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Domingo Soriano

El plan anticrisis del Gobierno es esperar a que escampe

Si todo lo que se les ha ocurrido en una semana es esto, podemos inferir que, además de malos gestores no tienen demasiada imaginación.

Si todo lo que se les ha ocurrido en una semana es esto, podemos inferir que, además de malos gestores no tienen demasiada imaginación.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece tras el Consejo de ministros extraordinario. | EFE

Lo mejor que se puede decir del plan de 9.000 millones que ayer presentó el Gobierno es que no es un plan. Habrá quien se lo tome a broma, pero es un alivio. Tras el batacazo de las andaluzas, con el partido hecho unos zorros, los socios de la coalición en modo sálvese quien pueda y un descontento social creciente que augura un septiembre muy movido, podía esperarse cualquier cosa. Si todo lo que se les ha ocurrido en una semana es esto, podemos inferir que, además de malos gestores no tienen demasiada imaginación.

Es cierto que es triste que en una situación tan delicada lo único que puedan poner sobre la mesa es un programa especial de "Pedro ¡qué hermoso eres!" justo antes del Telediario, sin bailarinas pero bastante más caro que las galas que TVE perpetraba hace unos años. En este caso, lo cifran en algo más de 9.000 millones, unos 5.500 millones de gasto y el resto en rebajas fiscales.

Para que nos hagamos una idea, cerca de la mitad de lo anunciado ayer se lo llevan los 20 céntimos de bonificación por litro de combustible (el propio Gobierno cree que extenderla de junio a diciembre costará más de 4.000 millones). Éste es el mejor ejemplo del manual de resistencia con el que afrontamos esta crisis: una medida que parece diseñada únicamente para que cada vez que echemos gasolina le demos las gracias al hermoso por su generosidad. Cero análisis de coste-beneficio, de alternativas más eficientes o de cómo se reparten este tipo de ayudas en un mercado con una demanda tan inelástica (spoiler: buena parte se pierde por el camino). La idea es que cada vez que vayas al surtidor te acuerdes de quién te da el aguinaldo.

Lo de la gasolina, además, y como todo lo demás que tiene ver con la energía, mantiene la incoherencia climática, quizás lo más molesto de este Gobierno. En las mismas ruedas de prensa en la que nos abroncan por no hacer lo suficiente para luchar contra el cambio climático o se ponen medallas de transición energética y compromiso verde, anuncian rebajas en el IVA de la luz, ayudas al consumo de gasolina o la extensión del mecanismo para controlar el precio del gas. Pero tenemos que transicionar ¿sí o no? Porque si es una obligación y hay que hacerlo cuanto antes, no se me ocurre ningún momento mejor que éste, en el que los precios disparados de la energía forzarían al consumidor a adaptarse de forma más rápida que cualquier campaña de publicidad sobre la Agenda 2030).

El resto del ¿plan? es casi nada. Lo más llamativo, ese cheque de 200 euros para los que ganen menos de 14.000 euros que cuando se anunció parecía que sería una ayuda mensual y luego nos hemos enterado de que será en un pago único. Que sí, que el que los reciba estará encantado con sus 200 euretes, pero que de nuevo parece una medida más dirigida a que les des las gracias que a cambiar algo a medio plazo.

Junto a esto, tenemos:

  • Reducción del IVA de la factura de la luz al 5% (no se aplicará a todos, pero sí a la mayoría de hogares).
  • Aumento del 15 % en las pensiones de jubilación e invalidez no contributivas (unos 60 euros al mes).
  • Reducción del 50% del precio de los abonos de transporte del Estado y del 30% para los de comunidades autónomas y ayuntamientos (y que estos se rasquen el bolsillo para llegar al 50%).
  • Congelación del precio de la bombona de butano.

Esto, el palo a las eléctricas con el impuesto a los beneficios extraordinarios y extender lo ya aprobado hace tres meses y que tenía como puntos más destacados la bonificación al precio de la gasolina, la limitación de subidas de los alquileres y la prohibición del despido objetivo para las empresas en ERTE.

Mirado en conjunto, parece claro que el único plan es que escampe. Cuando se anuncia un huracán hay dos opciones. Están los que se preparan para lo peor, incluso asumiendo que quizás no llegue. Protegen las ventanas con tablones, compran bienes esenciales para un par de semanas y ponen a buen recaudo todo aquello susceptible de ser destrozado si se deja a la intemperie. Luego están los que miran al cielo y se tiran tres días diciendo "a ver si luego no es para tanto".

