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Pedro Pablo Valero

La insoportable presión fiscal al ciudadano de a pie

No es justo que se pretenda esquilmar más a otros ciudadanos en lugar de pedir, antes, explicaciones a nuestras autoridades por su mala gestión.

No es justo que se pretenda esquilmar más a otros ciudadanos en lugar de pedir, antes, explicaciones a nuestras autoridades por su mala gestión.
Europa Press

Hay muchas cosas que los ciudadanos pueden hacer en beneficio de la sociedad. Se puede dedicar un día a ayudar en un comedor social, se puede donar sangre cada tres meses (y además obtener un básico análisis de sangre que puede detectar si hay algún problema), se puede dejar por escrito que al fallecer usen nuestros órganos para su estudio médico o para trasplantes… pero pocos entenderían que se nos obligara a ello.

Sin embargo, la mayor parte del mundo occidental entiende que se deben pagar impuestos por el bien del conjunto hasta el punto que por ejemplo en la Unión Europea la presión fiscal (ratio que mide la suma de impuestos y contribuciones sociales con respecto al PIB) supera el 40% lo que supone que trabajamos de media 5 meses al año exclusivamente para poder pagar los impuestos. Y algunos estudios lo amplían incluso dos meses más.

Según todas las encuestas sobre el tema, incluso la del CIS coincide, la mayoría de españoles cree que paga demasiado y que recibe poco. Los gobernantes no paran de subir e inventar impuestos y a pesar de eso, gastan más de lo que ingresan y generan deudas y no es sólo por las crisis: el déficit y la deuda es lo normal en nuestra historia. Cualquier familia ajusta sus gastos a sus ingresos, pero los políticos no, y para poderlo sostenerlo lo que hacen es emitir deuda (y encima hay quien les ayuda a hacerlo como es el caso de BCE los últimos años) y cuando ésta, tanto por volumen como por el coste de intereses, se hace insostenible, suben impuestos. No son buenos en su principal misión: gestionar el dinero que les damos (o más bien que nos toman). Hay 3 clases principales de impuestos a las personas:

  • IRPF. Con él se rompe el principio de igualdad puesto que paga más porcentaje quien más gana, lo que se llama progresividad. Tiene un componente solidario.
  • IVA. Impuesto que afecta a todos, sea cual sea su renta, pero especialmente a quien más consume. No ha parado de subir desde su inicio salvo algunas excepciones puntuales.
  • Tasas. El impuesto más teóricamente justo puesto que lo paga quien utiliza un servicio concreto pero que es una trampa recaudatoria ya que si acabamos pagando porque nos recojan la basura, por usar un aeropuerto o por una receta entonces, ¿Dónde queda la justificación de los impuestos generales que en teoría son para pagar todo eso? Por otra parte, es muy peligroso el aumento de tasas porque nunca se retiran y son un recurso fácil como acabamos de conocer con el proyecto para poner una en cada autovía: ¿las pondrán a las estaciones de tren, al uso de puentes, al aire que respiramos? Y para colmo no sólo las establece la administración central, también autonomías y municipios.

Además de esos tres habría que añadir sucesiones, patrimonio e impuestos especiales como los del tabaco, bebida, gasolinas… Por muy popular que sea el impuesto sobre el patrimonio, es el más injusto de todos ya que se castiga a alguien que ahorra o que invierte y acumula riqueza, generando ese dinero por una actividad económica previa por la que ya pagó impuestos. Castigar fiscalmente al que posee por el simple hecho de poseer es, además de injusto, toda una invitación para la fuga de capitales. Hay que premiar, y no castigar, al que ahorra e invierte de forma legal en nuestro país, y no castigarle por no habérselo gastado o no trasladarlo al extranjero. Y no tengo en cuenta los impuestos empresariales, que también se las traen, y que no sólo se notan en las cuentas de resultados de muchos negocios, también en la enorme diferencia que suele haber entre nuestro salario bruto y nuestro salario neto.

En todo este complejo tema en el que se mezcla el difícil equilibrio entre la defensa de lo propio y la solidaridad, pero también el afán por ser justos, normalmente el que menos gana –que es la mayoría- aplaude que haya más impuestos a los ricos. No es justo que se pretenda esquilmar más a otros ciudadanos en lugar de pedir, antes, explicaciones a nuestras autoridades por su mala gestión y exigirles que recorten gastos inútiles antes de seguir exprimiendo a los contribuyentes. Además, lo de "los ricos" no deja de tener truco.

Pongamos un ejemplo: Un neurocirujano residente en Cataluña que, tras años de estudio y una gran habilidad, consigue encadenar varios años de ingresos salariales que superan los cien mil euros, ya paga unos altísimos impuestos. Si además ha ganado en sus inversiones bursátiles ya que fue listo y vendió en enero de 2022, por ese beneficio pagará otra gran cantidad en el IRPF de 2023. Como quiere que sea la mujer de su vida la que elija la casa de sus sueños, vive de alquiler por lo que, al no tener vivienda habitual, su dinero ahorrado, que se acerca al millón de euros, le hace pagar impuesto sobre el patrimonio. Su presión fiscal es similar a la que puede tener un multimillonario cuando él es una persona de clase media que tiene éxito en su profesión, sabe invertir y ahorra.

Para pagar menos impuestos nuestro neurocirujano puede optar por el método legal: reducir el número de sus pacientes, por ejemplo, lo que supone una menor actividad económica (suele ser la consecuencia de elevar en exceso los impuestos), emigrar a otro país o montar una sociedad, pero siempre queda la tentación de no declarar algunas de sus consultas privadas. Sinceramente, ¿qué haríamos en su caso?

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