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Domingo Soriano

¿Merece la pena ahorrar para la jubilación? Tres apuestas que van más allá de las cuentas de la Seguridad Social

El principal problema de economizar es que sus frutos se producirán en el futuro. Y sobre eso, ya se sabe, no tenemos demasiado que decir.

El principal problema de economizar es que sus frutos se producirán en el futuro. Y sobre eso, ya se sabe, no tenemos demasiado que decir.
Pixabay/CC/cocoparisienne

Un titular contundente en Libre Mercado: "Quien no ahorre e invierta hoy se lamentará mañana: el sistema de pensiones no aguantará". Y el debate surge de forma casi inevitable: también podría arrepentirse el que ahorre demasiado y luego se muera a los 55 años; o el que pierda sus ahorros en la inversión o el que no logre los objetivos que se marcaba; o el que termine cobrando una pensión pública muy elevada y piense que habría sido suficiente con esta prestación (y, por lo tanto, podría haberse gastado el dinero cuando era joven en otras cosas).

Todos tienen razón. El principal problema del ahorro es que sus frutos se producirán en el futuro. Y sobre eso, ya se sabe, no tenemos demasiado que decir. Cualquier escenario es posible.

Además, el que lea las noticias que alertan sobre la fragilidad del sistema de pensiones (unos dirán que alarmistas, otros que precautorias) siempre puede pensar en los incentivos de los que las producen. Muchos de los estudios están financiados por bancos o aseguradoras, a los que es evidente que beneficia que seamos previsores. Siento meterme en la columna, pero me parece inevitable decir que yo mismo, que he escrito decenas de artículos sobre el sistema de pensiones y la Seguridad Social, me gano en parte la vida (en Tu Dinero Nunca Duerme y en cursos o conferencias) convenciendo a mis oyentes de que el titular con el que comienza este artículo es cierto.

Porque, al final, ahorrar o no hacerlo es simplemente una apuesta sobre el futuro. Y sí, las apuestas tienen que ver con la probabilidades que asociamos con cada evento, pero también con la personalidad o los gustos del que realiza el envite. Algo que podría resumirse en que, incluso aunque las cuotas ofrecidas sean iguales, en Madrid habrá más gente jugándose el dinero a que el próximo Pichichi será Mbappé y en Barcelona lo harán por Lewandowski: a pesar de lo que los economistas piensan, ni de broma nos gastamos el dinero comportándonos como robots y calculando posibles escenarios de forma insensible a nuestras emociones. Ni en el fútbol, ni en las pensiones.

Tres apuestas

Así, respecto a esa idea de que ahorrar puede ser la peor idea del mundo si nos morimos antes de haber podido disfrutar de los frutos de ese ahorro, lo que más me llama la atención no es la formulación (es irrebatible que si te mueres con 40 años es muy posible que pienses en lo que dejaste de hacer por miedo o precaución), sino la popularidad de la misma. Si hay un lema que podríamos aplicar a nuestro tiempo es el de carpe diem: esa llamada a aprovechar el presente ante un tiempo que se nos escapa. Que tiene una versión interesante (la idea de no pasarse la vida haciendo planes para un futuro que nunca llega y dejando de hacer lo que queremos por miedo) pero otra mucho más preocupante (como no sé lo que pasará, actúo como si nunca fuera a llegar un mañana que llega antes de lo que imagino).

Lo que me parece más curioso de todo esto es que parece que cuanto más vivimos, nos convertimos también en más cortoplacistas. Nuestros abuelos, con esperanzas de vida que hasta hace un siglo apenas superaban los 45-50 años, eran más capaces de pensar en el futuro que nosotros (y ahora todos nos imaginamos a nosotros mismos llegando fácilmente a los 90-95). Con un corolario: la sensación del nulo interés que la sociedad actual tiene en el legado, en lo que dejaremos a los que vengan detrás, y que puede intuirse en cientos de manifestaciones, de la arquitectura a la música, concebidas para el consumo rápido y olvidadizo.