El Gobierno tiene claro que su único proyecto es que esta vez tampoco lo sea. El propio Sánchez recordó que ahora la prioridad es lograr el tercer desembolso de fondos europeos, en este caso por 12.000 millones. En teoría, la Comisión Europea lo aprobará la semana que viene. No hay que hacer muchas cuentas para confirmar lo ya previsto: no hay ninguna intención de hacer el más mínimo esfuerzo por parte del sector público. Mientras familias y empresas llevan meses adaptándose a la nueva situación, con miedo a que se consoliden las subidas de precios y recomponiendo sus balances para afrontar un otoño-invierno complicado (los indicadores apuntan a que ya ha comenzado esa carrera por la liquidez que se produce al inicio de todas las crisis), el Gobierno anuncia poco; y ese poco, financiado por Bruselas. Entre la subida de ingresos por el incremento de los precios y lo que nos llegue desde la UE, el año les sale redondo. Puede que hasta semi-controlen el déficit: decimos semi porque ni de broma irán a equilibrio presupuestario, eso por supuesto, pero a lo mejor no se disparará tanto como podría pensarse. Todo dependerá de hasta dónde llegue el parón de actividad en el segundo semestre.

Para los próximos dos años, la combinación es terrorífica. Un Estado sobredimensionado y que no ha hecho ningún ajuste. Ninguna medida que ataque a las causas de la inflación a las que un Gobierno nacional puede meter mano (flexibilidad en los mercados para facilitar los ajustes, reducción de costes fiscales a las empresas, legislación laboral que permita adaptarse a la situación, control de gasto público). Una inseguridad jurídica brutal, que atañe tanto al ciudadano medio (por ejemplo, con esa limitación a la subida de alquileres que será otro lastre en un mercado ya muy intervenido) como a los grandes inversores (del asalto a Indra al impuestazo eléctrico, el mensaje claro de esta semana es que España es un mal lugar para poner tu dinero). Y lo peor de la rueda de prensa de ayer, ese ataque sin nombrar a "determinados poderes" económicos, políticos y mediáticos que, según el presidente, quieren "quebrar" al Gobierno: ahí se intuye una huida hacia delante y una vuelta a la retórica los de arriba contra los de abajo que no augura nada bueno. Si Sánchez quiere que las próximas elecciones se juegan en ese terreno, el destrozo que puede hacer en el próximo año y medio a nuestra economía será brutal (recordemos que el dúo Tsipras-Varoufakis estuvo a punto de llevar a Grecia a la salida del euro con este tipo de mensajes y que hasta el órdago final en Bruselas que no pudieron aguantar les fue muy bien electoralmente).

Porque, además, delante queda lo más peliagudo: los salarios. Una década sin inflación ha hecho que nos olvidemos de este punto. Si los precios no suben y hay crecimiento económico, los acuerdos patronal-sindicatos son más sencillos. Pero los que vivieron los 70 y los 80 recuerdan perfectamente lo que ocurre cuando los precios se disparan a este ritmo. Los sindicatos no aguantarán mucho más (y es lógico en lo que les toca, a ellos y a los trabajadores) sin exigir subidas salariales que compensen el encarecimiento del coste de la vida. Para los empresarios es muy peligroso, porque ni las subidas de precios se traducen siempre en más beneficios (buena parte del incremento de precios proviene de subidas de costes de materias primas) ni su margen para incrementar también los costes laborales es excesivo. ¿Qué podemos esperar de un Gobierno con dos partidos en descomposición que luchan por recuperar espacio ante el electorado de izquierda? Pues pinta que nada bueno. Lo normal es que se peleen por ver quién anuncia la medida más populista y quién se hace más fotos con los sindicatos.

No nos engañemos. Ni en España, ni en Francia ni en ningún sitio: este 2022 no será sencillo para nadie. Con este Gobierno y con el mejor Gobierno que podamos imaginar, el huracán no pasaría de largo. Lo normal es que llegue a nuestras playas en cualquier momento y ahí ya estaremos en momento sálvese quien pueda. Y no es que no hayamos colocado todavía los tablones en los cristales, es que ni siquiera tenemos previsto comprarlos.

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