraremos en si es justo que se subvencione la carrera a los que luego, gracias a esa misma carrera, ganarán más que los que no fueron a la universidad].
Hoy nos quedamos con el dato objetivo: depende de la carrera y la especialidad, pero haciendo una cuenta rápida con las ofertas de las diferentes facultades, es fácil comprobar que estudiar en la pública es entre un 80-90% más barato que en la privada. Y no hablamos de cantidades menores: porque un 80% de rebaja en algo que cuesta 100€, pues quizás podemos permitírnoslo. Los 10.000-12.000 euros al año que, como mínimo (hay carreras que se van por encima de los 20.000€), cuesta la privada están fuera del alcance de la gran mayoría de las familias o suponen un esfuerzo enorme a las que lo afrontan.
Aquí vuelvo a la cifra: ¡¡14!! Y sólo en Madrid. De algo que en la pública te dan gratis o casi. ¿Cómo puede ser? De hecho, desde 2015, en el conjunto de España, el número de alumnos de las privadas ha subido un 56% frente a una caída del 6% en los de la pública (noticia de Newtral). En alumnos, hablamos de casi 280.000 en las privadas por algo menos de 1,1 millones en las públicas. De nuevo, los matices son importantes: el incremento en las privadas viene en parte por la afluencia de alumnos extranjeros (por ejemplo, muchos latinoamericanos) que han descubierto las ventajas de estudiar en Madrid. Pero incluso así, es una evidencia que las privadas están comiéndole terreno a las públicas a marchas forzadas.
Habrá quien diga que es por la infrafinanciación de las facultades. Sólo que no es cierto. Da igual el parámetro que miremos: instalaciones, situación de los campus, sueldos de los profesores, etc... En términos materiales, es complicado pensar que las públicas están en desventaja. Si la financiación por alumno es algo más baja (algo que me gustaría ver con cifras que incluyan todos los ingresos), queda de sobra compensado por la no necesidad de cubrir costes fijos (construcción de edificios, compra de terrenos, etc...) que las privadas tienen que afrontar y las públicas tienen internalizado.
Las quejas
Al final, lo que queda es una doble pregunta que la izquierda nunca afronta. Como si le diera miedo la respuesta a la que podría llegar.
Lo primero, ¿cómo puede ser que haya tanta gente dispuesta a pagar por unos servicios que recibe gratis y que son, según esa misma izquierda, de una extraordinaria calidad? De la sanidad al transporte público, pasando por la seguridad o la educación, es creciente el número de ciudadanos que asume que tendrá que pagar de nuevo por aquello que se supone que estaba incluido en la factura tributaria. De nuevo, la excusa será por falta de medios; y de nuevo, será falsa: nunca antes el gasto público en España estuvo por encima de los niveles actuales. Si falta dinero para hospitales o aulas no es, desde luego, por una merma en la recaudación.
Porque además, para todo el resto de los bienes que adquirimos la izquierda nos dibuja como unos avaros sin alma, dispuestos a hacer cualquier cosa por ahorrarnos unos pocos céntimos. Así, nos dicen, nos lanzamos a comprar en cualquier cadena de ropa barata atraídos por el señuelo de unos bajos precios, despreciando el trabajo duro y abnegado de los pequeños productores locales. En lo económico, casi diría que éste ha sido el discurso predominante de la izquierda española en las últimas tres décadas: la economía de la precariedad, que produce en el tercer mundo bienes de ínfima calidad pero que logran ventas masivas por su bajo precio. Yo no estoy muy de acuerdo con esta visión (hay de todo, pero no todas las camisas baratas son horribles o de baja calidad; ni las condiciones reales de trabajo en las fábricas del sudeste asiático son tan malas, sobre todo en comparación con las de los trabajos alternativos). Pero hoy no entro en ese debate. Lo que digo es que están todo el día machacándonos con que no compremos fruta barata porque a saber de dónde viene ni nos pongamos camisetas de cadenas de ropa que cuesta poco por las condiciones de fabricación. Pero luego, para explicar el incremento de la sanidad privada o las universidades de pago... es como que el hecho de tener una alternativa gratuita y, según ellos, de mucha calidad, no entra en la ecuación.
La segunda pregunta todavía está menos presente en el debate público: ¿y a ti, qué más te da? Que nunca se diga esto en voz alta es muy curioso: tienes seis universidades públicas sólo en Madrid, con enormes campus diseminados por toda la región. No creo que haya ningún chico en la CAM que esté a más de 20-25 kilómetros de la facultad pública más cercana (quizás alguno de la sierra norte). Si alguien quiere abrir un centro privado, ¿a ti qué te importa? Será el problema de sus alumnos y el de sus accionistas. Por qué ese empeño paternalista. El relato dominante apunta a unos padres con mucha pasta que se dejan 10.000 euros al año en que el niño se saque una licenciatura que no sirve para nada. ¿Por qué hay que prohibir esto? ¿Protejamos a los ricos de dilapidar su dinero?¿En qué afecta la decimocuarta universidad privada a alguna de las seis públicas? ¿En que les quitará alumnos? Pues que compitan, se me ocurren pocas ventajas más evidentes que ese 80-90% de ahorro que les pueden ofrecer.
Además, esto entra en contradicción con el propio discurso de la izquierda. Es muy habitual escuchar a algún portavoz de estos partidos reclamar más financiación para cualquier servicio público con algún argumento del estilo: "Los que quieran llevar a sus hijos al colegio privado, que lo hagan. Pero los que se decidan por la pública tienen que saber que tendrán las mismas oportunidades". Pero luego, cuando hay familias que les toman la palabra (incluso en una nueva universidad, que tendrá que recorrer un largo camino para alcanzar un nombre y prestigio)... también se molestan. A ver si al final vamos a llegar a la conclusión de que era una mera herramienta retórica. Decían que no les importaba que algunos ricos insolidarios se fueran a la privada porque pensaban que el ciudadano medio no lo haría. Pero hace años que ha quedado claro que también aquí se equivocaban.