El siguiente gráfico muestra la evolución del déficit público en España desde 2008.
Como verán, no sólo no hay ni un solo año en el que las administraciones públicas de nuestro país hayan logrado el equilibrio presupuestario. Lo cierto es que ni siquiera logramos llegar (salvo un par de excepciones) a ese nivel del 3% que se supone que es el mínimo que nos exige el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. En teoría, esta cifra es una de las claves sobre las que se sostiene la regulación de la Eurozona. Y sí, es cierto que España no es el único país que se ha saltado de forma reiterada este objetivo. Entre otras cosas porque todos los países que comparten el euro saben que no habrá consecuencias por ignorarlo. Aunque también es verdad que nosotros somos los que hemos pasado el tema con más reiteración.
Ahora miren este otro gráfico, del informe Milei Reform Watch, que la Universidad Francisco Marroquín realiza desde hace un año:
En este caso, lo que tenemos es el mismo indicador (equilibrio presupuestario) para Argentina en los últimos cuatro años. Cambia un poco la perspectiva porque aquí se va viendo cómo se acumula el déficit mes a mes, mientras para España teníamos el dato de cierre anual. Pero igualmente sirve para hacer la comparación. Como vemos, ni siquiera los gobiernos kirchneristas pudieron incurrir en déficits similares a los nuestros: en su caso fue porque nadie les financiaba, no porque no quisieran.
Pero lo más llamativo es lo que ocurre a partir de enero de este año. La línea roja se transforma en verde. Y lo que eran persistentes déficits se convierte en superávit en apenas unas semanas.
La motosierra
Quizás la imagen más gráfica de todas las promesas electorales de Javier Milei fue la de la motosierra. El presidente argentino aseguró que no habría más espacio para el despilfarro. Por una cuestión de principios (no está bien que el Estado se gaste lo que no tiene y endeude a las futuras generaciones); porque era imprescindible para lograr su principal objetivo (la lucha contra la inflación); y por pura necesidad (ese ya famoso "no hay plata", con el que, aunque desde Europa nos parezca extraño, enardece a sus masas).
Muchos dijeron que era imposible, que no lo conseguiría, que las inercias de gasto se impondrían... Hasta que ocurrió. Y funcionó.
Frente a la motosierra, aquí tenemos la "senda". Seguro que han escuchado esta expresión. Llevamos quince años transitándola, aunque sin llegar a ninguna parte. Desde que en 2007 la economía española entró en crisis, todos los gobiernos (primero José Luis Rodríguez Zapatero, luego Mariano Rajoy y finalmente Pedro Sánchez) han tirado del mismo argumentario: no es posible hacer el ajuste en el corto plazo, hay que ir poco a poco, la convergencia tiene que ser paulatina... Y, sobre todo, nos dicen que hemos pactado una "senda" de reducción del déficit con Bruselas para asegurar la estabilidad presupuestaria y minimizar los recortes.
Así, cada décima de reducción del déficit se nos vende como un dolorosísimo ajuste que ha costado una barbaridad conseguir. Se hace casi porque no queda otro remedio, pero siempre con esfuerzo y, lo más importante, sin pasarnos. Porque no se puede, no es realista, no lo conseguiríamos. Por todo esto, lo logrado por Milei es tan instructivo. Sí, a costa de una recesión en el corto plazo, pero con la mirada puesta en una recuperación mucho más sana en el medio y largo plazo.
Para empezar, porque desmiente la tesis principal: que no se puede. Sí, se puede y sólo depende de nuestra voluntad política lograrlo. Pero también porque nos recuerda lo que podría haber sido y no fue. ¿Habría sido doloroso tomar medidas de ajuste del gasto entre 2010 y 2015 que hubieran cerrado el déficit? Sí, sin duda. Pero ahora pensemos en lo que tendríamos. Ni siquiera me pongo en el mejor escenario: haber salido de la crisis 2007-2010 con el mismo nivel de deuda con el que entramos, ese 35% del PIB que teníamos en el momento en el que estalló la burbuja del ladrillo y que ahora parece un sueño lejano. Sí creo que ese objetivo (estabilidad presupuestaria incluso en los peores momentos) habría sido complicado, pero al mismo tiempo daría certidumbre y seguridad. Ni lo planteo porque sé que hubiera sido complicadísimo desde un punto de vista político: pero imaginemos que nos hubiéramos estabilizado alrededor del 60-65% de deuda/PIB que teníamos en 2010-11. ¿Cuál sería ahora la situación de las finanzas públicas? Pues probablemente tendríamos unos 20.000-25.000 millones menos de gasto en intereses de la deuda cada año (parte por el menor montante total y parte porque nos financiaríamos más barato) y un margen muchísimo más amplio con el que mirar los retos que se avecinan. Por ejemplo, podríamos plantear una estrategia de financiación de las pensiones para las próximas décadas con un colchón de 50-60 puntos del PIB del que ahora no disponemos. Lo peor de los defensores de lo público es su cortoplacismo: si yo tuviera esa mirada socialdemócrata de reforzar al Estado, lo primero que prohibiría es el déficit. Nada debilita más los servicios públicos que una caja vacía. Y lo vamos a ver en las próximas décadas.
Frente al nulo ajuste en España: sólo se redujo el déficit de verdad en el período 2011-13, presionados por la prima de riesgo y el fantasma de la quiebra-rescate; luego, lo que se ha hecho ha sido aprovechar el crecimiento o la inflación para minorar los números rojos sin hacer ningún esfuerzo significativo. Decimos que, frente a ese nulo ajuste, frente a la milonga de la senda interminable en el que siempre aparece un recodo para el despilfarro, Milei nos muestra la realidad de la motosierra. Y les aseguro que cualquier medida económica es mucho más complicada de tomar en Argentina que en España.
Pero si no hay plata, no la hay. Nosotros hemos tenido a Europa, que nos ha dado esa plata y, mucho más importante, el aval: nuestros socios de la Eurozona siempre fueron la garantía de que no nos dejarían caer. Por eso nos hemos financiado a los bajísimos costes de la última década. Y sí, eso probablemente tuvo un aspecto positivo (imagino a un Zapatero sin BCE en 2009 y me veo en Venezuela en seis meses), pero también uno no tan bueno (ha promovido la irresponsabilidad fiscal del que sabe que tiene un salvavidas incluso aunque se porte mal).
Este año nos dicen que terminaremos por debajo del 3% de déficit. O no. Porque ahora parece que el desastre ocurrido en Valencia podría sumar unas pocas décimas más al objetivo previsto. En realidad, da un poco igual. La clave no es si el 2,9% o el 3,1%. La clave es si queremos tomar medidas que nos den estabilidad. La respuesta es clara: ni con el PSOE ni con el PP. No queremos. Lo máximo que estamos dispuestos a hacer es seguir caminando por "la senda". Es tan cómodo. Y el coste del peaje de esa ruta lo pagarán otros: sí, serán nuestros hijos, en forma de más impuestos y menos crecimiento. Pero al menos nadie nos llamará austericidas ni ultraliberales.