Habrá quien diga que "en el pecado llevan la penitencia". También estarán los que lo celebren. E incluso puede que alguno tema las consecuencias. Pero, sea cual sea la postura que adoptemos, lo cierto es que es una situación peculiar. El Banco Central Europeo (BCE) registrará pérdidas contables este año. No sólo eso, todo apunta a que se mantendrá en números rojos al menos hasta 2024-25 y probablemente más allá. ¿Qué quiere decir esto? ¿Cómo impactará en la Eurozona? ¿Tendrá repercusiones en la política monetaria del organismo emisor y, por lo tanto, en cuestiones tan importantes como los tipos de interés que pagamos por nuestros préstamos hipotecarios?
Lo primero es lo obvio: suena extraño que el banco central, monopolista de la emisión de dinero en las economía modernas, entre en pérdidas. Podríamos incluso preguntarnos por qué no emite más dinero, ya que es el único que puede hacerlo, para evitarlo. Una pregunta que suena un poco a niño pequeño, pero que no es tan diferente de lo que plantea esa izquierda que asegura que un país con moneda propia no puede quebrar. Algo que es cierto en un sentido contable (siempre puedes emitir más para decir que has pagado lo que debes) pero no real (porque si nadie te presta más ni quiere tu moneda, esa no quiebra convive con el colapso de tu economía; que le pregunten a los venezolanos).
Por eso, si lo que te importa es la credibilidad de tu divisa, lo que puedas hacer con ella es importante. Y no, no puedes emitir sin ton ni son. Más allá de eso, ¿qué quiere decir que el BCE tenga pérdidas? Pues algo no tan diferente a lo que le puede ocurrir a cualquier otro operador económico. Los ingresos que va a obtener serán inferiores a los gastos. Básicamente, el problema es que tiene el balance hasta los topes de activos que no pagan nada o casi nada (la deuda pública de los países de la Eurozona comprada en la última década) y, a cambio, está empezando a pagar por sus pasivos (las reservas de los bancos comerciales de la Eurozona).
Esta paradoja es consecuencia de los cambios en la política monetaria de los últimos trimestres. Para intentar contener la inflación, el BCE decidió incrementar el precio oficial del dinero. Esto le afecta, porque ese precio es el que él mismo paga por las reservas que los bancos comerciales mantienen en su balance (suponen la mayor parte del pasivo del BCE). El problema es que la remuneración de sus activos no ha seguido el mismo ritmo. De hecho, si el BCE comenzase a deshacerse de estos activos (deuda de los países de la Eurozona) incluso incrementaría los números rojos, porque tendría que hacerlo con un descuento que reflejase el menor atractivo que esos bonos (emitidos en un momento de tipos muy cercanos a cero o incluso negativos) tienen ahora mismo en el mercado. ¿Soluciones? No hay muchas, más allá de esperar a que venzan algunos de esos activos y el BCE se vaya deshaciendo de ellos y sustituyéndolos por otros que ofrezcan una rentabilidad superior.
Más allá de lo anecdótico, las consecuencias sí pueden ser relevantes. Para la política monetaria, pero también para la Eurozona. Quizás la mejor forma de verlo sea leer la carta que Klaas Knot, gobernador del Banco de los Países Bajos (Nederlandsche Bank N.V) enviaba a su ministro de Economía hace unos días para informarle de la evolución de las cuentas de su organismo (para el que quiera leerla entera, aquí en inglés).
Entre lo más destacado, entresacamos lo siguiente:
El DNB (siglas en neerlandés de su institución) está experimentando las consecuencias financieras del cambio de la política monetaria. Tras el inesperado y repentino cambio de los patrones inflacionistas, los tipos de interés oficiales se incrementaron, por lo que el DNB se está enfrentando a una subida del precio al que remunera los depósitos que los bancos mantienen con el DNB. Al mismo tiempo, el ingreso de su cartera de bonos no está incrementándose en paralelo. La discrepancia entre los intereses pagados y aquellos recibidos es particularmente amplia debido a los programas adoptados en respuesta al estallido de la pandemia del Covid-19.
Las pérdidas son más grandes en el caso de aquellos bancos nacionales que han comprado bonos de gobiernos que han disfrutado de mejores ratings crediticios [más solventes] como es el caso del DNB.
Aunque los colchones de capital en manos del DNB pueden absorber shocks importantes, no son infinitos. En los dos últimos informes anuales, el DNB ha alertado sobre los riesgos que ahora se están materializando, subrayando que esos colchones podrían ser insuficientes bajo ciertos escenarios.
