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Domingo Soriano

Las cuentas reales (y completas) de la paternidad: ¿sale 'rentable' tener un hijo en 2020?

Los buenos economistas saben que las sociedades prósperas se basaron en el largo plazo: renuncias presentes para financiar inversiones rentables.

Los buenos economistas saben que las sociedades prósperas se basaron en el largo plazo: renuncias presentes para financiar inversiones rentables.
Las familias en forma de pirámide (muchos jóvenes en la base y pocos ancianos en la cima) serán cada vez menos frecuentes. | Unsplash/Roberto Nickson

No es por el dinero. Si así fuera, nuestros padres (con peores sueldos y muchas veces sólo un asalariado por familia) habrían tenido menos hijos que nosotros. Es por la competencia. Lo que nos perdemos (o creemos que nos perdemos) teniendo niños en casa: trabajos y ascensos, posibilidades de ocio, múltiples parejas... Y por un cambio en nuestro esquema mental, del largo plazo en el que pensaban nuestros abuelos (lo importante no eran ellos, sino la continuidad) al corto plazo que lo arrasa todo en nuestra sociedad (lo único que valoramos es el aquí y ahora).

Los buenos economistas saben que las sociedades prósperas siempre se basaron en el largo plazo: renuncias presentes para financiar inversiones que dieran frutos en el futuro. El capitalismo es eso desde su nombre: capital que acaba transformándose en riqueza y rentas. Enfrente, el consumismo, impulsado por la socialdemocracia, los gobiernos intervencionistas y la impresión de dinero a mansalva, es el corto plazo que se renueva cada día, más insostenible y precario, hasta que explota la burbuja y vuelve a empezar. Vacío y sin sustancia a medio plazo, pero atractivo como solución mágica de hoy para mañana.

Luego todo aquello queda en nada y nos preguntamos si mereció la pena, algo que nunca haríamos con nuestros hijos. Otra paradoja del hombre moderno, que se esfuerza por lograr lo que no valorará (otra tele, otro viaje, otro coche) y desprecia lo que daría sentido a su vida (familia, hijos, legado).

Pero no quiero ponerme filosófico. O no del todo. La idea es ir a lo práctico, que es lo que parece que funciona y preocupa. ¿Tiene algún sentido financiero tener hijos? Porque lo que nos han dicho en las últimas décadas es que no mucho. Más o menos, el relato dominante es el siguiente: nuestros abuelos tenían muchos hijos porque (1) la mortalidad infantil era alta y (2) necesitaban manos para ayudar en la finca familiar. Una vez que el primer punto ha desaparecido y el segundo ya no es relevante en la economía moderna, lo lógico es que tengamos menos hijos o, directamente, que no tengamos ninguno. Además, un hijo es un enorme gasto: mis cuentas son que en una ciudad como Madrid, para una familia de clase media-alta, está alrededor de los 1.000 euros al mes. Al Gobierno norteamericano le sale una cifra parecida: 233.610 dólares desde que nace hasta que cumple los 17 años... e incluso ese dato está claro que es una estimación a la baja, porque para muchas familias lo gordo comienza entonces, con la universidad o los primeros años de trabajo en los que tienen que ayudar al recién licenciado.

Hasta aquí, lo único que podría decir es que es absurdo, tramposo y erróneo incluir los costes financieros de los hijos y no lo que aportan en términos de felicidad o realización personal.

Además, siempre he pensado que las cuentas de "lo que me ahorro por no tener niños" tienen trampa. Porque esa idea que consiste en hacer el saldo de pérdidas y ganancias diciendo "en el resto de mi vida, trabajo-gano-gasto lo mismo y sólo contabilizo el gasto extra que tendría si hubiera niños en casa"... esa idea es mentira. Lo de "si el resto de los factores permanecen inalterables" es una idea económica absurda en la vida real. Puede funcionar en los modelos, pero no en el día a día. Tener hijos influye en lo que trabajamos, ahorramos, gastamos y ganamos. Y tengo para mí que, en el acumulado, es una influencia para bien en la mayoría de los casos. Vamos, que somos mejores manejando nuestras finanzas si tenemos una familia que si no y que esa mejoría compensa en parte (en buena parte) el gasto extra de una boca de más que alimentar.

Hoy no entro en ese debate. Lo que me interesa apuntar es que en el saldo financiero familiar sólo miramos los flujos en una dirección (padre-hijos) y ese análisis es cada día más incompleto.

