
Esta semana, en la que todo el mundo ha estado pendiente de EEUU, de la guerra comercial, de la recesión... lo que más me ha llamado la atención es un titular que ha pasado más o menos desapercibida: la prima de riesgo España-Alemania (que tanto juego nos dio entre 2008 y 2012) ha entrado en mínimos desde el covid (aquí, por ejemplo, en Cinco Días nos aseguran que vimos el "peor día" de la deuda alemana desde la caída del Muro). Sé que suena a aguafiestas, pero es una pésima noticia. En primer lugar, porque no se debe a nuestras virtudes (mejor gestión presupuestaria) sino a sus defectos (ahora son menos fiables); y en segundo, porque no dejan de ser (lo han sido desde que se creó el euro y con más peso desde 2012) nuestros avalistas. Si pierden solvencia a ojos del mercado, también lo pagaremos nosotros.
En cualquier caso, será por la recesión, por la guerra comercial, por el gasto en defensa o por lo que sea. Pero parece claro que en la UE están ganando el debate los "derrochadores" frente a los "austericidas" (por etiquetas, que no quede). Alemania, el hogar de los halcones, no está como para tirar cohetes. Y en esta coyuntura la lógica política (que no suele coincidir con la económica, aunque nos lo vendan así) dice que emprendas programas de gasto. Si además son mancomunados, mejor que mejor. Porque entonces parece como que no lo pagamos nosotros todo.
En este contexto, intuyo que el que estará dando palmas con las orejas será Pedro Sánchez. Un poquito de inflación, otro poquito de crecimiento, otro de no deflactar los impuestos y un empujoncito de manga ancha de Bruselas... y ya tenemos plan de gasto para los próximos tres años. Con presupuestos o sin ellos, no vamos a ver ni un sólo ajuste. En realidad, lo primero que habrán pensado Sánchez y María Jesús Montero es que este nuevo escenario hace más sencillo que saquen adelante los presupuestos. Porque habrá más para gastar y menos miradas inquisitoriales desde Bruselas. En resumen, dinero para que cada partido de la coalición pueda presumir ante su electorado de que ha rascado algo al Gobierno. Para empezar, la deuda autonómica y la condonación pactada con los independentistas: no les preocupaba mucho hasta hace unos días... ahora ni siquiera es un pensamiento lejano.
Evidentemente, esto no quiere decir que ese dinero vaya a ser gratis ni que la solvencia de España o su solidez financiera mejoren. Tampoco la europea. Lo pagaremos todos, con más deuda y un euro más débil. Como, además, eso beneficia al principal exportador (de nuevo, Alemania) intuyo que no habrá tampoco muchos problemas por ahí. A nosotros nos caerá la pedrea de algo más de turismo y tan contentos.
Por supuesto, esto tendrá sus costes. Todo apunta a que ya tenemos una nueva excusa para no afrontar la realidad: el problema de la economía europea es de competitividad-productividad y eso no se va a resolver gastándonos 800.000 millones en tanques o fusiles (que, además, habrá que ver a quién se los compramos realmente, porque se habla mucho de la industria europea, pero buena parte de la mejor tecnología no la tenemos, así que tendremos que adquirirla fuera sí o sí).
Desde España, lo más preocupante es que viviremos con la ilusión de que los que hasta ahora nos controlaban (poco, pero algo) ya no se ocupan de nosotros. Y si fuimos malos alumnos cuando teníamos algún examen, aunque fuera poco exigente, no quiero ni imaginarme cómo será la cosa cuando pensemos que no hay ningún obstáculo por delante. Ni ajustes ni reformas, seguiremos tirando del sol y del gasto público financiado o avalado desde el exterior.
El error es pensar que esto lo podemos hacer si todos lo hacen. No es así. Lo descubriremos con dolor el día que llegue el primer temblor en los mercados. Cuando eres el que está en una posición más débil (y no, no somos nosotros, son los italianos y franceses; pero después vamos nosotros) tienes que ser el más disciplinado. La noticia que hemos conocido esta semana de que la prima de riesgo se estrechaba no es buena: lo hace porque sube el coste de la deuda alemana, no porque la nuestra sea más confiable. Que se estreche el diferencial por este motivo debería preocuparnos: lo que nos dice es que nuestro principal avalista ahora es menos fiable que antes; no dice que nosotros lo seamos más. Y lo que es lo mismo: también dice su aval ahora pesa menos. Algo que no es bueno para nosotros tampoco.
Nada de esto se verá de forma inmediata. Salvo cataclismo en la economía mundial (que tampoco es descartable, para qué nos vamos a engañar) lo normal es que podamos tirar así cuatro o cinco años más. Veremos más informes sobre pensiones, puede que la ratio deuda/PIB se estabilice alrededor del 100% del PIB (entre otras cosas porque buena parte de lo que gastamos-tiramos es pólvora europea) e incluso seguiremos con este crecimiento barato, de cero productividad extra, mucho turismo y algo del renacido ladrillo.
El día que haya problemas, como ocurrió en 2007, miraremos extrañados a nuestro alrededor. Si estábamos creciendo; si la propia Alemania nos dijo que había que flexibilizar las reglas de déficit; si el 100% de deuda oficial sobre el PIB no parecía tanto; si el 500% de deuda implícita no era más que una gráfica de Eurostat, porque no habíamos emitido esos bonos; si Italia caerá primero que nosotros... Todo esto probablemente sea cierto, como lo es que cuando suenan las alarmas todo lo dicho anteriormente sirve de muy poco. ¿Que Alemania dice en 2025 que podemos relajarnos? No deberíamos hacerlo. De hecho, si de algo debería servir este margen que nos dan es para hacer el esfuerzo que hasta ahora no hemos afrontado. Por supuesto, no lo haremos. No nos damos cuenta de que no estamos en la misma situación que los otros. La clave no es el margen que nos dan cuando ellos lo necesitan sino lo que dirán el día que cambien de opinión.
También sería absurdo pensar que, cuando lleguen los problemas, los mercados nos tratarán como al resto. En ese momento, volveremos a los fundamentales, a la productividad, empleo, capacidad para afrontar la deuda a medio plazo... Y en nada de esto estamos ni cerca de Alemania. El coste de la deuda importa siempre; pero, como indicador, es fiable especialmente durante las turbulencias.
¿Prima de riesgo en 60 puntos básicos? Aunque no se lo crean, es una muy mala noticia. Acercarse al primero de la clase porque éste empieza a empeorar las notas no sólo no es bueno, suele ser un anticipo de más problemas, porque incentiva al alumno que nunca hace los deberes a seguir por ese camino. ¿Cómo no hacerlo, si cada vez se parece más al empollón?