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De la Curva de Laffer a los descarrilamientos de Renfe: o cómo hundir un Estado del Bienestar en cuatro sencillos pasos

Cuánto pagamos en impuestos y cuánto recibimos en prestaciones: todos hacemos esta cuenta y el sistema impositivo español vive en el peor de los mundos.

Cuánto pagamos en impuestos y cuánto recibimos en prestaciones: todos hacemos esta cuenta y el sistema impositivo español vive en el peor de los mundos.
Un tren de Cercanías de Renfe descarrilado en San Sebastián. | EFE

La Curva de Laffer es uno de los artefactos más peligrosos que existen en la economía moderna. De hecho, no hay más que ver cómo académicos de uno y otro lado se la lanzan a la cabeza en cuanto alguien recurre a ella. Y, sin embargo, no deja de ser una obviedad: con tipos impositivos al 35% vas a recaudar más que con tipos al 1%; pero con tipos al al 99% vas a recaudar menos que con impuestos al 35%. Es decir, hay situaciones en las que subiendo impuestos también se incrementa la recaudación. Pero hay otras en las que puede ocurrir lo contrario.

Esta semana, el Instituto Juan de Mariana publicaba su informe: "La Curva de Laffer y elImpuesto sobre la Renta. Un análisis de elasticidad y eficiencia recaudatoria en la fiscalidad del trabajo y el ahorro". Su principal conclusión es que nos encontramos al borde (o ya iniciando) la pendiente negativa de la Curva: es decir, que lo que se desincentiva por impuestos ya pesa más que lo que se quiere recaudar extra con las subidas de tipos. Los autores creen que es posible, en el IRPF, rebajar los tipos sin que esto implique a medio plazo una pérdida de ingresos para Hacienda, gracias al empujón a la actividad que esto supondría.

Aquí comenzaría el debate sobre si ya estamos en el punto más elevado de la famosa Curva (es decir, el punto donde se maximiza la recaudación, que tampoco tengo claro por qué tiene que ser el óptimo). Pero hay otro que casi nunca se plantea: los motivos que llevan a que la gráfica sea diferente en cada país o tributo.

Porque seguimos pensando que la Curva es igual casi en cualquier caso. Como si en Noruega y España, ese punto máximo de Laffer se alcanzase en el mismo tipo impositivo. Y, si asumimos que no son exactamente iguales, pensamos que la diferencia entre las dos curvas va a venir sólo determinada por los ingresos en uno y otro lugar. No lo creo.

Está claro que los ingresos son una de las claves. No puede ser lo mismo cobrar un 30% del IRPF a un tipo que gana 20.000 euros que a uno que gana 40.000. Y en este punto tenemos que mirar al tipo medio, que es lo que siempre hacemos, pero también al marginal, que es más importante para este análisis.

Complejidad

Pero no deberíamos quedarnos sólo en el tipo y el ingreso. Hay muchos otros elementos que pueden influir. Por ejemplo, el marco legal. Aquí hablamos de si uno teme que puede ser sancionado, pero no sólo. La complejidad de la norma es fundamental. Los impuestos redactados de forma enrevesada incentivan el engaño para los más atrevidos y al mismo tiempo paralizan a los más cautos, que temen estar saltándose una norma desconocida o piensan que pueden meterse en un lío por una diferencia de interpretación.

Lo mismo ocurre con la respuesta social: por ejemplo, la consideración entre los ciudadanos que tiene el que paga (contribuyente), el que se salta la norma (defraudador), el que la rodea (el que comete elusión fiscal), el que la aplica (gobierno-juez), el que la desarrolla (el legislador) y el que se beneficia de la misma (el subvencionado). El mejor argumento sobre la socialdemocracia es que ha funcionado en determinados contextos: las Suecia, Noruega, Dinamarca de mediados del siglo XX fueron sociedades operativas incluso aunque llevaron sus impuestos hasta niveles que yo consideraría disparatados. Es verdad que en un momento dado (la Suecia de los 80), se pasaron de rosca incluso para sus parámetros. Pero hay que reconocer que, en general, funcionaron, incluso aunque a mí el modelo no me gustara.

La pregunta es por qué funcionó. Y por qué en otros países no lo hizo. ¿Por una cierta aceptación social de la legitimidad de esos tipos impositivos? Esto le importa mucho a la izquierda, obsesionada con las campañas de concienciación para que seamos todos buenos ciudadanos. Y sí, seguro que eso opera y que un cierto consenso con que los impuestos son legítimos ayuda a que el ciudadano de a pie cumpla. Pero también por todo lo demás: castigo-censura al que incumple con el pago, pero también al que se aprovecha del sistema.

