Alemania está intentando reducir a marchas forzadas su dependencia del gas ruso con un plan que pasa por el impulso de las energías renovables pero que, entretanto, también obliga al país a buscar gas en otros países. El Gobierno está tratando de cerrar acuerdos para la compra de gas natural licuado a países como Qatar y Níger. Mientras, está intentando construir de la nada las infraestructuras necesarias para procesar el gas: el país carece de plantas regasificadoras y se ha decantado por la opción, más rápida, de alquilar regasificadoras flotantes.
Frente a las plantas regasificadoras tradicionales, como las seis que tiene España y que habrían podido convertirse en una gran oportunidad para el país en medio de la crisis creada por la invasión de Ucrania, las regasificadoras flotantes permiten disponer de terminales para recibir gas licuado en un plazo de tiempo más corto, justo lo que pretende Alemania. Aun así, no se trata de un proceso inmediato: las denominadas unidades flotantes de almacenamiento y regasificación (FSRU) necesitan de unas instalaciones mínimas para entrar en funcionamiento. Y en ese proceso se ha embarcado el Gobierno alemán tras la firma a principios de mes de los contratos para alquilar cuatro terminales: dos de los barcos pertenecen a Höegh y otros dos a Dynagas y serán operados respectivamente por las empresas RWE y Uniper.
El ministro alemán Robert Habeck, de Los Verdes, asistió hace unos días al comienzo de las obras para la instalación del primer buque, en la ciudad de Wilhelmshaven. Se estima que entre en funcionamiento entre finales de año y comienzos de 2023 y que en conjunto, las cuatro instalaciones (el segundo se instalará en Brunsbüttel y las otras dos aún buscan ubicación) puedan regasificar al menos 5.000 millones de metros cúbicos al año.
Sin embargo, los planes del gobierno federal han chocado con un obstáculo inesperado: las quejas de los ecologistas, que ya miraban con recelo las nuevas instalaciones y que ahora protestan en defensa de las marsopas que habitan el mar del Norte y que, denuncian, se verían perturbadas por las obras submarinas para anclar los buques y preparar las infraestructuras para llevar el gas a tierra.
En su visita a Wilhelmshaven, el también verde Habeck contestó al organismo que se ha puesto al frente de la batalla contra las terminales flotantes, la Deutsche Umweltshilfe (organización alemana de ayuda al medio ambiente). La asociación denuncia que las nuevas instalaciones suponen una amenaza para el ecosistema marino; el ministro, para tratar de parar una posible batalla jurídica que podría ralentizar el plan para independizarse de Rusia, se declaró como "el mayor fan de las marsopas" del gobierno federal: "Adoro las marsopas, vengo de la costa", dijo en una entrevista mientras subrayaba lo indispensable para el país de que el proyecto salga adelante.
Por el momento no ha comenzado la guerra legal pero en previsión de posibles recursos, el Gobierno alemán ha aprobado una ley para acelerar la construcción de las instalaciones de gas licuado (LNG-Beschleunigungsgesetz) que busca reducir los plazos tanto para presentar alegaciones como para evaluar impactos ambientales. La norma menciona expresamente la situación de emergencia que se viviría si Rusia cumpliera la amenaza de cortar el suministro y que ya han sufrido países como Finlandia o Polonia. Recoge tanto los proyectos flotantes en ciudades del norte del país como la posibilidad de construir plantas regasificadoras en puertos alemanes como Rostock o Hamburgo.
La situación recuerda a otras guerras de "verdes contra verdes" en Alemania, como las que han tenido como protagonistas a los parques eólicos. Para evitar nuevas batallas legales que han terminado dejando en evidencia las contradicciones de las políticas ecologistas, las leyes del denominado Osterpaket, el plan de Habeck para impulsar las energías renovables, blindarán los proyectos con un "interés público superior" de reclamaciones y recursos.