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Domingo Soriano

La margarita de los impuestos de Sánchez y las consecuencias de su reforma fiscal

Estamos ante una negociación parche a parche, en la que para algunos de los tributos más importantes no se ha establecido una solución definitiva.

Estamos ante una negociación parche a parche, en la que para algunos de los tributos más importantes no se ha establecido una solución definitiva.
Pedro Sánchez, junto a María Jesús Montero, este jueves en el Congreso. | EFE

"Me quiere, no me quiere". La imagen ya es un clásico. El enamorado sometido a las dudas. Sin saber qué hacer. Porque lo peor ni siquiera es que la chica de sus sueños le diga que no... lo peor es no saberlo. La duda nos consume. Es mejor una mala noticia cierta que la incertidumbre. Porque en el primer caso, al menos podemos tomar medidas, adaptarnos a una situación ya conocida. Pero si no estamos seguros, entonces llega la parálisis.

Esta semana, el Gobierno de Pedro Sánchez ha aprobado, en el último minuto, su reforma fiscal. En realidad, reforma incompleta, no tanto porque los impuestos que se hayan subido hayan sido pocos o no relevantes, como por todo lo que se ha dejado fuera respecto a las primeras intenciones del Gobierno: ni Socimis, ni bienes de lujo, ni IVA a los pisos turísticos, ni equiparación del diésel y la gasolina, ni siquiera el impuestazo a los seguros médicos privados.

Incluso así, lo aprobado es relevante y tendrá un impacto directo en la actividad económica: impuesto a la banca durante tres años más; mínimo del 15% en el Impuesto de Sociedades; endurecimiento del tratamiento de los beneficios fiscales (reforma Montoro anulada por el Constitucional); subida del tipo marginal del IRPF para las rentas del ahorro del 28 al 30%; subida de los impuestos al tabaco y los vapeadores; prórroga del impuesto a las energéticas...

Al final, sin embargo, lo que queda es la duda, la eterna duda. En la legislación tributaria, como en el amor, es mejor saber a qué atenerse, aunque sea malo, que quedar atrapados por la incertidumbre. Esto no quiere decir que no pueda haber modificaciones normativas. Las hay en todos los países y los agentes económicos lo saben. Un cambio de Gobierno, un desajuste presupuestario o una directiva desde Bruselas y uno puede encontrarse con un nuevo impuesto de un día para otro.

Pero no es eso lo que ha ocurrido en España. Aquí de lo que hablamos es de una negociación parche a parche, en la que para algunos de los impuestos más importantes (banca y energéticas) no se ha establecido una solución definitiva, sino simplemente una patada p'alante que habrá que revisar en unos meses. Y la sensación general de que no hay un plan. Bueno sí, hay un plan que es subir impuestos para sostener el chiringuito, porque no se va a hacer ningún ajuste vía gasto. Tampoco habrá reformas que impulsen el crecimiento. Así que el cumplimiento de las exigencias de Bruselas en cuanto al déficit descansará sólo en un incremento de la presión fisca vía nuevos impuestos o subidas de los ya existentes [Por cierto, esto queda al margen de este artículo, pero no pensemos que Montero o Sánchez han tenido un ataque de responsabilidad presupuestaria: tiene toda la pinta que la preocupación respecto de lo que pide la Comisión sólo es relevante para el Gobierno porque de eso depende la llegada del resto de los fondos europeos y ése es un maná para repartir que no pueden permitirse poner en riesgo].

¿Invertir?

Ahora imaginemos a la otra parte. La que está deshojando la margarita que les ha dado Sánchez. Siempre pensamos en los grandes fondos internacionales y decimos "quién va a querer venir a invertir en España en este clima". Pero no nos deberíamos quedar ahí: porque esto afecta a todos, al pequeño empresario que está pensando si abrir una nueva línea de su negocio o al ahorrador que no sabe si comprar un piso para alquilarlo y tener una renta. Lo que hacen los agentes económicos es plantear escenarios, darles una probabilidad y analizar si el negocio merece la pena: en el caso de los empresarios, se puede resumir en el típico excel del que hemos hablado en otras ocasiones con un business plan y sus alternativas. En una columna, España, en las otras: Italia, Eslovenia, Portugal... O en una columna abrir una nueva planta; en la otra, repartir dividendos. O en una columna comprarse un piso; y en la otra, un ETF referenciado al S&P 500.

A todos los que ahora mismo están rellenando esas casillas (aunque sólo sea en sus cabezas), el mensaje es el mismo: "No hagáis planes, porque cada seis meses, en cada nueva negociación presupuestaria, pueden no servir de nada". La política económica del Gobierno no tiene una senda, equivocada o no. Lo que tiene son momentos: cada vez que necesite reunir una mayoría, puede sacarse un conejo de la chistera. Y cualquier conejo es bueno para la supervivencia. Ahora son los presupuestos, pero mañana, un Sánchez acorralado en los tribunales puede tener que subir el precio a pagar por cualquier otro motivo. Desde esta semana, una de las imágenes de la legislatura será la de la diputada socialista Patricia Blanquer suplicando a sus socios de madrugada que le aprobasen la votación (no lo consiguió y tuvieron que seguir haciendo concesiones). Casi preferíamos cuando estaba de vicepresidente Pablo Iglesias y sabíamos lo que pretendían. Era pavoroso, pero al menos sabíamos a lo que atenernos y podíamos ajustar nuestros planes. Ahora sólo nos queda imaginar lo que podrá pasar. Luego quizás no sea tan grave (como cuando esta semana han caído algunos de los impuestos más disparatados); pero, mientras tanto, en nuestra cabeza siempre aparece el peor escenario. Eso sí, Sánchez no tiene dudas: él sí tiene un plan y consiste en dormir un día más en La Moncloa.

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