Es evidente que las familias de nuestros abuelos necesitaban que sus hijos aportasen al fondo común desde muy pronto. Normalmente, lo hacían en forma de trabajo, aunque también de rentas si era necesario. Cada vez eso es menos normal y la necesidad de brazos extra para la finca familiar ya no es un factor en la decisión de cuantos hijos tener.

Pero, cuidado, la ecuación está cambiando también por el otro lado. Una esperanza de vida de 80-85 años tiene muchas implicaciones, pero una de ellas, y no menor, es la necesidad de que nos ayuden cuando ya no podemos trabajar. Cada vez es más habitual que los hijos presten a sus padres servicios (apoyo, cuidado, asesoramiento) que costaría mucho contratar a terceros.

Y no sólo servicios, sino también ayuda financiera. Por una parte, está el factor seguridad: no es lo mismo ir al límite en cuanto a gastos-ingresos si uno tiene la red de seguridad de unos hijos adultos que estarán ahí si lo necesitas; y por otra parte, las transferencias directas para complementar una pensión que a veces no llega.

Pensaba en todo esto a cuenta de las pensiones y de lo que no son pensiones. De esa España vacía acerca de la que escribíamos ayer. Caminamos hacia un escenario inesperado, con más mayores que jóvenes, algo que nunca hemos visto. Normalmente, cada anciano tenía 10-12-14 o más personas rodeándole, gente que cuidaba de ellos en todos los sentidos, financiero y afectivo. Hablamos de hijos, nietos, familia política... Desde ese yerno que te cambiaba el enchufe roto hasta el hijo que te miraba las cuentas del banco.

Todavía no notamos el cambio porque sigue siendo la situación preponderante. Pero en 2040-2050 ya no será así. Con inmigrantes o sin inmigrantes, con estado del bienestar sólido o con el país en quiebra, con ganancias de productividad o estancamiento, muchos de los nacidos en 1980-1990-2000 irán llegando a la vejez sin sucesores. Habrá más viejos que jóvenes y eso será una carga financiera cuyo ejemplo más claro son esas gráficas que muestran el número de pensionistas respecto al número de trabajadores; pero los problemas no terminarán en la cuenta del banco ni en el cheque mensual de la Seguridad Social. Lo que necesita un tipo de 85 años que cada vez tiene una movilidad más reducida no es un funcionario de servicios sociales que le visite una vez a la semana, es un hijo o un sobrino al que sepa que pueda molestar a las 22:30.

Y por supuesto, está el tema de las pensiones. No hay ningún escenario, ni siquiera los más optimistas que firmaba el ministro Escrivá en su período como presidente de la AIReF, que no anticipe un desplome en las tasas de sustitución/reemplazo (relación entre primera pensión y último salario o pensión media y salario medio). Eso quiere decir que mantener nuestro nivel de vida será mucho más complicado cuando nos jubilemos y que la edad a la que dejaremos de trabajar estará muy condicionada por esa situación financiera.

Porque, además, los hijos que nazcan ahora se encontrarán un mercado laboral en el que el factor trabajo (sobre todo el cualificado) será mucho más demandado. No, los robots no se comerán sus empleos; generarán otros en los que el trato personal será más valorado. Lo normal es que ser un trabajador joven en 2050 sea un pelotazo.

Por eso, quizás deberíamos replantearnos el relato habitual, ese que dibuja a los hijos como una carga, que puede compensar en términos de (1) cariño, satisfacción o sentido de la vida, pero no en el (2) financiero. Sí, lo primero es cierto... pero cuidado con cómo hacemos las cuentas para esa segunda derivada. Intuyo que nos hacemos trampa. Y sí, claro que sin colegios, extraescolares o ropa de bebé tendríamos más dinero a nuestra disposición. Pero el suma-resta es incompleto.

Imaginen la vida de alguien nacido en 1980 y que muere en 2070, con 90 años; que tiene ahora 40 años y que ya habrá tomado la decisión de tener o no descendencia. Con todas las cautelas que debemos tener para anticipar un futuro que ni de broma sabemos cómo será, viajemos mentalmente medio siglo hacia adelante: ¿sin hijos le habría ido mejor, hablando exclusivamente en términos económicos, en el acumulado de su vida? Miren, no tengo ni idea de cómo será la España de mediados del siglo XXI, pero con la información que tengo ahora, me resultaría muy complicado encontrar argumentos para responder afirmativamente a esa pregunta.

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