
Me encuentro con varias noticias sobre uno de esos fenómenos de los que se habla en la calle, pero llegan poco a los titulares: los rumanos se están yendo. No todos, ni todos a la vez. Pero sí poco a poco. A comienzos de 2024 vivían en España 300.000 menos que una década antes.

¿Y a dónde se van? Sobre eso hay más dudas, aunque todo apunta a que un porcentaje relativamente elevado está volviendo a su país de origen, que lleva una década siendo el alumno más aventajado de la UE. Ningún otro miembro del club comunitario ha logrado un crecimiento más elevado que Rumanía, que hace ya tiempo que se alejó de Bulgaria (casi siempre aparecían, mano a mano, como los dos países más pobres de la UE), superó a Grecia y empieza a mirar de reojo a otros países del Este, a Portugal, Chipre... y a España. Sí, aunque en términos de renta per cápita seguimos muy por delante, si lo miramos en paridad de poder adquisitivo, las diferencias se estrechan mucho.
En cualquier caso, hoy no es el día de discutir qué distancia hay (creo que todavía muy sustancial) entre las economías rumana y española. Lo interesante es lo otro: el dato de migraciones que nos dice que los rumanos se marchan.
Y digo que es interesante no tanto por el hecho en sí (que alguno podría considerar más o menos anecdótico) sino por lo que nos explica de la realidad de nuestro país, de los flujos migratorios y de las cuentas que hacemos (o hacen nuestros políticos) sobre lo que ocurrirá en las próximas décadas.
Enseñanzas
Hay al menos tres enseñanzas muy relevantes en estos datos:
(1) La inmigración no está garantizada.
Digo esto por ese mantra político que asegura que "necesitamos 300.000 inmigrantes al año para mantener nuestro estado de bienestar". Que yo creo que no es cierto, pero que, incluso si lo asumimos como válido, oculta muchas cosas.
Lo primero, es un lema que da por hecho que los inmigrantes van a seguir viniendo pase lo que pase. Algo que, viendo los datos de los últimos años, parece evidente, pero no lo es tanto. En 2023, según las cifras del INE, llegaron a España como nuevos residentes 1.250.991 personas y se fueron 608.695. Lo que nos da un saldo neto de unos 640.000 nuevos habitantes en nuestro país. Los principales países de procedencia fueron Colombia, Marruecos y Venezuela; los destinos de los que se fueron, Rumanía, Marruecos (pero el saldo neto es de +78.000 marroquíes residentes en España) y Reino Unido.
Seguro que si la ministra del ramo, Elma Saiz, nos diría que esto demuestra que estamos ante una tendencia casi imparable. Ya no los 300.000 que suelen recordarnos que necesitamos: en realidad, vienen el doble. "Las pensiones", nos dirán, "están aseguradas".
Pero el dato de los rumanos lo que nos insinúa es lo contrario. Es algo así como un recordatorio de que los flujos migratorios pueden ser muy cambiantes y lo pueden ser en un período muy breve. En España, por ejemplo, el saldo neto fue negativo entre 2011 y 2015: es decir, se iban más de los que llegaban. Con la crisis, los inmigrantes demostraron que son un colectivo muy dinámico, que va allí donde intuye que existen más oportunidades. Es verdad que a partir de 2016, cuando se consolidó el crecimiento post-crisis del ladrillo, volvió el saldo neto positivo. Pero ni de broma podemos darlo por hecho.
Tampoco debería sonar extraño. Es lo que hicimos los españoles en su momento: durante los 50 y los 60, nuestros abuelos emigraron en masa a Suiza, Bélgica o Alemania en busca de una oportunidad que aquí no encontraban. Pero cuando comenzó el crecimiento aquí, el flujo se detuvo en seco e incluso se volteó la tendencia. Y no hizo falta que España alcanzara en renta per cápita a aquellos países: simplemente con la sensación de que aquí había oportunidades, fue suficiente para que las cifras cambiaran radicalmente.
(2) ¿Qué inmigración?
No es lo mismo un canadiense con una licenciatura en Ingeniería que un somalí que apenas sabe leer y escribir. O un venezolano que habla el idioma y trabajaba en contabilidad de una multinacional antes del chavismo que un pakistaní que hasta hace tres meses tenía problemas para situar España en el mapa.
No entro en si es bueno, malo o regular que vengan. Lo que digo es lo obvio: no es lo mismo, ni en términos sociales, ni económicos ni contributivos.
En este sentido, muchos comentarios en redes señalan que se van los rumanos y llegan los marroquíes. Y es cierto. También es verdad que nos están llegando en masa sudamericanos de clase media (sobre todo, colombianos o venezolanos) que probablemente tienen un perfil (económico, social, cultural) que es más fácil de integrar.
De nuevo, sin ir al fondo del debate, la enseñanza evidente que nos deja la salida de rumanos (que un día fueron el principal grupo de población extranjera en España) es que los más cualificados (seguro que no todos son universitarios, pero sí hay mucho operario de nivel medio) son los que tienen más posibilidades de buscar fuera si aquí no les ofrecemos oportunidades de mejora real a medio plazo.
(3) ¿Qué crecimiento?
Por último, una reflexión sobre el crecimiento de los últimos diez años. Que en España ha sido poco y de poca calidad.
Decíamos antes que no fue necesario que España fuese Suiza para que volvieran muchos emigrantes españoles. Ni ha sido necesario que Rumania fuese España (en PIB per cápita) para que lo hagan los rumanos.
Pero lo evidente es que España no ofrece grandes oportunidades y empieza a haber más competencia en nuestro entorno. Tanto en términos absolutos como relativos a nuestros vecinos de la UE (quizás no Francia o Alemania, pero sí muchos otros), el desempeño económico de nuestro país en las últimas dos décadas es muy flojo.
Cuando antes decíamos que la inmigración no está garantizada y recalcábamos que todavía menos en el caso de la no cualificada, teníamos en mente estas cifras. El estancamiento demográfico y la caída de la natalidad no es algo privativo de nuestro país. Muchas otras regiones del mundo lo están sufriendo. Y sí, esto generará una suerte de lucha por el talento, especialmente joven. De nuevo, volvemos al tópico del ingeniero canadiense o del director de obra rumano o lituano. ¿Y cómo lo estamos haciendo en esa competencia, que es la que realmente importa? Pues no muy bien.