En una situación extrema, podría ser necesario que el accionista [el Estado holandés] realizase una aportación de capital.
Muy tranquilos no están en el DNB. Pero al mismo tiempo que alertan sobre las consecuencias de este cambio en la política monetaria, es importante destacar que no piden que se cambie la misma. En varias ocasiones, el gobernador del banco central neerlandés recuerda que es necesario mantener el rumbo en ese apartado: "La estabilidad de los precios es el principal objetivo del BCE. Esto implica que las potenciales consecuencias financieras negativas no deben pesar más que la necesidad de luchar contra la inflación, en línea con su mandato".
¿Y ahora? Pues pocas alternativas. Lo primero es que la política monetaria irá haciéndose más restrictiva. Por ejemplo, según vayan venciendo los TLTRO (préstamos en condiciones favorables del BCE a los bancos de la Eurozona con el compromiso de estos últimos de trasladarlos a la economía real) lo normal es que no se renueven. Porque se otorgaron para estimular la actividad (sobre todo, después del Covid) y ahora no sería conveniente que se renovasen. Todo muy lógico pero implicará retirar parte de los estímulos que se inyectaron en los últimos años y menos crédito en la economía real.
Desde el punto de vista político, probablemente estas pérdidas por parte de los bancos nacionales y del propio BCE no supondrán la ruptura de la Eurozona, pero tampoco se pueden pasar por alto. Por un lado, porque provienen en parte de una política monetaria muy laxa (eso que se denominó como "heterodoxia") que ha beneficiado más a algunos (sobre todo los países con más deuda y dificultades de acceso a los mercados). Y ahora son los otros, los que tienen más deuda de baja rentabilidad (porque es muy segura, eso es cierto), los que pagan el pato. Recordemos que el BCE es propiedad de los bancos nacionales, en diferente proporción y según su peso en el área económica de la moneda única. El Banco de España, por ejemplo, tiene el 9,7% del capital suscrito por el 4,8% del DNB o el 21,4% del Bundesbank. Es difícil anticipar cómo reaccionarán cada uno de estos bancos ante el nuevo escenario o cómo presionarán para adaptar la política del BCE a sus necesidades. Por ahora, parece claro que no habrá sorpresas. Los halcones parecen más aliviados de comprobar que en Frankfurt parece que por fin hay un cambio de rumbo en lo que tiene que ver con la lucha contra la inflación, que preocupados por sus pérdidas. Por este lado, los hipotecados españoles no tienen mucho a lo que agarrarse: los tipos seguirán subiendo.
Pero también podemos verlo desde otro puntos de vista. Si los bancos centrales siguen perdiendo dinero cada año y necesitan (y pueden necesitarlas) inyecciones desde los estados, la independencia de dichos organismos se verá puesta en duda. ¿Alguien piensa que los gobiernos, muchos de los cuales no ven con buenos ojos el endurecimiento de la política monetaria, no presionarán a estos organismos para que, a cambio de la ayuda que requieran, suavicen sus puntos de vista antiinflacionarios? Emmanuel Macron parece el más decidido en este sentido, pero no es el único.
Este artículo de Politico (una de las webs de referencia en la burbuja bruselense) recuerda que los bancos centrales de Suiza, Australia, EEUU o Reino Unido ya han reconocido que tienen por delante años muy complicados, con enormes pérdidas que irán erosionando la solidez de su balance. En la Eurozona se habla de hasta 600.000 millones en pérdidas si los tipos de interés se van al 3%: los bonos en los balances del BCE perderían parte de su valor en este caso. Y el BCE tiene muchos bonos, porque lleva años comprando casi de todo y casi de todos.
El debate está ahí: los que dicen que se hizo lo que debía hacerse y que las pérdidas hay que asumirlas (y enjugarlas con los beneficios futuros, que llegarán) con cierta deportividad; y enfrente los que creen que la irresponsabilidad pasa factura tarde o temprano y que los bancos centrales están probando su propia medicina. Lo que es seguro es que este tema, muy técnico, tendrá repercusiones en la Eurozona y en nuestros bolsillos. Los bancos centrales van a tener pérdidas sustanciales y que no se evaporarán en uno o dos trimestres. Y como saben muy bien en Venezuela, esta vez tampoco se solucionaría imprimiendo más dinero.