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Jesús Colmenares

Se cumple la maldición de octubre

La Bolsa española ha perdido el 5,35 por ciento en octubre y acumula una caída del once en lo que va de año. Si nos sirve de consuelo, hay quien lo ha hecho peor en el mundo: Bélgica, Finlandia, Japón y, sobre todo, los índices del nuevo mercado tecnológico, que acumulan pérdidas del treinta por ciento desde enero en Europa y algo menos en Estados Unidos.

En España, la situación se ha agravado porque nuestra inflación es superior a la media europea, nuestro mercado es más estrecho porque está dominado por Telefónica y, además, nuestras principales multinacionales tienen gran parte del negocio en Latinoamérica, justo donde ha asomado una nueva crisis en los últimos días del mes. La buena noticia es que este modelo se ha repetido en los últimos tres años, con crisis fortísimas en octubre de 1997 y 1998 y algo más suave en 1999, y anuncia una fuerte tendencia al alza para los siguientes meses hasta culminar en nuevos máximos: si la historia se repite para mal, también debería repetirse para lo bueno.

Para los seguidores del análisis técnico, la Bolsa ha roto los soportes que parecían más sólidos en 11.000 puntos del índice Ibex-35 y ha realizado una corrección bajista que abre perspectivas de alta volatilidad hasta consolidar la nueva línea de crecimiento hacia máximos históricos: por encima de 12.000 puntos.

Las razones profundas de esta crisis bursátil son bien conocidas desde hace meses: las empresas del ámbito “punto com” que florecieron como setas han entrado en la fase de criba natural, porque los expertos ya han anunciado que el 90 por ciento de los negocios de las nuevas tecnologías no sobrevivirá en la nueva era de la evolución natural de las especies. La etapa en que estas empresas eran consideradas más apetecibles cuantas más pérdidas anunciaban ha quedado olvidada al tomar el sector financiero el control de la gestión para evitar aumentar el caos que se había originado.

El drama es que el diez por ciento de las empresas que sí tiene futuro, necesita para sobrevivir el dinero que los inversores no se atreven a darles para cumplir sus planes de futuro y atender al servicio universal de la red. Pero nadie se aventura a hacer la quiniela y resulta más fácil esperar a que sea el propio mercado el que dicte el veredicto.

Pero existen otras razones más sencillas que explican la caída de la Bolsa en este mes de cotubre: el mercado había subido demasiado deprisa desde finales de 1995 y en dieciocho meses había multiplicado por dos el valor de las acciones hasta mediados de 1998: esa subida del 100 por cien del valor no se podía mantener y de hecho el valor del índice Ibex-35 se encuentra en estos momentos en el mismo sitio que en abril de 1998. Hemos asistido a una subida explosiva y ahora nos encontramos en una fase de vuelta a la lógica, típica de un mercado que ha pasado de ser considerado exótico a formar parte del núcleo de las cinco principales Bolsas europeas.

A quines creen que la mejor forma de conseguir una rentabilidad decente para nuestros ahorros es el mercado de renta variable, la tendencia de crecimiento de este tipo de ahorro en detrimento de la renta fija en España les está dando la razón. Además, la inversión en las acciones cotizadas en la Bolsa, lo que está haciendo es dar liquidez y medios a las empresas para que puedan construir negocios rentables y ampliar la oferta de productos de calidad a un precio moderado por la necesidad de competir en un mercado globalizado.

Lo que resultaba contrario a la lógica de la economía era la situación anterior, en la que los inversores españoles se dedicaban a financiar el déficit del Estado al comprar los Bonos y las Letras de alto rendimiento, mientras que las empresas languidecían en la Bolsa y se tenían que dedicar a imitar al Estado y competir con sus pagarés para conseguir fondos algo más baratos que los que prestaban los bancos a precio de oro.

Precisamente lo que más debe preocuparnos ahora es el descenso de la tasa de ahorro en España, que refleja el final del período de caída continua de tipos de interés y el cambio de tendencia que prácticamente los ha duplicado: encontramos los créditos cada vez más caros y los vaivenes de la Bolsa alejan a los inversores más prudentes de un mercado demasiado volátil.

Pero el verdadero culpable de la falta de ahorro actual hay que buscarlo en los precios de la vivienda, que literalmente se comen el esfuerzo de las familias por ahorrar y no les dejan con fondos suficientes para invertirlos en otros sectores: nada menos que el 90 por ciento de los ahorros de las familias se va a la compra de la vivienda, lo que equivale a 5,6 billones de pesetas anuales.

La tasa de ahorro había alcanzado un máximo con el 24 por ciento en 1995 y ahora ha aflojado el ritmo hasta el 18, pero amenaza con seguir bajando en los dos próximos años y convertirse en una nueva amenaza para el futuro de la financiación de las empresas.

Esta situación coloca la pelota en el lado del gobierno: los economistas piden medidas urgentes para fomentar el ahorro, bajar la fiscalidad de las inversiones y abaratar el precio del suelo para que no lleguemos a una situación en que las familias gasten más de lo que ganen.

En Libre Mercado

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