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Jesús Colmenares

Europa es diferente

La economía española (y posiblemente la europea) no necesita en estos momentos una reducción de los tipos de interés, en mi opinión, aunque a nadie se le escapa que la presión para que el Banco Central Europeo relaje su política monetaria se está volviendo cada vez más insistente. La inflación española sigue estando en el cuatro por ciento, según los datos armonizados de la Unión Europea correspondientes a marzo pasado, y equivale exactamente al doble de donde tendría que estar, ya que el objetivo de la zona euro es el dos por ciento de inflación.

Se me dirá que otros países están aún peor que nosotros y es cierto: Portugal, Holanda e Irlanda nos superan y se están convirtiendo en casos recurrentes de persistencia de elevada inflación que han “ayudado” a que la media de la eurozona siga en el 2,6 por ciento. Es el argumento que ha utilizado el presidente del Gobierno, José María Aznar, para capear las críticas de la oposición socialista en la última sesión de control en el Congreso de los Diputados: el mal de muchos consuela, pero no arregla la situación.

El Gobierno cree que la solución para amarrar los precios es seguir con las medidas liberalizadoras y las reformas, sin olvidar la moderación tanto de salarios como de precios fijados por las empresas. Esto es más o menos lo que viene diciendo Aznar desde hace ya demasiados años y la realidad es que los pasos para flexibilizar los sectores más reacios a abrirse a la competencia (como los servicios) se hacen esperar y amenazan la competitividad futura de nuestras empresas, ya que hasta ahora vendemos más porque nuestros productos son más baratos.

Otro argumento que explica en parte el elevado diferencial de inflación que nos separa de nuestros socios comunitarios es que tenemos que seguir creciendo más deprisa que ellos para igualar nuestro nivel de vida y superar la diferencia algo mayor del diez por ciento que todavía nos separa de la línea media del bienestar. Este mayor ritmo de crecimiento económico se traduce en más creación de empleo, mayor tirón del consumo de cada vez más población activa y en un empuje irresistible de las empresas por aprovechar el buen momento y conseguir beneficios subiendo los precios.

El papel del Ejecutivo es complicado: por un lado acercar la zanahoria para que las empresas sigan creciendo en producción y empleo y por otro enseñar el palo para que no se les ocurra ofrecer mejores salarios ni enriquecerse demasiado. Desde que en 1999 España renunció a la política económica, el Gobierno ya sólo cuenta con la política fiscal y la introducción de mejoras en la competitividad y la productividad de las empresas para conseguir sus fines de crear mayor riqueza a medio y largo plazo.

En este contexto, la tozudez de Duisenberg de no bajar los tipos de interés nos ha venido bien por la actual coyuntura de recalentamiento de nuestra economía, pero las presiones aumentan sobre el BCE para que mimetice las decisiones del otro lado del Atlántico. El presidente del BCE, el profesor socialista holandés Wim Duisenberg, ha dicho que oye, pero no escucha las voces que le piden una reducción de los tipos de interés para que la economía europea encare mejor la atonía económica de Estados Unidos. Argumenta que las presiones inflacionistas siguen siendo fuertes en Europa, que la misión del banco central es precisamente garantizar la contención de los precios, y que estos muestran que estamos peor que hace un año: la inflación supera en medio punto porcentual el 2,1 por ciento conseguido hace doce meses.

La Reserva Federal bajó por sorpresa el pasado miércoles los tipos de interés y los situó por debajo de los de la zona euro: el 4,50% frente al 4,75% en Europa, por primera vez desde que existe la moneda única de los doce países. Las razones para este cuarto recorte de los tipos de interés en EEUU son las amenazas de caída de actividad de las empresas y las perspectivas de menor crecimiento económico a corto plazo. Pero, en Europa, el tratado de Maastricht no habla para nada de que el papel del BCE sea también el de garantizar la continuidad del crecimiento económico, al contrario que en Estados Unidos, por lo que en teoría el BCE no debe imitar a la Reserva Federal, a pesar de las presiones de Alemania y Francia en este sentido.

La última vez que el banco central de la zona euro bajó los tipos de interés fue el 8 de abril de 1999, cuando entonces los disminuyó al 2,5 por ciento frente al 3,0 por ciento con que había nacido el euro tres meses antes. En aquel momento, también existía la amenaza de un menor crecimiento en Europa, pero la inflación estaba en cifras nunca vistas del 0,8 por ciento en febrero de ese año. Después, el BCE ha subido el coste de los créditos siete veces hasta el pasado cinco de octubre de 2000.

¿Qué pasará al final? Los economistas apuestan por una solución de compromiso que consiste en una reducción de sólo un cuarto de punto de los tipos de interés europeos en las próximas reuniones del Consejo del BCE antes del verano, aunque los gobiernos de Alemania y Francia rezan para que sea cuanto antes. Pero Duisenberg ya ha mostrado en otras ocasiones que es inmune a las presiones políticas y posiblemente quiera labrarse la fama de “duro” para pasar a la historia como la persona que supo anteponer la austeridad del BCE al canto de sirenas de los gobernantes.

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