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Domingo Soriano

Los 'artistas' son especiales: su corrupción no es corrupción, su trabajo no es trabajo

Yolanda Díaz se ha sumado con alegría a las reivindicaciones del Ministerio de Cultura para cambiar aspectos clave de la reforma laboral.

Yolanda Díaz se ha sumado con alegría a las reivindicaciones del Ministerio de Cultura para cambiar aspectos clave de la reforma laboral.
Miquel Iceta, Yolanda Díaz y José Luis Escrivá, hace unas semanas, antes del encuentro que mantuvieron con asociaciones del sector de la cultura. | Europa Press

Una de las noticias más interesantes de las últimas semanas ha pasado, sin embargo, casi desapercibida. Se ha hecho mucho ruido alrededor de cuestiones similares, como la polémica con los caseteros de la Feria de Sevilla, pero del cambio en la normativa laboral para las actividades artísticas apenas se ha hablado. Como mucho, se informó de que se había aprobado y poco más.

La realidad es que Yolanda Díaz ha permitido que toquen su queridísima reforma, esa que terminará con la temporalidad y los abusos. De hecho, está mal decir que "ha permitido", porque lo cierto es que ha participado en todo el proceso. Es verdad que el liderazgo pareció partir del equipo de Miquel Iceta, pero la ministra gallega se sumó con alegría a las reivindicaciones del Ministerio de Cultura para cambiar aspectos clave de la reforma laboral. Porque no hablamos de cuestiones menores. Estas son las modificaciones más relevantes:

- Nuevo contrato "artístico" para cubrir las actividades que antes se realizaban con el paraguas de los contratos de obra y servicio, que desaparecen con la reforma. Esto dice el BOE de 23 de marzo: "El contrato laboral artístico de duración determinada, que solo se celebrará para cubrir necesidades temporales de la empresa, podrá ser para una o varias actuaciones, por un tiempo cierto, por una temporada o por el tiempo que una obra permanezca en cartel, o por el tiempo que duren las distintas fases de la producción. Podrán acordarse prórrogas sucesivas del contrato laboral artístico de duración determinada, siempre que la necesidad temporal de la empresa, que justificó su celebración, persista".

En resumen, para los demás está prohibido contratar con una finalidad determinada. En el resto de sectores que antes usaban este tipo de contratos (muy habituales, por ejemplo, en la construcción o el turismo), tendrán que tirar del contrato temporal y rezar para que el inspector de trabajo de turno o el juez admitan la estricta causalidad que impone la reforma. Mientras, para los empresarios del sector del cine, el teatro o la música, contratar a sus trabajadores, tanto artistas como técnicos, será mucho más sencillo y flexible.

- Indemnización por despido. De nuevo, se establece un régimen especial (más barato y sencillo) para los trabajadores de este sector. Serán 12 días por año con carácter general y 20 días para los contratos de duración superior a 18 meses. Hay que recordar que estos 18 meses son el límite durante el que se pueden encadenar contratos temporales (durante un período de dos años) para el común de los mortales. Si una empresa alarga su relación laboral con un empleado temporal más allá de ese período, el trabajador pasa a considerarse como fijo de forma automática. Para el sector artístico, en cambio, se acepta desde el principio que será casi lo normal y lo único que se hace es poner un esquema de indemnización especial, aunque en ningún caso superior a la que recibirán otros trabajadores.

De hecho, en lo que respecta a las indemnizaciones: para el resto de las empresas, los 20 días sólo se aplican si el despido es objetivo, lo que no siempre es sencillo de demostrar; para el sector artístico, incluso en contratos de duración determinada de plazo muy elevado, será la norma.

- Cotizaciones especiales. También en lo que toca a las cotizaciones, hay excepciones. Para empezar, como explicaba el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, se excluye a este colectivo "del desincentivo a los contratos de corta duración introducido en la reforma laboral"; y, para seguir, habrá "una cotización reducida para los autónomos de bajos ingresos" si forman parte de este sector. Por supuesto, el Gobierno cree que también hay que tener en cuenta las condiciones especiales de estos empleados en lo que respecta a las pensiones, por lo que Escrivá anunció que se extenderá "la compatibilidad de la pensión de jubilación [con la percepción de rentas del trabajo], que se aplicará también a las clases pasivas y pensiones no contributivas".

