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Jesús Colmenares

55.000 empleos menos

El gobierno acaba de reconocer que la menor actividad económica mundial se va a traducir en una cura de humildad para sus previsiones realizadas en septiembre, cuando la sensación general era que la época de bonanza no iba a terminar nunca. Por lo pronto, en España se van a crear 55.000 empleos menos. Todas las previsiones han sido revisadas a la baja en medio de un coro organizado por Rodrigo Rato para dar la impresión de que la situación está todavía bajo control y que seguimos haciéndolo mejor que nuestros vecinos europeos.

Es posible que esto sea cierto, pero los responsables de los ministerios de Economía y Hacienda evitan hablar del tema tabú de la inflación y echan balones fuera cuando se les pregunta: la nueva tabla de previsiones “macro” indica que el deflactor del PIB subirá, del 2,3 por ciento previsto hace siete meses, al 3,4 por ciento. Este indicador mide ni más ni menos que la inflación, más otros factores que interesan sobre todo a los economistas, pero el mensaje claro es que el coste de la vida va a estar más cerca del 4 por ciento que del 2 por ciento recomendado por el Banco Central Europeo, por lo que el gobierno debe realizar aún un gran esfuerzo para introducir mayor competencia en los sectores económicos, tal como venimos reclamando desde hace ya demasiado tiempo.

La única buena noticia dentro del desolador panorama que ofrece el recorte de las previsiones económicas es que las importaciones se van a reducir y van a crecer “sólo” el 7,9 por ciento en 2001 frente al 9,5% previsto en septiembre pasado. El menor crecimiento del Producto interior Bruto significará que se crearán 324.000 nuevos puestos de trabajo en España, 55.000 menos que los 382.000 inicialmente previstos, con lo que España “consigue” tener el mayor índice de paro de la UE: el 12,8 por ciento en 2001 y el 11,9 por ciento para 2002.

Es cierto que el paro seguirá bajando en toda Europa (con la excepción de Portugal) y que seguiremos esta tendencia general de disminución, pero aún estamos lejos de la media de paro sobre la población activa del área del euro del 8,5 previsto para este año y del 7,9 por ciento para el próximo. El gobierno ha esperado que otras instituciones internacionales publicaran sus recortes de expectativas para reconocer oficialmente que el parón del crecimiento de Estados Unidos se va a notar este año en nuestro país, tal como el sentido común nos hacía prever a todos desde un principio.

La economía de los doce países que compartimos el euro crecerá sólo el 2,8 por ciento este año, frente a una previsión de crecimiento del 3,2 por ciento realizada en noviembre pasado por el órgano ejecutivo de Bruselas, pero la inflación quedará intacta en el 2,2 por ciento, por encima del 2 por ciento del BCE. Las previsiones de la Comisión Europea revelan que el ciclo de continuo crecimiento norteamericano toca este año a su fin y que, con un aumento del 1,6 por ciento, Europa crecerá más que Estados Unidos por primera vez desde 1991.

El euro cotizará a 94 centavos de dólar y en 2002 pasará la tormenta y la inflación se reducirá al 1,8 por ciento, según las previsiones de los economistas de Bruselas. No ha sido ninguna sorpresa que el BCE haya decidido mantener los tipos de interés en el 4,75 por ciento en su reunión del jueves pasado, ya que sólo uno de los 32 economistas preguntado por Bloomberg contestó que sí esperaba una reducción de 0,25 puntos en la reunión.

Sin embargo, la mitad de los consultados se inclina por una próxima relajación de la política monetaria, que quizá podría venir el 10 de mayo, en junio, o si no en septiembre como muy tarde, a condición de que para entonces las presiones de los precios hayan disminuido y el BCE pueda salvar la cara. Los economistas europeos creen que ahora difícilmente puede explicar que recorta los tipos justo cuando hay mayor inflación: lo contrario de lo que postula el mandato dado para conducir la política monetaria de los doce países. El BCE es el único banco mundial que no ha bajado aún sus tipos de interés este año, ante la desaceleración económica generalizada.

En marzo pasado, la tasa de inflación interanual de los doce países que compartimos el euro era del 2,6 por ciento de media, lejos del límite del 2,0, debido al aumento del precio del combustible y al menor valor del euro frente al dólar, divisa usada para comprar ese preciado crudo de petróleo. Sin embargo, el BCE no debería perder de vista que la otra medida de la salud económica da signos de cansancio, ya que las previsiones de crecimiento se han recortado, como hemos visto antes.

La OCDE ha ido aún más lejos y predice que la economía europea sólo crecerá este año el 2,7 por ciento, aún más pesimista que la propia Comisión. El Fondo Monetario Internacional pinta un panorama todavía más negro, ya que avisa que la zona euro crecerá sólo el 2,4 por ciento este año. El secretario del Tesoro de EE.UU., Paul O’Neill, ha dicho que está perplejo ante el optimismo europeo y el FMI ha sido todavía más claro y ha reclamado al presidente del BCE, Wim Duisenberg, que reduzca los tipos de interés para revitalizar la economía y aproveche que la inflación está más o menos bajo control.

El BCE no ha tocado el precio del crédito financiero desde octubre del año pasado. La última vez que bajó tipos fue en abril de 1999, desde noviembre de ese mismo año, los ha subido siete veces. Aunque un descenso de los tipos no vendría bien precisamente a España en estos momentos, porque añadiría más leña al fuego de la inflación, a lo mejor lo que tiene que hacer nuestro gobierno es solucionar parte del problema reduciendo cuanto antes las rigideces que permiten la existencia de precios más elevados y así ayudaría a no poner en peligro la creación de más puestos de trabajo.

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