En segundo lugar, está la apuesta sobre la sostenibilidad futura de la Seguridad Social y la posibilidad de que mi pensión pública futura sea suficiente para mis necesidades una vez jubilado. A todos los que me preguntan les repito que sí cobrarán pensión pública y que no será una pensión de miseria (caerá algo la tasa de sustitución, pero seguirá siendo una prestación razonable).

Pero hay dos cuestiones muy inquietantes que casi nunca entran en la conversación pública. No hablamos, por supuesto, de los déficits del sistema o de la necesidad de futuras reformas. Esto también es inquietante, pero sí está en el debate diario (de hecho, es quizás el gran tema económico cuando se habla de la España del futuro). Lo que no es tan habitual que comentemos es que:

  • En el aspecto demográfico, la Seguridad Social se sostiene sobre las malas noticias. Como decía el otro día un compañero, "el día que se descubra una cura contra el cáncer, quiebran todos los estados europeos". Y sí, suena muy bruto, pero es completamente cierto. Un subidón en la esperanza de vida media supondría que una gran noticia la interpretaríamos en términos de colapso financiero. ¿Hasta qué edad nos veríamos obligados a trabajar para sostener un sistema en el que todos morimos de viejos a los 90-95 años?
  • Poner todos los huevos en la cesta de las pensiones públicas no es una decisión absurda. Como explicábamos este sábado, hasta ahora la rentabilidad que el sistema ha ofrecido al pensionista medio ha sido razonable: peor que la que habría podido obtener en caso de un sistema de capitalización, pero segura y no muy baja. Pero la pregunta no es sólo financiera, sino vital: ¿queremos que nuestra vida dependa de nuestros políticos? No sólo lo que cobraremos (que también), sino hasta cuándo tendremos que trabajar o en qué condiciones. No ahorrar supone decirle a Sánchez (o a Feijóo, que en estos temas no hay muchas diferencias), "estoy en tus manos".

Por último, esa visión de que cada euro que te ahorras es un euro con el que "sufres" por lo no comprado. Quizás la más errónea.

Estoy de acuerdo en que vivir para acumular dinero es un absurdo. Mirar cada mes la cuenta del banco sólo para disfrutar con cómo crece debe ser muy triste. No sólo eso, los que han estudiado este tema nos aseguran que las personas que tienen como principal objetivo "tener más", luego no son más felices cuando alcanzan el nivel que se habían fijado.

Pero, al mismo tiempo, tener para vivir sí debería ser una de nuestras prioridades. Con cada euro en la cuenta corriente somos más libres: del político, del jefe, del cliente o del casero. De nuevo, los estudios nos dicen que la riqueza sí da la felicidad, pero sólo si la sabemos utilizar para lo que debería ser usada: ¿para comprar lo que nos apetezca? También, pero sin darle más importancia (vuelvo al párrafo anterior, ese que dice que si sólo buscamos dinero o cosas, cuando los encontremos nos daremos cuenta de que no eran tan importantes).

La clave no es tanto buscar el dinero, sino algo que nos proporciona y sí es de más valor: opcionalidad. Es decir, la posibilidad de organizar nuestras vidas. Algo que se vuelve especialmente importante cuando envejecemos.

Y una última idea contrarian, muy relacionada con todo esto y en la que también coinciden la gran mayoría de los que han estudiado estos temas. Frente a la obsesión por jubilarnos cuanto antes como fuente de felicidad suprema, aquellos que se mantienen activos en ocupaciones que les gustan (a las que "ven un sentido" y que les hacen "sentirse realizados", expresiones muy manidas pero que todos sabemos más o menos lo que significan) declaran ser más felices que los que se jubilan a los 55 y se quedan sin nada que hacer. De nuevo, opcionalidad: ahorrar no tanto para dejar de trabajar cuanto antes... como para saber que podríamos hacerlo, si quisiéramos. Y para hacerlo (trabajar o jubilarnos) si nos apetece, por supuesto, sin pedirle permiso a Sánchez o a Feijóo.

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