Esto último no se explica lo suficiente, en parte porque toca un tema políticamente muy incorrecto. ¿Una de las claves del funcionamiento de esas Suecia o Noruega de los 70 era la uniformidad: social, cultural, de origen? Es decir, se pagaban impuestos altos entre otras cosas porque sentían que iban a beneficiar a los suyos (a los miembros de tu misma comunidad) y porque todos compartían las mismas normas no escritas.

¿Castigos?

Junto a esto, otra pregunta todavía más peliaguda. ¿Otra de las claves era que se castigaba socialmente al que gorroneaba? También. La subvención no es sólo problemática por su montante o su alcance teórico, sino también por su aplicación diaria. Si tu vecino Olaf piensa mal de ti si descubre que estás cobrando una ayuda por incapacidad cuando eres perfectamente capaz de trabajar... lo harás menos. La presión social también funciona aquí. ¿Se pueden mantener estas dinámicas en sociedades no tan homogéneas o con colectivos que no se sienten parte del conjunto? Pues por ahí parece que se está comenzando a resquebrajar el modelo.

Por último, la ecuación coste-beneficio que todos nos hacemos en nuestra cabeza. Cuánto pagamos y cuánto recibimos. Porque es cierto que, si lo piensan, casi todos los contribuyentes que tienen una renta por encima de la media salen deficitarios en el juego fiscal. Pero tampoco lo piensan tanto. En realidad, todos sentimos más que calculamos. No hacemos las cuentas, pero sí nos preguntamos "pues no sé para qué recaudan tanto para esta castaña de servicios públicos" o "me cobran mucho, pero al menos la Sanidad funciona". Esa idea, muy presente en la socialdemocracia ilustrada, de que este modelo sólo será operativo si el hijo del rico y el pobre acuden a la misma escuela pública porque los padres de uno y otro piensan que la calidad de ese colegio es suficiente para cumplir con sus expectativas.

Aquí volvemos al inicio. A la Curva de Laffer y a otras curvas de las que estamos hablando mucho en las últimas semanas: las de Renfe, el tren que se salió en el túnel Atocha-Chamartín, el colapso del servicio o el desplome en la calidad de un transporte que siempre fue el más fiable (podía tardar más o menos, pero sabías que era puntual).

Los quintacolumnistas

A los economistas mainstream les pone muy nerviosos la Curva de Laffer quizás porque los liberales tiran (tiramos) de ella en exceso. Pero deberían tenerla muy presente, porque si es discutible cuál es su forma o dónde se alcanza su máximo, no lo es que sí opera en la práctica en determinadas circunstancias. En ese sentido, el sistema impositivo español vive en el peor de los mundos:

- Tipos marginales muy altos, con mucho peso de la recaudación en la actividad productiva (Renta, cotizaciones, Sociedades) y un bajo porcentaje de la población que soporta un peso elevado de la recaudación: al final, en nuestro país, pagan impuestos de verdad los que están del percentil 70 al 100

- Normativa tributaria con un diseño complejo y lleno de parches: facilita la vida al tramposo que quiere ocultarse y aterroriza al cumplidor (que no sabe si está a salvo ni siquiera cuando lo quiere hacer bien).

- Normativa sobre beneficios sesgada hacia el derecho y cerrada ante la obligación: el otro día hablábamos del disparate de las bajas (podríamos ampliarlo a la prejubilación o las condiciones de determinados colectivos, burocráticos y políticos)

- Servicios públicos que no cumplen el mínimo requerido: la extensión de la educación privada y concertada, o la cuota de mercado de la sanidad privada, deberían estar mucho más presentes en el debate público. Porque nos lo dan gratis, pero ni siquiera así lo usamos.

Muchas veces, cuando veo a algunos académicos o políticos españoles que defienden el modelo nórdico, pienso que quizás sean quintacolumnistas libertarios disfrazados. Por ejemplo, cuando protegen más al trabajador vago que se aprovecha de la legislación para tirarse dos años de baja sin que le pase nada. O cuando defienden las absurdas normas sobre impuestos que soportan autónomos y pequeños empresarios. ¿Quieren cargarse la socialdemocracia? Pues lo están haciendo muy bien: son cuatro pasos bien sencillitos; y los están cumpliendo a rajatabla.

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