En resumen, las demás empresas se verán muy penalizadas si realizan contratos de duración inferior a 30 días, pero las de este sector quedan al margen (es cierto que también hay excepciones en otros regímenes, como los agrarios o empleados del hogar). Y compatibilizar la pensión (incluso no contributiva) con el trabajo será todavía más sencillo y lucrativo que hasta ahora para los artistas.

¿Por qué?

Llegados a este punto, la pregunta es: ¿por qué? ¿Qué tienen de especial las empresas artísticas? Sí, es cierto, su actividad tiene peculiaridades. ¡Como todas las demás! Es verdad que un empresario teatral puede necesitar a un técnico o un actor para unas pocas funciones, exactamente igual que el dueño de un hotel puede necesitar a un camarero sólo para cubrir una boda con muchos invitados o para ayudar con el cóctel del campeonato de golf que han organizado en un campo cercano. Las excusas que sirven para desarrollar una normativa especial que cubra a aquellos trabajadores podrían servir perfectamente para cualquier otro sector productivo. Pero sólo a los artistas y a sus técnicos se les permite. Lo que ocurre es que esa permisividad nos obliga a los demás a hacernos preguntas incómodas.

La primera es si no tendrá esto algo que ver con la cercanía del sector con la política. Los artistas (aquí incluimos tanto a los que están sobre el escenario como a los que escriben las obras, ponen los focos y incluso los empresarios que organizan la función) son uno de los colectivos más presentes en las reivindicaciones político-económicas. Presentes sobre todo a un lado, por supuesto. Eso que se ha llamado "el mundo de la cultura" ha sido muy combativo y ha usado sus mejores armas (dinero, influencia, apariciones en todo tipo de medios de comunicación, etc) para apoyar causas políticos. Causas con nombre y apellido, con logo y cartel electoral, con partido y candidatos. Causas casi siempre a la izquierda.

¿Y ahora les hacen una ley específica y excepcional para ellos? ¿Cómo calificaríamos esto en otro sector? Ustedes imaginen que una eléctrica diese dinero a un candidato, que se gastase su presupuesto de publicidad para ayudarle, que sus directivos promocionasen a un partido y que las personas a sueldo de esta empresa (por ejemplo, aquellos personajes famosos que participan como imagen de marca) pidiesen el voto. Imaginen todo eso... y que luego el Gobierno aprobase una legislación específica para ayudar a esa compañía. ¿Cómo lo llamaríamos? Corrupción sería lo más suave. Con los artistas no, claro. Ellos son especiales.

La segunda pregunta nace de esa creencia, tan arraigada, en su propia especialidad y en lo exclusivo de su trabajo. ¿Lo es?

Esto no es nuevo. Lo hemos visto cientos de veces. Por ejemplo, con el llamado IVA cultural (que también ha visto excepciones a la carta para los amigos). Los mismos que hacían declaraciones pidiendo más impuestos para los ricos, cambiaban de discurso cuando la norma afectaba a "su" producto, para el que pedían un tratamiento privilegiado. No les importaba la incoherencia tributaria ni que su producto fuera consumido de forma mayoritaria por las clases altas, lo que hizo de esta rebaja del IVA una de las medidas más regresivas que puedan imaginarse. Ellos son "Cultura", así, con mayúsculas, y lo merecen.

Pero quizás sea más sangrante la incoherencia en lo que toca a las relaciones laborales. Pocos sectores hay que se salten más normas que los demás estamos obligados a cumplir. Hablen ustedes con cualquiera que haya participado en la producción de una película o el montaje de una obra de teatro: jornadas interminables; sesiones dobles; bolos diarios en verano durante meses y apenas sin días de descanso; trabajadores menores de edad y ancianos; meritorios que trabajan gratis o por unas migajas; contratos temporales que se eternizan sine die... Piensen en lo peor de lo peor, en prácticas que, si las hiciera cualquier otro empresario y fuera descubierto, generarían las protestas más sonoras. Pues bien, los "artistas" las hacen a plena luz del día. Todos hemos visto declaraciones de actores de 70 u 80 años reclamando más derechos y pensiones más justas... ¡para los demás! Porque si a esos mismos actores les dijeras que tenían que dejar de trabajar o cobrar menos pensión si lo hacen (es lo que se exige al resto), gritarían de rabia.

