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Jesús Colmenares

Duisenberg echa una mano a Rato

La decisión del Banco Central Europeo (BCE) de no tocar los tipos de interés es una ayuda inesperada para la lucha de nuestro ministro de Economía, Rodrigo Rato, contra una tasa de inflación que amenaza con acabar con la competitividad de nuestras empresas. El presidente del BCE, Wim Duisenberg, defraudó el pasado miércoles las expectativas de los mercados que apostaban por una reducción de los tipos de interés para contrarrestar el declive de las previsiones de crecimiento económico para este año en el viejo continente.

Sin embargo, la decisión del BCE es un bálsamo para las economías europeas, como la española, aquejadas de un mal contra el que no acaban de encontrar el remedio: la tasa de inflación española es muy superior a la media de la Unión Europea y se alimenta de subidas de precios en sectores reacios a introducir competencia. Al mismo tiempo, el Gobierno español confía en que nuestra economía siga creciendo por encima de la media europea durante los próximos años para poder alcanzar en cuestión de una década el nivel de vida de nuestros vecinos, de quienes estamos alejados en un 80 por ciento de su tasa de bienestar.

Un reciente informe de la Fundación de las Cajas de Ahorros recordaba a Rato que debe olvidarse de la idea de que se puede conseguir ese crecimiento superior sin que repercuta en los precios: para crecer más tendremos que soportar algo más de inflación, ya que no hay fórmulas mágicas en este aspecto. La primera amenaza a los planes del Gobierno de José María Aznar de crecer más que nuestros vecinos y competidores es que precisamente este año vamos a crecer menos de lo esperado: el 3,2 por ciento, desde luego menos que el 3,6 por ciento previsto inicialmente. Este crecimiento queda lejos del 4,2 por ciento alcanzado en el año 2000 y responde lógicamente al periodo de desaceleración económica que vive Estados Unidos desde el comienzo del año y que los economistas rezan para que se ha convierta en la temida recesión.

El departamento económico del Gobierno ha tardado seis meses en rectificar sus previsiones de crecimiento y finalmente se ha rendido ante la realidad y admite ya en privado que el Producto Interior Bruto crecerá menos de los previsto. La “buena” noticia para el equipo de Rato es que el resto de los países europeos no cumplirá tampoco las expectativas de crecimiento para este año y las corregirá más o menos en la misma proporción que en España: del 3,4 por ciento de crecimiento previsto inicialmente en la UE, los economistas hablan ahora de algo menos del tres por ciento.

Digo que en cierta medida es buena la noticia para Rato, porque el menor crecimiento español se compensará con la misma tendencia en Europa y el planteamiento central de ir acercándonos al nivel de vida europeo no se pondrá en peligro. Sin embargo, la cara negativa de la desaceleración económica europea es que nuestras exportaciones van en un sesenta por ciento a la zona de la UE, por lo que una menor demanda por parte de nuestros clientes tendrá que afectar negativamente a nuestras empresas.

Esta parte de los planes del Ejecutivo de crecer sostenidamente más que el resto de la UE puede continuar, como vemos, a pesar de algunas amenazas, pero Rato debe enfrentarse aún al otro problema que supone que nuestros precios siguen subiendo más deprisa que en el resto de la UE. Nuestra tasa de inflación armonizada se ha situado de nuevo en el cuatro por ciento en los doce últimos meses hasta marzo pasado, lo que los economistas llaman tasa interanual, después de un amago de aminoración en febrero. Es decir, nos encontramos con una inflación igual a la de hace cinco años, en marzo de 1996, y estamos muy cerca del máximo del 4,1 por ciento interanual alcanzado en noviembre de 2000, en plena subida de los precios de los combustibles y de los alimentos.

Algunos pueden pensar que, con mayor crecimiento, menor paro y mayor utilización de la capacidad productiva, es inevitable una mayor inflación, a lo que los economistas contestan que eso es cierto, pero no explica totalmente las desviaciones del coste de la vida de casi el doble frente a lo calculado por el Ejecutivo. El hecho de que ahora se repita la inflación del cuatro por ciento, cuando los combustibles ya no están tan caros, indica que algo no funciona en el control de precios y aquí es donde los economistas más liberales exigen a Rodrigo Rato que convierta en realidad las promesas de realizar las reformas estructurales de los sectores más inflacionistas.

El Gobierno tiene que evitar que la mayor inflación repercuta en subidas de precios (que pasarían a los costes laborales y encarecerían nuestros productos), y al tiempo llevar a cabo una política fiscal más restrictiva (si cabe) y abrir el sector de servicios a la competencia. En este sector de los servicios, los sectores con tarifas reguladas donde más se nota la diferencia con Europa son la telefonía, el transporte aéreo y el transporte marítimo, que deberían liberalizarse sin más tardar para evitar su mala influencia en la inflación española.

En Libre Mercado

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