Hay muchas razones detrás de esta disonancia que incluye a un tipo leyendo el manifiesto en una convocatoria sindical con unas reivindicaciones que él incumple cada día. La disonancia no es que ocurra, sino que no piense (y no lo piensan) que es una hipocresía brutal. En parte es por ese elitismo del trabajador cultural que piensa que su profesión queda al margen de las reglas. Esa idea, que no se suele decir en alto, pero siempre está implícita, de que no puedes comparar a un zapatero con un actor. Uno está alienado, el otro es la vanguardia de la intelectualidad. Si te lo crees (y se lo creen) luego es normal que piensen que ellos (y también los técnicos que les ayudan) deban tener una norma especial.

Pero también hay otra cuestión que cada día pienso que es más importante: lo asumen como normal porque es lo que conocen. A todos nos pasa: a lo que tenemos cerca siempre le encontramos excusas, mientras que somos durísimos en el juicio con lo que no nos roza. Entre otras cosas porque cuando lo conocemos, sabemos que las razones reales están muy lejos del topicazo que dibujan los medios.

¿Un empresario del sector servicios que quiere hacer un contrato de dos días durante la Feria de Sevilla? Intolerable, esclavista, condiciones del siglo XIX. ¿Un teatro que hace lo mismo para dar unas funciones extra? Es lógico, tenemos que adaptarnos a un sector con circunstancias muy especiales. Las preguntas son las mismas, pero la respuesta no puede estar más alejada. Y una razón de esa diferencia es que al empresario del teatro lo conocen y tratan cada día, por lo que saben las dificultades que tiene su labor; al otro sólo se lo imaginan desde sus prejuicios.

En lo que me toca, estoy convencido de que la normativa laboral española, compleja y rígida hasta el absurdo, dificulta muchísimo la labor de cualquiera que pretenda producir una película o montar una obra de teatro. Hay cientos de eventualidades posibles que exigen que el empresario tenga "flexibilidad", la palabra mágica, para adaptarse a las condiciones de un negocio muy complejo. El problema es que eso ocurre ¡en todos los negocios del mundo! Cuando desde Libre Mercado pedimos más flexibilidad para acercarnos a los países con un mercado laboral más competitivo, no lo hacemos porque odiemos a los trabajadores, sino por el convencimiento de que los mismos problemas que llevan al sector artístico a pedir una excepción a la Reforma Laboral... esos mismos problemas afectan también a los demás sectores. Los protagonistas de esta columna son guionistas, actores, escritores: si hay algo para lo que deberían estar preparados es para calzarse los zapatos del otro y ver las cosas con una perspectiva diferente (en este caso, la del empresario que necesita organizarse sin estar pendiente de lo que piense la inspección de trabajo). Pues bien, ni se les pasa por la cabeza. Otra paradoja.

Y una maldad para terminar. Hace unas semanas hablábamos en Economía Para Quedarte Sin Amigos de la relación entre la imagen que el cine proporciona del empresario y las prácticas en los rodajes. Viendo las excepciones que se han pedido en la reforma laboral, se confirma lo que decíamos: si hay un sector que aprieta hasta el límite las tuercas a sus trabajadores, es éste. Por eso necesitan condiciones especiales justo en aquello que más tratan de limitar en otros: temporalidad, duración de las jornadas, compatibilidad con otras rentas públicas, etc. A lo mejor por eso, el retrato que hacen de los empresarios en las películas o en las obras de teatro suele ser tan negativo. Siempre son los malos. Si los únicos jefes que has conocido en tu vida son los productores trotskistas de cine español, desalmados y sin ninguna consideración por sus empleados... quizás sea lógico que pienses cosas horribles de cualquiera que quiera montar su propio negocio. Eso sí, les tranquilizamos: no es cierto, la mayoría de los empresarios no son así.

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